El cerro en llamas

La fotógrafa y periodista Isabella Bernal subió a la montaña ardiente. Mutante presenta este breve foto-ensayo del incendio en Bogotá y los esfuerzos por apagarlo.

Fecha: 2024-01-24

Por: Isabella Bernal Vega

Fotografías por Isabella Bernal Vega

El cerro en llamas

La fotógrafa y periodista Isabella Bernal subió a la montaña ardiente. Mutante presenta este breve foto-ensayo del incendio en Bogotá y los esfuerzos por apagarlo.

Por: ISABELLA BERNAL VEGA

Fotografías por Isabella Bernal Vega

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Mi nariz respira el aire lleno de microscópicas partículas negras y mis ojos desafían las nubes de humo que desde hace 35 horas flotan sobre los cerros orientales de Bogotá.
Los incendios forestales suceden todos los días, pero nunca tan cerca del centro de la capital, y menos de vecinos como los residentes de Rosales y Chapinero. Muchos de ellos son caminantes o corredores aficionados que suben a diario esa montaña. Desde sus apartamentos, se asoman para ver la humareda con asombro. Para el resto de la ciudad, tal vez, el desastre está pasando desapercibido, si acaso alcanzan a percibir el olor a quemado en el ambiente.
“Pudo ser un vidrio”, dice el Inge, como llaman todos a Luis Adrián Pulido, el hombre que trazó el camino para que los soldados rescatistas y los bomberos pudieran subir por el monte. Lo hizo el lunes 22 a las ocho de la mañana, apenas vio desde la ventana de su apartamento que se prendía el cerro. Cuando llegó, el bosque ardía más que hoy, aunque el fuego estaba más concentrado. El bombero Segura dice que la causa fue una fogata mal apagada que se avivó con el calor de la mañana.
Los bomberos persiguen las llamas vivas entre las pendientes del bosque. Después de horas descienden con el rostro ennegrecido, mientras los otros, abajo, se preparan para el relevo.
Los helicópteros transportan los tanques color naranja de donde salen ráfagas del agua que viene del embalse San Rafael. Pero no son suficientes. Un solo helicóptero no alcanza a apagar la candela.
Cuarenta bachilleres policías, la mayoría mujeres, suben a hombros un kilómetro de manguera con la que intentarán arrastrar el agua desde la quebrada La Vieja, hasta la cima.
“¡Rosca y enganche!” gritan los bomberos desde abajo, coordinados por el Comandante Fidel Medina. Esa es la instrucción para asegurar un tramo más de manguera, que por fin llegó hasta el terreno incinerado, donde todavía hay flamas que se agitan. Un vaho caliente emana sobre el suelo que antes era húmedo.
Cuando el sol se esconde, la luz de la luna ilumina los tramos despoblados y el resplandor de la ciudad dibuja las siluetas de los árboles que aún conservan su follaje. Sobre el costado izquierdo de un paisaje artificial, sobresale la punta amarilla de la Torre Colpatria, un emblema de esta ciudad que nunca, en mis recuerdos, se había sentido tan amenazada por el fuego intempestivo en sus montañas. El fuego se sigue propagando.
Las chispas vuelan de un lado a otro. Se ven piñas chamuscadas y troncos vacíos. Los cusumbos asustados no tienen adonde ir, un búho fue rescatado y un coatí se salvó porque logró correr hasta la Avenida Circunvalar.
El bosque nativo desapareció. Solo quedan unos cuantos arbustos lacerados, el resto es tierra negra.