Minería uterina: historias sobre la donación de óvulos

Este tratamiento de reproducción asistida puede ser el más común para que parejas mayores de 40 años cumplan su sueño de tener hijos. Pero para muchas mujeres jóvenes, es una forma arriesgada de obtener dinero en un momento de necesidad.  

Fecha: 2024-05-03

Por: Ana María Betancourt Ovalle

Ilustración: @silvanaperdomo

Minería uterina: historias sobre la donación de óvulos

Este tratamiento de reproducción asistida puede ser el más común para que parejas mayores de 40 años cumplan su sueño de tener hijos. Pero para muchas mujeres jóvenes, es una forma arriesgada de obtener dinero en un momento de necesidad.  

Fecha: 2024-05-03

Por: ANA MARÍA BETANCOURT OVALLE

Ilustración: @silvanaperdomo

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Supe que mis óvulos podían ser una mina de oro cuando en 2022 emigré a Estados Unidos para hacer una pasantía no remunerada. Por varios meses trabajé limpiando mesas como camarera y recibiendo a los comensales que llegaban a un restaurante de langostas. Hasta que un día me fracturé el brazo. Lo primero  que pensé no fue en el dolor o a qué hospital acudir, si no: ¿y ahora cómo voy a trabajar? Después de horas de exámenes, violentos procedimientos y una cirugía para redireccionar mis huesos, salí del hospital con un yeso que me inmovilizó todo el brazo y unas cuentas exorbitantes por pagar. Trabajar en esas condiciones me resultaba extenuante, así que empecé a buscar otras posibles fuentes de ingresos. 

En Estados Unidos la compensación por donar óvulos puede llegar a ser de hasta $15.000 USD. Para mi yo fracturada, adolorida y sin ingresos, la donación de óvulos se presentó como una alternativa que me permitiría vivir cómodamente, mientras me recuperaba. No sabía mucho al respecto, solo que el óvulo de una donante anónima joven se implanta en el útero de una receptora que desea ser madre y por cuestiones de salud, edad, cirugías –entre otras razones– no ha podido serlo. 

Cuando hay necesidad, no hay mucho tiempo para hacerse preguntas. Sin investigar a profundidad, me acerqué a dos clínicas de fertilidad y me inscribí en varios formularios de distintos programas de ovodonación. La mayoría no respondieron, en los otros recibí la misma respuesta: las mujeres latinoamericanas y sin un número de seguridad social no son aptas para ser donantes en Estados Unidos. 

En ese momento, resolví mi situación trabajando en el restaurante, pero cuando regresé a Colombia, comencé a mirar la donación de óvulos con más distancia. ¿Por qué me habían dicho que no podía donar siendo latinoamericana? ¿Por qué hay tan poco cubrimiento  periodístico sobre este procedimiento? 

Comencé por convocar a un Círculo Mutante, un espacio privado de conversación virtual para mujeres que hubieran donado óvulos y quisieran compartir su experiencia. El día del encuentro solo asistieron dos personas, sin embargo, el hecho de que fuera un encuentro pequeño abrió espacio para la intimidad. 

Luego de este ejercicio, contacté a varias clínicas de fertilidad, pero se limitaron a darme prácticamente la misma información que se encuentra en internet. En medio de este pantano, hablé con Julia Bacardit, periodista española, y autora del libro sobre ovodonación El precio de ser madre, que ofrece una explicación muy distinta a la de los programas de ovodonación, que presentan este tratamiento como un proceso altruista. “La mayoría de donantes no necesita donar óvulos para comer, pero lo utiliza como un recurso para salir de un apuro en algún momento de su vida”, me dijo. Y me aconsejó hacer lo mismo que ella para lograr llegar a la verdad del asunto: “Tienes que fingir que quieres donar óvulos, porque de lo contrario jamás te van a dar la información que necesitas”.

Le hice caso y me inscribí en cinco formularios de clínicas distintas en los que señalaban las características para ser donante. Algunas de ellas eran: tener entre 18 y 30 años; tener un índice de masa corporal menor de 27; medir más de 1.55 m; haber cursado estudios de educación superior; no tener enfermedades de transmisión sexual; no ser consumidora de sustancias o fumadora; no haber sido diagnosticada con depresión, ansiedad, anorexia, bulimia, trastorno bipolar, hiperactividad, trastorno obsesivo compulsivo, esquizofrenia o trastorno del espectro autista.

