Vendedores ambulantes: los colombianos que no votan aunque quisieran
#HablemosDeLaSegundaVuelta #HablemosDeLasElecciones2022
Fecha: 2022-06-19
Por: Juan Arias
Fotografías: Juan Arias
Fecha: 2022-06-19
Vendedores ambulantes: los colombianos que no votan aunque quisieran
#HablemosDeLaSegundaVuelta #HablemosDeLasElecciones2022
Por: JUAN ARIAS
Fotografías: Juan Arias
El día de las votaciones para la primera vuelta de las elecciones presidenciales fui a media tarde al Coliseo El Pueblo, el centro de votación más grande de Cali. A la salida, mientras caminaba por un callejón lleno de puestos de vendedores ambulantes me antojé de un helado. Pagué 2.000 pesos por un cono de vainilla y empecé a caminar hacia mi casa. Mientras volvía, una pregunta me quedó rondando en la cabeza: ¿el señor que me había vendido el helado había votado?
Regresé y le pregunté. El hombre había salido de su casa a las ocho de la mañana pedaleando en su carro de helados hasta un punto mayorista en la autopista suroriental y luego se dirigió al Coliseo, donde la alta afluencia de gente podía garantizarle un buen ingreso. Tras recorrer unos 10 kilómetros, que le tomaron unas dos horas, llegó a vender su producto. Fue un día muy bueno en ventas, pero no había alcanzado a votar.
Volví a casa pensando en que su caso no debía ser aislado. En otras partes del país seguramente otras personas como el señor de los helados no podían ejercer su derecho al voto por una presión económica. Su necesidad de sobrevivir está por encima de ese derecho.
En Colombia el voto no es obligatorio como sí lo es en otros países y el abstencionismo, en la primera vuelta, rondó el 45 %, la cifra más baja en los últimos 20 años. Las razones para no votar son diversas, y entre ellas están las de los vendedores ambulantes, que aunque quisieran sufragar tienen otras prioridades.
Cálculos del Sindicato de Vendedores Ambulantes y Estacionarios de Cali estiman entre 25.000 y 30.000 el número de personas que, después de la pandemia, dependen del espacio público para ganar un mínimo vital en la ciudad. Actualmente, la Secretaría de Seguridad y Justicia de la Alcaldía de Cali lidera un proyecto de caracterización de vendedores informales y ha censado a aproximadamente 16.000 de ellos. El secretario Jimmy Dranguet explicó, a través de su oficina de prensa, que el objetivo de la caracterización es organizar el espacio público desde la atención integral a los vendedores informales, reconociéndolos como población vulnerable, que necesita oportunidades.
Caminando por el Bulevar del Río, en el centro de Cali y vía de acceso al Centro Administrativo Municipal (CAM), hay otros vendedores ambulantes como Patricia López, de 58 años y quien lleva más de 10 trabajando con su carro donde lleva variedad de productos comestibles. Todos los días lo empuja desde un parqueadero hasta la esquina en la carrera octava. Antes trabajaba como empleada doméstica en casa de una familia de El Refugio, un barrio de clase media-alta. Cuenta que las condiciones y exigencias de ese trabajo le hicieron dejarlo y luego encontró en las ventas ambulantes un espacio más digno para trabajar. “La verdad me gusta mi trabajito porque soy independiente”, dice. Le encantaría votar, explica, pero ella y su madre necesitan asegurar la comida diaria, y el día de las votaciones es de buena venta.
La zona del CAM es otro de los puntos de gran afluencia de votantes en Cali. Ahí también está Yeisson Cortés y su puesto de ventas ambulantes, al lado de la Notaría Segunda. Trabaja ahí hace 15 años. Dice que su madre empezó a trabajar en ese lugar, pero ahora por su edad ya no puede y es él quién se encarga del negocio. Trabaja todos los días de seis de la mañana a seis de la tarde. A veces le va bien y a veces no tanto, cuenta. Recuerda a la pandemia como un período muy difícil en el que se vio obligado a pedir dinero en las calles a quien apareciera, debido al confinamiento estricto.
Sobre la caracterización de vendedores ambulantes que realiza la Alcaldía de Cali dice que “no todo el mundo sabe ir a la Alcaldía a censarse. Es una pérdida grande”. Se refiere al tiempo y dinero que deben invertir para eso. “Uno muchas veces va a estos programas, se sienta, hay una charla, pero esa charla pasa a otra charla y no vemos solución. La verdad no vemos solución. Si se pierde, se pierde ese día, ya no se puede uno decir: lo voy a recuperar el día de mañana”. Calcula que un día sin trabajar puede representar entre 20.000 y 25.000 pesos y en el mejor de los casos, entre 30.000 a 40.000. “En la casa espera… en la casa hay niños que alimentar, es un arriendo que hay que pagar”, señala.
