La paradoja de la madre

¿Qué tiene que hacer una mamá que no quiere perpetuar el tópico del sacrificio, pero que desea maternar sin truncar su carrera profesional? Intentar conciliar el cuidado y el trabajo remunerado, si es que es posible, impide atender algo aún más propio: la salud mental.

Publicamos La paradoja de la madre, un fragmento del libro ‘Maternidades imperfectas’, recientemente publicado por María Fernanda Cardona con la editorial Penguin Random House.

Fecha: 2024-03-15

Por: María Fernanda Cardona Vásquez

Ilustración: Matilde Salinas @matildetil

La paradoja de la madre

¿Qué tiene que hacer una mamá que no quiere perpetuar el tópico del sacrificio, pero que desea maternar sin truncar su carrera profesional? Intentar conciliar el cuidado y el trabajo remunerado, si es que es posible, impide atender algo aún más propio: la salud mental.

Publicamos La paradoja de la madre, un fragmento del libro ‘Maternidades imperfectas’, recientemente publicado por María Fernanda Cardona con la editorial Penguin Random House.

Por: MARÍA FERNANDA CARDONA VÁSQUEZ

Ilustración: Matilde Salinas @matildetil

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Antes de ser mamá, no sabía que se podía llorar de tanto cansancio. Además del agotamiento físico, en parte porque dormía muy mal por los miles de despertares nocturnos de Nicolás, estaba cansada de ver cómo todos los intentos por equilibrar los distintos aspectos de mi vida eran en vano, porque la maternidad siempre terminaba adueñándose de la balanza. Me sentía salida de Workin’ Moms, la serie canadiense que, con mucho humor, muestra todo lo que hacemos las madres para lograr la imposible conciliación laboral. Al igual que Kate, la protagonista, quería ser una mujer que materna y trabaja sin mayor problema (como los hombres), pero, como a ella, el mundo me cacheteaba, porque insertarse en el mercado laboral con un bebé es de las cosas más difíciles que he vivido y de las que más frustraciones trae. 

Me sentía en medio de una encrucijada. Por un lado, la vida de madre y, por el otro, el camino del trabajo remunerado. No encontraba cómo realizar las dos. En nuestra sociedad, las madres somos glorificadas por nuestro sacrificio y abnegación, mientras se nos exige productividad y conciliación laboral. Si solo estamos en la casa maternando, somos vistas como seres despreciables por haber caído en la trampa del patriarcado; pero si delegamos el cuidado y tenemos un trabajo remunerado, somos “malas madres” porque no pasamos tiempo con nuestros pequeños y, además, somos “malas trabajadoras” porque, para nosotras, ocho horas de oficina es demasiado tiempo lejos de casa. Esta es una paradoja que parece no tener salida: todo lo que hacemos es insuficiente ante una estructura que romantiza la maternidad mientras nos impide maternar en paz y hacer y ser muchas otras cosas más. En un contexto así, ¿dónde queda nuestra salud mental?

 Queda en medio del intento de conciliar lo inconciliable: el corre corre, el no tener tiempo para cuidar a otras personas ni a nosotras mismas, en la búsqueda incansable del éxito entendido como ganancias económicas y reconocimiento, en la validación de un solo tipo de trabajo —el productivo—, obviando que sostener la vida de nuestros pequeños también es trabajar, aunque no haya remuneración de por medio. Por eso, la crisis de la salud mental materna también es un capítulo dentro de la crisis de los cuidados. Como escribe Carolina del Olmo en ¿Dónde está mi tribu? Maternidad y crianza en una sociedad individualista: “La fatiga no debería ser el estado crónico de tantos padres (…) Y la maternidad no tendría que ser una de las principales causas de estrés o depresión y búsqueda de atención psicológica”.

Las madres vivimos en una paradoja. Esther Vivas lo explica muy bien cuando habla de los dos arquetipos actuales de la maternidad: la madre sacrificada que lo da todo por su familia y la “súper mamá”, que sale al mercado laboral pero cuando vuelve al ámbito doméstico sigue cumpliendo su rol materno a la perfección (lo que se ha llamado la triple jornada laboral). Estos dos arquetipos son incompatibles entre sí, y aún con esa incompatibilidad, las mujeres intentamos ser ambas: sacrificadas y excelentes trabajadoras; amorosas con nuestras criaturas y siempre puntuales en la oficina, y madres perfectas y empleadas ejemplares.

 ¿Intentar habitar esa paradoja es posible? Me gustaría decir tajantemente que no, pero mi experiencia y la de otras madres con las que he hablado me han demostrado que sí lo es, porque  intentamos conciliarla cada día; el problema es que el costo es demasiado grande. “Las madres lo aguantamos todo. Y tal vez ese sea el problema —escribe Carolina del Olmo—. Nos aguantamos. Disimulamos. Movidas en parte por la vergüenza que nos da no amoldarse al ideal de fortaleza que vemos en las demás, y en parte por la falta de alternativas, nos aguantamos”. ¿Y qué sucede cuando aguantamos todo? Lo pagamos con nuestra salud mental.