Esta lista de requisitos me resultó risible, no solo por ser extensa y casi imposible de cumplir, sino porque evidencia el estigma que hay hacia ciertas características físicas y de salud. 

La razón por la que las clínicas son tan selectivas con sus donantes y no contactan a todas las que se inscriben en sus formularios se debe a que tienen el compromiso de garantizar que las receptoras concebirán un bebé en óptimas condiciones. Por eso, además del formulario inicial, hacen estudios hormonales y de enfermedades infecciosas, ecografías transvaginales y pruebas genéticas. 

“Es fundamental hacer una adecuada selección de las donantes, es decir, no meter a cualquiera, sino a mujeres que tengan un bajo perfil de riesgo y que puedan brindar unos tratamientos lo más seguros posibles para la paciente. La probabilidad de tener riesgos asociados a los gametos que se usan nunca es cero. Pero el riesgo en donaciones es menor al que tú tendrías con tu pareja, porque cuando decides tener hijos con tu pareja no le pides pruebas de nada”, me explicó Carlos Fandiño, director científico del Centro de Fertilidad de la Clínica de la Mujer.   

Después de un mes de espera, solo me contactaron de dos centros de fertilidad para avanzar con el proceso. En uno de ellos fui transparente con mi historia clínica y mis hábitos de vida, en el otro maquillé mis verdades. La respuesta fue evidente: en el primero me rechazaron; en el segundo, no.

“La mayoría de chicas se meten en esto por dinero”

Después del Círculo Mutante y de acercarme a las clínicas, busqué a más mujeres que hubieran donado óvulos y quisieran hablar abiertamente de ello. Así llegué a la historia de Angy Quijada, una tatuadora venezolana de 28 años que publicó múltiples videos en TikTok e Instagram contando los efectos de la donación de óvulos en su cuerpo. 

Angy emigró a Ecuador desde Venezuela en 2020, con la esperanza de un mejor futuro para ella y su hijo de 10 años. En Caracas, se dedicaba a tatuar y tenía su propio estudio, pero la crisis económica del país se volvió insostenible. Cuando llegó a Quito buscó seguir con su oficio, pero como no tenía un espacio para hacerlo, trabajó por varios meses a domicilio. El dinero que ganaba le alcanzaba para su manutención y la de su hijo, pero no para poner un local y comprar todos los implementos necesarios. 

En el 2021 conoció a una colombiana que llevaba varios ciclos de donación de óvulos y la alentó a intentarlo. “Busqué por mis medios varias clínicas de fertilidad en Quito y envié los datos que me pedían. Así doné la primera vez”. 

En los centros de fertilidad solo dan un día de incapacidad para las donantes, que es el día de la punción folicular o extracción de los óvulos, pues argumentan que es un procedimiento de baja complejidad y, por ende, no debe haber mayores malestares después de este. Sin embargo, Angy estuvo inflamada por más de 15 días con un dolor abdominal fuerte que le incomodaba, especialmente cuando estaba sentada. Eso dificultó su trabajo.

Por un año, Angy dudó de volver a donar. Tenía miedo de aplicarse más hormonas y volverse a sentir enferma, pero la misma clínica la llamó y alentó a hacerlo otra vez. Era tanto el deseo de terminar de comprar las cosas que necesitaba para su estudio de tatuajes, que terminó haciéndose un ciclo más de estimulación. Después se prometió a sí misma que nunca más volvería a donar, pues ha tenido su ciclo menstrual muy irregular desde entonces y su calidad de vida ha desmejorado.

 “Es bonita la labor y todo, pero la mayoría de las chicas que se meten en esto es por dinero”, me dijo Angy.

Los motivos de Angy han sido los mismos que me han confesado otras donantes. De la misma manera, Mariangel Contreras llegó a Chile desde Venezuela en el 2017 con una maleta llena de sombras, labiales, lápices de ojos de varios colores y brochas de todas las formas. En Maracay, su ciudad natal, había comenzado a maquillar a mujeres para diferentes ocasiones, pero la inestabilidad económica de su país y la inseguridad también la llevaron a emigrar. 

