¿Cómo enfrentan el fuego en El Paraíso?

Fecha: 2024-01-26

Por: María Paula Murcia Huertas

Fotografía: María Paula Murcia Huertas

¿Cómo enfrentan el fuego en El Paraíso?

Por: MARÍA PAULA MURCIA HUERTAS

Fotografía: María Paula Murcia Huertas

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El incendio del cerro El Cable empezó el miércoles 24 de enero hacia el mediodía. No saben qué lo causó, pero los habitantes del barrio El Paraíso, el más cercano a este cerro, ubicado en la localidad de Chapinero, al oriente de Bogotá, concuerdan en que muy probablemente fue provocado. Fue un grupo de vecinos de este barrio el que primero subió a tratar de controlar el incendio. “Si se hubieran dejado coger ventaja, el fuego ya estaría cerca del barrio”, dice una mujer mientras reparte bebidas bajo la carpa de alimentación e  hidratación que la comunidad instaló desde ese día. 

Los bomberos llegaron más tarde. Para ese momento la comunidad de El Paraíso ya había empezado a rotar mensajes por WhatsApp pidiendo donaciones para alimentar e hidratar a las personas que, con palas, machetes y botellas de agua, trataban de apagar el incendio. “Por WhatsApp y las redes sociales empezamos a poner estados, y la gente comenzó a preguntar ‘¿a dónde le envío? ¿qué le envío? ¿qué necesitan?’ La comunidad ha sido muy unida y nos ha ayudado mucho en eso”, dice Dora Rodríguez, habitante del barrio.

Un nuevo foco del incendio se prende sobre las copas de los pinos en el cerro.
Los bomberos atraviesan el bosque quemado para llegar a la cima, donde persisten las llamas
Donde el fuego estuvo, quedan después solo los troncos calcinados.

Hoy es jueves 25 de enero y los vecinos del Paraíso continúan reforzando los intentos de la policía, los bomberos y el ejército por apagar los focos de incendio activos que se avizoran desde el barrio. El Paraíso está ubicado en un alto, incrustado en la montaña. Es el último barrio, la transición entre la ciudad y el bosque. Es un borde periurbano de la ciudad en el que las personas cohabitan con el monte tanto como con las calles. Conocen sus caminos, sus atajos, sus claros. “Aquí se murió el bombero cuando se volteó el camión”, “en este claro nos gusta acampar”, “por este lado durante años vinimos a celebrar el 7 de diciembre con los añosviejos y las hogueradas y nunca se nos prendió el cerro”, cuentan dos jóvenes habitantes de El Paraíso mientras regresan de la montaña. A sus espaldas, en lo alto, se erigen columnas de fuego coronadas por un humo espeso. 

La gente de este barrio conoce la montaña. Por eso siguen subiendo por atajos, cargados de agua, bocadillos, naranjas, palas, picas y machetes, evitando el bloqueo de los funcionario del Distrito, que no les permiten usar el paso por el que suben los camiones, las camionetas y las cuatrimotos de los socorristas.  

“Las personas y los muchachos que subimos somos cuidadores de los cerros orientales; tenemos un sentido de pertenencia. Hemos estado todo el tiempo acá y obviamente uno no se va a quedar esperando a que lleguen los socorristas, porque mientras hacen todos sus protocolos, la montaña se sigue incendiando”, dice Óscar Alemán, artista y habitante del barrio que subió a apoyar en la extinción del incendio el día que se prendió. 

El punto en donde empezó el incendio queda en el filo de la montaña. Allá arriba hay una estación de policía. Una carretera une ese punto con la calle 42 con carrera 5 este, en la parte alta del barrio y donde inicialmente instalaron el puesto de mando unificado (PMU). Por esta carretera suben, a duras penas, algunos miembros del cuerpo de bomberos y del ejército. Necesitan vehículos muy potentes y adaptados a la trocha para subir porque la carretera, lejos de ser un terreno llano, es un tajo de polvo lleno de grandes rocas y huecos que la hacen inestable. Incluso así, las camionetas deben ir despacio. Solo las cuatrimotos aguantan más velocidad. Al resto —otros bomberos, brigadas del ejército, miembros de la comunidad e incluso voluntarios que llegan al barrio para ayudar— les toca caminar. 