 En 1963, Betty Friedan, psicóloga y activista feminista, analizó en La mística de la feminidad qué sucedía en la mente de las mujeres estadounidenses que, aunque vivían el final del cuento de hadas, no se sentían satisfechas. Como era la posguerra, un momento en el que las mujeres fueron replegadas en sus hogares para cumplir el rol supuestamente natural de madres y esposas (que se había interrumpido en la Segunda Guerra Mundial cuando los hombres tuvieron que irse a los campos de batalla), a Friedan le interesó mostrar qué sucedía en la mente de esas mujeres, obligadas (aunque no lo supieran y creyeran que era una decisión propia) a ser amas de casas. Si vieron la serie Mad Men, conocen el contexto al que me refiero y a la típica madre de la época: Betty Draper. 

Al respecto, Friedan escribe: “El malestar ha permanecido enterrado, acallado, en las mentes de las mujeres estadounidenses, durante muchos años. Era una inquietud extraña, una sensación de insatisfacción, un anhelo (…) Cada mujer de los barrios residenciales luchaba contra él sola. Cuando hacía las camas, la compra, ajustaba las fundas de los muebles, comía sándwiches de crema de cacahuate con sus hijos, los conducía a sus grupos de exploradores y exploradoras, y se acostaba junto al marido por las noches, le daba miedo hacer, incluso hacerse a sí misma, la pregunta nunca pronunciada: ‘¿Es esto todo’”. Friedan sacó del armario la realidad de la vida doméstica de las mujeres, quienes dejaron sus estudios y tuvieron hijos e hijas porque así lo “desearon” (o era lo que se esperaba de ellas). “¿Y qué era ese malestar que no tenía nombre? ¿Qué palabras utilizaban las mujeres cuando trataban de expresarlo? A veces una mujer decía: ‘Me siento como vacía… incompleta’. O decía: ‘Me siento como si no existiera’”, escribe Friedan. 

Estamos hablando de un libro que se publicó hace sesenta años, y eso que expresaban las mujeres a las que Friedan entrevistó es algo que podría decir yo o alguna de mis amigas madres. Pero, a diferencia de ellas, no lo diríamos solo para referirnos a la vida doméstica sino también a la vida en el mercado laboral. Porque, aunque nosotras ya tenemos la posibilidad de ejercer otros roles además de los de esposa y madre, la realidad es que son tantas las dificultades en una sociedad anticuidados que nuestros sentimientos son muy similares a los de esas mujeres de la posguerra: diminutas, invisibilizadas e incluso despreciadas.

 Por eso, la solución no es conquistar el espacio público sin hacer una crítica a cómo está concebida nuestra estructura social, porque no puede haber salud mental materna (y, en realidad, no puede haber salud mental de ninguna clase) en una sociedad donde la vulnerabilidad es considerada debilidad; la interdependencia con otros seres humanos, ausencia de libertad, y la necesidad de cuidados, una amenaza para la productividad. Sí, salimos al mercado laboral, pero las mujeres, las esposas y las madres seguimos sintiéndonos minimizadas, invisibilizadas y, sobre todo, solas. 

Portada de Maternidades Imperfectas, el nuevo libro de María Fernanda Cardona Vásquez que contiene el capítulo La paradoja de maternar.
Portada de Maternidades Imperfectas, el nuevo libro de María Fernanda Cardona Vásquez que contiene este capítulo.

Aquí quiero hacer un paréntesis, porque la conciliación laboral es uno de los grandes temas de la maternidad y en la actualidad no se ha encontrado una solución permanente. Hay corrientes que hablan de licencias de maternidad más extensas, flexibilización horaria, subsidios a quienes ejercen labores del cuidado y corresponsabilidad paterna. Con todo esto estoy de acuerdo; sin embargo, se continúa tratando de conciliar lo inconciliable, porque el problema de raíz está en un mercado laboral construido por y para hombres, que tradicionalmente no se han vinculado con el cuidado de sus hijos e hijas ni de nadie. Es por esta razón que decidí no escribir un capítulo específico sobre el trabajo remunerado, pues es un tema que, a mi modo de ver, es transversal y, de manera directa o indirecta, es abordado cuando critico una sociedad antimaternal que desprecia la vulnerabilidad, los cuidados que necesitamos todas las personas y afecta nuestra salud mental de diversas formas. Además, este es un asunto que, como la mayoría de las madres, intento conciliar todos los días, por lo que más que respuestas tajantes tengo observaciones, preguntas y reflexiones que voy consignando en los capítulos de este libro.