Llegó a Santiago a probar suerte y a hacerse conocer como maquilladora, pero los primeros años fueron difíciles, la angustia por pagar todos sus gastos apremiaba. Un día, una de sus clientas le contó que llevaba varios años intentando quedar embarazada, pero a sus 40, solo le quedaba una opción: acceder a un tratamiento de fertilización in vitro (FIV) con óvulos donados. Pasaron los meses y volvió a buscar a Mariangel para que la maquillara. Le contó que había pagado una gran suma de dinero, pero gracias a que una mujer joven había donado sus óvulos y la habían compensado por eso, ella iba a poder cumplir su sueño de ser mamá. Mariangel tenía 26 años y una gran necesidad económica. Sin pensarlo dos veces, fue a donar sus óvulos. 

 

“Me fue tan bien que quedé muy tentada a volverlo a hacer. En Chile, la compensación que dan en promedio va desde $800 – 1.000 dólares. Esto depende de tu físico, hay clínicas que si tienes los ojos azules te ofrecen mucha más plata”, me contó Mariangel.  

Varios centros de fertilidad me indicaron que los montos de la compensación que dan a las donantes son estándar para todas, sin embargo, varias me expresaron que han recibido cifras más altas dependiendo de su edad y características físicas. 

Esta disparidad se debe a dos factores: el primero es que la edad de la donante determina la calidad de sus óvulos, por eso entre más joven sea la mujer, más alta puede ser su compensación; el segundo, es que los centros de fertilidad eligen los óvulos de una donante para inseminarlos e implantarlos en el útero de la receptora, según las similitudes físicas y la compatibilidad genética entre estas dos. 

En Latinoamérica el turismo reproductivo va en alza. En países como Colombia, entre 2019 y 2023 han ingresado más de 69.000 visitantes para recibir servicios de salud y atención médica, según cifras del Ministerio de Comercio, Industria y Turismo. De los viajeros, 40% provienen de Estados Unidos y 17,5% de Países Bajos. 

La llegada de mujeres blancas de países del norte global para hacerse TRA (tratamientos de reproducción asistida) con óvulos donados en Latinoamérica implica que los centros de fertilidad necesitan más donantes que tengan una apariencia parecida a la de las receptoras, que suele ser caucásica. Por esa razón me rechazaron a mi y a otras latinas en Estados Unidos y por eso mismo es que estas clínicas aumentan sus incentivos para este tipo de donantes. 

Diana Bernal, consejera Nacional de Bioética para Colombia, me explicó que “el incremento de la tasa de turismo de fertilidad se debe a que a los extranjeros les sale más económico hacerse un tratamiento en América Latina y también porque nuestros países no tienen una regulación sólida sobre tratamientos de fertilidad, entonces hay cierto ámbito de margen para maniobrar”. 

Una receptora en Estados Unidos puede llegar a pagar $25.000 USD por un solo ciclo de FIV con óvulos donados, mientras que en Colombia el mismo procedimiento cuesta en promedio $30 millones COP (unos $8.000 USD). 

En cambio, la carga económica es más dura para una receptora latinoamericana que se hace el procedimiento en su mismo país. El Ministerio de Salud y Protección Social de Colombia precisa que para que los tratamientos de reproducción asistida sean financiados con recursos públicos asignados al Plan Obligatorio de Salud (POS), deben estar asociados a una condición de salud. Sin embargo, la mayoría de parejas que recurren a la FIV con óvulos donados no presentan infertilidad por temas patológicos, sino por su reloj biológico, pues en su mayoría son parejas que rondan los 40 años de edad. 

En las últimas décadas, las mujeres hemos comenzado a aplazar la maternidad por el deseo de crecer profesionalmente. El problema es que nuestro cuerpo no va a la par con ese cambio, pues a diferencia de los hombres, las mujeres no producimos nuevos óvulos a lo largo de la vida, sino que nacemos con una reserva ovárica específica que va disminuyendo con los años. “Cuando llega la primera menstruación, una mujer tiene 400 mil óvulos. Con cada ciclo menstrual gasta 1.000 óvulos. Mes a mes, la paciente va disminuyendo su reserva ovárica. Cuando llega a los 35 años, su reserva cae pronunciadamente. Entonces, a menos óvulos, menos resultados de embarazo”, me explicó Carlos Fandiño.   