Las mujeres que operan la carpa comunitaria del barrio le dan comida e hidratación a las personas que van hacia la montaña. La generosidad de los bogotanos ha permitido que tanto el punto de acopio de la Alcaldía, como el de la comunidad, permanezcan abastecidos. Pero una vez en la montaña, no es tan fácil acceder a estas provisiones. Quizás cada tanto las camionetas y las cuatrimotos suban con hidratación y comida para quienes permanecen arriba de cara al fuego, pero no es tan frecuente. En tres horas, no llega ningún abastecimiento para bomberos y ejército.  

Justo por eso a cada rato suben grupos de personas del barrio. Llenan a tope morrales, maletines y hasta bolsas reutilizables de supermercados. Llevan agua, comida, toallas mojadas, bolsas de basura, gotas humectantes para los ojos y algunos, los que tienen y pueden, herramientas. Esa carga pesa, pero igual la llevan. Se la van turnando mientras suben la ladera tapizada de residuo de pino seco que acidifica y seca el suelo, por lo que no deja que crezca nada más allí. Con una carretera en tan malas condiciones, y un incendio que no da tregua, pues cada vez hay más focos, la fuerza de la comunidad que sube repartiendo agua y comida es un apoyo indispensable para todas las personas que tratan de controlar el fuego. 

Óscar Alemán, artista y habitante del barrio, sabe muy bien por dónde subir para llegar a donde están trabajando bomberos y comunidad. Es la  segunda vez que sube desde que empezó el incendio. Va con dos vecinos del barrio, que llevan una pica, naranjas, bocadillos y más agua. Él se echa al hombro un morral negro grande con alrededor de 20 litros de agua, que se turna con Nicolás, su vecino, durante la caminata. Además van cinco voluntarios que suman a las herramientas un machete y una pala y a la comida algunas botellas de Electrolit, maní y más agua. Los locales guían y cada vez que se topan con alguien, ofrecen agua y comida. Aunque en el camino algunos bomberos les piden que no arriesguen sus vidas, haciendo eco de las comunicaciones oficiales que desde la Alcaldía y el cuerpo de bomberos han hecho, pidiéndole a civiles no acercarse a los incendios, la mayoría de soldados, bomberos y comunidad reciben el alimento y la bebida y agradecen.

Un grupo de habitantes del barrio, acompañados de voluntarios, suben al cerro para llevar comida y ayudar a apagar las llamas.
Óscar y Nicolás, vecinos del barrio y conocedores de la montaña, ayudan a una rescatista del ejército a subir la ladera.
Aún sin equipos especializados, se enfrentan con palas y picas a los focos que apenas se prenden. Cada fuego que extinguen, es uno menos que crece.
Con la llama controlada, usan agua para terminar de apagar la tierra hirviendo.
Óscar ofrece bocadillos a los soldados que suben a continuar con las labores de apagar el incendio.

El grupo ayuda como puede con las herramientas que lleva. En varios momentos apartan vegetación seca que rodea columnitas de humo que fueron o iban a ser llamas. Se encaraman también en una ladera en donde ya hay llamas que amenazan con llegar a las ramas secas de un eucalipto torcido más arriba. Rastrillan por los lados, le dan palazos al foco de fuego y finalmente suben un bidón de agua para terminar de apagar el suelo encendido. En comparación con las imágenes de estos días de columnas de fuego de varios metros, extinguir cada uno de estos fueguitos parece una proeza menor. Pero cada vez que alguno de estos voluntarios apaga uno, el incendio pierde una oportunidad de arrasar con todo. 

A su regreso, los voluntarios bajan recogiendo las botellas que los socorristas sedientos han dejado en el camino durante las últimas 24 horas. “La montaña lo agradece”, dice Óscar. Al llegar abajo, Sonia Morales, recicladora del barrio, está presta a recoger, acopiar y seleccionar lo que los voluntarios traen. 