Al preguntarle si votará el domingo 19 de junio, día de la segunda vuelta presidencial, dice que no se puede dar el lujo de perder media mañana en votar. Cada minuto de trabajo cuenta para permitirle recoger lo que necesita para su subsistencia.
En el cruce peatonal entre el Instituto Departamental de Bellas Artes y el CAM está Víctor Gallego, un hombre de mediana edad con ojos claros. Me extiende una silla de plástico para conversar mientras me regala un café. Recientemente llegó a este punto, a donde se movió porque en el lugar en el que estaba antes casi “quiebra” por la poca afluencia. Vende minutos, cigarrillos, algunas bebidas, golosinas, entre otras cosas. Los días que no trabaja se gasta lo poco que gana en los días que sí lo hace.
El día de las votaciones sabe es un buen día para obtener ingresos. “Uno puede aprovechar para vender gaseosa, cigarrillo porque hay montonera, hay gente (…) Uno aprovecha ese día porque estos meses por acá es muy solo”, dice en referencia a las vacaciones de los estudiantes del Instituto que afectan las ventas.
Víctor no puede trabajar en ninguna empresa porque tiene un problema de visión que lo limita mucho. “Me toca rebuscármela en la calle, invadir espacio público”, dice.
Al frente de Víctor está Hilda Martínez. Desde hace 13 años vende con su carrito chicles, cigarrillos, golosinas y otros productos. Dice que solo trabaja de lunes a viernes y que sí planea votar este domingo, cuando se definirá entre Gustavo Petro y Rodolfo Hernández, al próximo presidente de Colombia.
Hilda está segura de que sus compañeros no votarán porque ellos trabajan todos los días. Además se lamenta de que el trabajo es difícil porque se hace bajo el sol y la lluvia, y con el temporal de los últimos días las ventas se ven afectadas. Muchas veces ha regresado con poco hasta el Barrio Villanueva donde vive a más de una hora del lugar.
En la plazoleta de camino al CAM hay otro grupo de ambulantes que venden cholados, ese raspado de hielo con fruta y leche condensada, tan apetecido en Cali los días de mucho calor. Ahí Angie Ortiz cuenta que llegó hace cinco años después de haber buscado trabajo. Dice con orgullo: “Me puse mi negocio”. Se levanta a las cuatro de la mañana para ir a comprar fruta y llegar temprano a picar y preparar todo. No tiene ayudante porque no le alcanza para pagarle. El invierno también la ha afectado porque el caleño con frío no come cholado y los pocos clientes son algún “rolo” o extranjero que quiere probar cholado. Los días que le va mal al menos hace 10.000 pesos, lo mínimo que necesita para el almuerzo. Otros días no hace nada y opta por consumir la fruta de su negocio.
Sobre las elecciones del domingo dice que sabe muy poco de política y que no le queda tiempo para eso. Además, que le da igual quien gane, “eso es la misma cosa de siempre”. Ve cómo la gente pelea por uno u otro candidato, pero ella prefiere dedicarse a trabajar. Sobre el domingo, cuando planea trabajar de siete de la mañana a cuatro de la tarde, lo único que le preocupa es que no llueva para que no se afecten las ventas.
En otra parte de la ciudad, sobre el Puente Ortiz, Yolanda Cortés, una mujer mayor, está sentada serenamente a pleno sol del mediodía con un radio sobre su regazo. Vive en La Casona, en el Distrito de Aguablanca, uno de los barrios más pobres de Cali, desde donde viaja “de lunes a lunes” desde hace 35 años. Unos días le va mejor que otros, pero se queja de que las cosas están cada vez más caras y el trabajo difícil. En ese momento se siente enferma de la garganta, pero no puede descansar. Dice que sí o sí debe hacerlo. Yolanda es una de las vendedoras censadas por la Alcaldía. Tiene su identificación y sabe que fue lo mejor porque ya no la molesta “el lobo”, como llaman a la autoridad de espacios públicos de la Alcaldía. “Ya no molestan. Antes uno tenía que correr como un ladrón”, señala. Sobre si votará o no el domingo solo responde que debe trabajar: “Tengo que comer. ¿A mí quién me va a dar mi comida? ¿A mí quién me va a pagar los recibos? Si yo tuviera eso asegurado, yo iría a votar”, afirma.
Tampoco tiene mucha esperanza de que su vida cambie con el nuevo presidente, pero sí espera el domingo por otra razón: “El día de las votaciones a mí me va bien. En un día me hago lo que me hago en dos días”.
Mientras que muchos colombianos saldrán a las urnas el domingo, para otros muchos la prioridad será sobrevivir con lo que puedan ganar con el trabajo sacrificado de las ventas ambulantes. En esta democracia imperfecta, las desigualdades incluyen también al voto, y esas personas que más necesitan la atención del Estado, que claman por políticas sociales que mejoren sus vidas, son las mismas que se ven obligadas a quedarse al margen de elegir a sus gobernantes.