Además de la pérdida natural de óvulos con la edad, hay otra razón por la cual la donación de óvulos se convierte en una opción matemáticamente más eficiente: mientras que una mujer por ciclo menstrual madura un solo óvulo, una donante en su proceso de estimulación ovárica puede llegar a madurar más de diez. 

Sobre el derecho a decidir

Otra de las historias a las que llegué a través del Círculo Mutante fue la de Michelle Gutiérrez, una mexicana que tenía 19 años cuando decidió donar óvulos por primera vez. Michelle trabajaba como bailarina en Ciudad de México y necesitaba dinero para solventar sus gastos. Un día, una de sus amigas le contó que acababa de donar óvulos y que en la clínica buscaban mujeres con ojos color miel y piel blanca, justo como ella. Michelle vio una oportunidad de obtener ingresos aprovechando su buen estado de salud y sus atributos físicos. 

No le hicieron exámenes previos, con solo verla llegar y abrirle su historia clínica comenzaron su proceso, después de todo tenía un perfil deseable para el centro de fertilidad. Le dieron 12 jeringas con medicamentos que estimulan la ovulación y le indicaron que se las tenía que poner una cuarta a la derecha y una a la izquierda de su ombligo, todos los días a la misma hora, intercalando el lado del abdomen en el que se las aplicaba. 

La misma clínica que le había pedido compromiso con la aplicación de los medicamentos, le falló. Cuando le hicieron el control médico post-punción folicular y le desembolsaron el dinero de la compensación, le pagaron $120 USD menos de los que habían acordado. Duró varios meses molesta, pero no tenía ganas de pelear y lo dejó pasar. 

Cuatro meses después, la clínica volvió a buscarla para que donara por segunda vez, su condición para aceptarlo fue que se respetara lo pactado. 

Los dolores atípicos que sintió cada vez que se inyectaba los medicamentos y el malestar emocional que sufrió en esos días de estimulación ovárica fueron los primeros indicadores de que algo no andaba bien. Pero nada se comparó con lo que viviría después. Era julio de 2022 y Michelle se acercó al centro de fertilidad con la consciencia de que esta vez la sedarían completamente y que luego se tomaría unos días libres sin bailar para recuperarse del todo. Se puso la bata que la dejaba libre de toda prenda de ropa desde la cintura hacia abajo, se recostó en la camilla en posición ginecológica, con las piernas abiertas, y cayó en un sueño profundo. 

“Se suponía que estaba completamente dormida, pero durante el procedimiento me desperté porque sentí que me pincharon por dentro. La anestesióloga se dio cuenta y me dio una dosis más alta, entonces volví a caer dormida. Desperté en mi camilla y tenía muchísimos escalofríos, me dolía mucho el vientre”, recuerda Michelle. Me confesó que era la primera vez que hablaba sobre el tema con alguien, pues aunque ha hecho varios videos en redes sociales respondiendo a preguntas sobre en qué consiste la ovodonación, nunca había sido capaz de poner en palabras esta experiencia. 

La pesadilla no acabó en ese momento. Cuando se sintió lista para salir, tomó un taxi para irse a su casa y en el camino recibió la llamada de la recepcionista de la clínica de fertilidad, quien le dijo: “Se nos olvidó decirte que te metimos una venda, si puedes aguanta todo el día, si te molesta mucho te la puedes quitar en dos horas”. 

Michelle llegó a su casa sin poder aguantar el dolor. Se metió al baño y, como un mago que se saca metros de papel de la boca, Michelle comenzó a desenvolver un rollo de venda teñido por su sangre seca. “Tuve que tomar dos semanas de reposo para volver a estar bien. Cuando fui a reclamar el pago, me dieron menos que la primera vez. Me iban a dar $1.800 USD y me terminaron dando $910”, me expresó indignada. 

Desde el día en que una donante comienza su proceso en un centro de fertilidad, se le otorga un consentimiento informado en el que están detallados los riesgos generales de la ovodonación. En mi caso, cuando me acerqué a uno de los dos centros de fertilidad que me contactaron en Bogotá, me entregaron un consentimiento informado en el que detallaban riesgos como: dolor de cabeza, visión borrosa, cambios en el estado de ánimo, inflamación abdominal, aumento de peso, cancelación del tratamiento, lesiones en los ovarios y síndrome de hiperestimulación ovárica.