Todos hacen lo mejor que pueden para contener la emergencia. “La juventud es la que tiene que ponerse el overol y colaborar en lo que más pueda”, dice Jorge Rodríguez, vecino de El Paraíso desde hace 70 años. “Ayer llenaron una camioneta con agua y refrigerios y eran las 7:00 de la noche y no la habían subido. Y el infierno que es el calor que hace allá. Entonces sí, que llegue la Alcaldía pero que no se pongan a hacer bandera [los del Distrito]. Porque hay mucho cacique y poco indio. Mire cuánta gente hay allá [en el PMU] de diferentes entidades, ¿para qué?”. 

En la casa de la familia Rodríguez, a la vuelta de la esquina de donde la comunidad montó la carpa de alimentación e hidratación, hay una enorme olla tamalera en la que hierve un caldo de costilla. Tres personas son necesarias para bajarla de la estufa y dos más la cargan hasta la carpa al medio día. Ahí le reparten por igual a funcionarios de la Alcaldía, personas del barrio, ejército, bomberos y hasta periodistas. Toman caldo mientras esperan que esté el arroz con pollo que en otra casa están preparando. La olla comunitaria sostiene esta operación masiva y necesaria. Cientos de personas subiendo a más de 3.000 metros sobre el nivel del mar, en un ambiente de humo, calor y sed, necesitan energía.  

Dora Rodríguez, habitante de El Paraíso, prepara el caldo para la olla comunitaria con las donaciones que han recibido en los últimos días.
Lina Alemán y su hermano suben la olla hasta la carpa comunitaria que instalaron en el barrio para ofrecer comida a quienes suben al cerro.
Las mujeres que gestionan la carpa comunitaria reparten el caldo.

Según comunicaciones oficiales que se movieron en redes sociales, el PMU no necesita más donaciones. Pero las personas del barrio cuestionan esta decisión porque “La carpa del PMU está llena de Electrolit, de pan, pero de allá no nos están dejando sacar nada. Bajó un chico que es auxiliar de policía y fue la comunidad la que le dio agua para que pudiera subir a hidratar gente”, dice Lina Alemán, habitante del barrio y una de las mujeres que ha estado colaborando en la gestión de la carpa comunitaria. 

Por eso se molestan cuando los funcionarios de la Alcaldía no quieren entregarles las donaciones que llegan para la comunidad, con la excusa, según cuentan ellas, de que llegaron a la carpa del PMU y no a la carpa donde reparten el caldo de la olla comunitaria. Reclaman porque es la comunidad la que ha estado dándole de comer a la gente y es allá a donde llegan a pedir tinto, frutas, hidratación y comida. Y no solo quienes suben, o bajan, sino todos los funcionarios que permanecieron en el PMU. En la comunidad siguen necesitando provisiones. 

Este no es el primer incendio en los cerros orientales, ni la primera alerta sobre las consecuencias de fenómenos de cambio y variabilidad climática, ni el primer indicio de la gravedad de reemplazar un bosque nativo por especies como el pino y el eucalipto. “Tuvimos la experiencia de un incendio hace años que alcanzó todo lo que pudo, incluido Monserrate, y casi no se puede apagar. Por eso es que estamos asustados”, explica Jorge Rodríguez, habitante del barrio por décadas. Pide al gobierno distrital el mantenimiento de la carretera, que permitiría una labor más rápida para acabar con el incendio, pero también pide a la CAR colaboración para erradicar todo el pino mientras señala en la montaña las últimas casas que se ven medio escondidas por estos árboles. 

Óscar cree que es “muy chévere ver a la comunidad organizada” en El Paraíso. Su apreciación contrasta con las discusiones ocurridas en redes sociales en los días anteriores, que se preguntan por la responsabilidad de las comunidades en la provocación de los incendios. Jorge, su abuelo, concluye: “si uno trabaja en comunidad, le dicen que es el mal, etcétera, etcétera y que uno se roba todo. Pero no se dan cuenta de lo que hay que bregar”.