El último de esta lista es el más grave, como me explicó Jenny Deschamps, la Coordinadora de Fertilidad de Profamilia: “la hiperestimulación ovárica es cuando las donantes producen muchos óvulos y se sube el nivel de la hormona estradiol. Los ovarios se ponen muy grandes, el abdomen se llena de líquido. Esto puede generar dificultad respiratoria, porque el líquido se sube a los pulmones y se puede llegar a requerir ingreso a unidad de cuidados intensivos”. 

Desde el consentimiento informado se busca advertir a las donantes de los posibles riesgos a los que se enfrentan para que ellas tomen una decisión concienzuda e informada sobre su cuerpo. También les notifican que si se arrepienten de donar cuando ya van avanzadas en el proceso, les cobrarán los costos de los exámenes y medicamentos administrados. Sin embargo, hay una brecha entre el consentimiento informado y la práctica. “Si uno supiera todos los riesgos asociados, probablemente no sería donante. Cuando piensas en el consentimiento informado como un derecho, tú te puedes arrepentir en cualquier momento, porque es un procedimiento clínico. No por una sanción económica la donante debería dejar de arrepentirse”, me dijo Diana Bernal.

Hay otras clínicas en las que además de esta cláusula, tienen otra en la que se explica que el monto de la compensación depende de qué tanto la donante sigue los protocolos de administración de medicamentos y asistencia a los controles médicos. 

Ese es el caso de la clínica en la que Valeria Forero donó. Valeria es una joven colombiana que ha hecho tres ciclos de donación de óvulos en un centro de fertilidad de Bogotá. Cuando hablé con ella, me contó que su principal motivo para donar era su deseo de ayudar a otras parejas que estaban experimentando la frustración de no conseguir el embarazo que tanto deseaban. En general, todas las veces que ha donado se ha sentido bien, pero lo único que le ha generado molestias es que durante el ciclo de donación su tiempo le pertenece a la clínica. 

“Tenía que enviar videos de cada vez que me inyectaba los medicamentos. En total, por enviar todos los videos me daban $500.000 COP. Por cada video que no enviara, me descontaban $200.000 de la compensación. Por asistir a todos los controles me pagaban $500.000 y por cada uno que faltara, me descontaban $100.000. También daban una bonificación por la cantidad de óvulos que logran aspirar. Si eran de 10 a 14, te daban $500.000 extras; de 15 a 19 daban $1 millón; y de 20 hacia arriba,  $1.500.000”, me expresó Valeria.

En teoría, estas sanciones económicas no pueden influir en que las donantes tomen una decisión libre sobre su continuidad en el tratamiento de ovodonación, como está contemplado en el Decreto 1546 de 1998, el artículo 17 Parágrafo 1 “la voluntad manifestada por la persona donante (…), prevalecerá sobre la de sus deudos. El donante podrá revocar en cualquier tiempo, en forma total o parcial, antes de la ablación, la donación de órganos o componentes anatómicos, utilizando el mismo procedimiento que utilizó para la donación.” 

El problema es que arrepentirse de este procedimiento no solo es riesgoso económicamente, la salud de la donante se puede ver afectada si se interrumpe abruptamente. “Si tienes una cantidad de óvulos madurados, aunque detengas la administración de hormonas, igual van a seguir creciendo. Entonces, en ese caso, es mejor terminar y sacar esos óvulos. Si no son extraídos, los síntomas de malestar se van a alargar y los ovarios se pueden reventar”, me dijo Jenny Deschamps.

Las donantes también se ponen en riesgo por la falta de regulación de esta práctica. En países como Colombia, no existe un banco nacional de donantes de óvulos al que puedan acceder todos los centros de fertilidad. En cambio, entre algunas clínicas se rotan informalmente una base de datos que registra a sus donantes. Además, según las recomendaciones médicas, una mujer solo puede participar en máximo seis ciclos de donación de óvulos en su vida. Pero al no haber una base de datos que indique cuántas veces ha donado una mujer, y al ser esta práctica en cierta forma lucrativa para las donantes, las mujeres pueden acudir a múltiples clínicas y donar varias veces sin restricciones legales. 

Me pregunto si esto significa decidir de manera libre sobre el propio cuerpo. Como lo afirma Julia Bacardit en su libro: “los bancos de óvulos no dejan de trabajar como una empresa extractiva, con publicidad edulcorada que equipara la donación con la sororidad”.