Salvar primates en una amazonía patriarcal y en emergencia climática
El tráfico de fauna silvestre es uno de los negocios ilícitos más rentables del mundo y para algunos pobladores de la selva amazónica ha sido durante años una de las pocas formas de obtener ingresos. Ángela Maldonado, ambientalista y primatóloga, y dos comunidades indígenas de la frontera colombo-peruana están reemplazando la caza de animales por un turismo de conservación, especialmente de primates, una especie clave para regenerar una región amenazada por la deforestación.
Fecha: 2023-08-28
Por: Lía Valero
Esta publicación es apoyada por Earth Journalism Network y hace parte de Guardianas, un proyecto visual de Lia Valero sobre defensoras de recursos naturales en Colombia, uno de los países más biodiversos del mundo.
Fecha: 2023-08-28
Salvar primates en una amazonía patriarcal y en emergencia climática
El tráfico de fauna silvestre es uno de los negocios ilícitos más rentables del mundo y para algunos pobladores de la selva amazónica ha sido durante años una de las pocas formas de obtener ingresos. Ángela Maldonado, ambientalista y primatóloga, y dos comunidades indígenas de la frontera colombo-peruana están reemplazando la caza de animales por un turismo de conservación, especialmente de primates, una especie clave para regenerar una región amenazada por la deforestación.
Por: LÍA VALERO
Esta publicación es apoyada por Earth Journalism Network y hace parte de Guardianas, un proyecto visual de Lia Valero sobre defensoras de recursos naturales en Colombia, uno de los países más biodiversos del mundo.
Ángela Maldonado dice que se considera más mono que persona. Durante más de 30 años ha estudiado a los primates y tiene la sensación de que se comunica mejor con ellos que con los humanos; valora su honestidad y la colaboración para proteger a las crías y respetar a los monos mayores.
Para describirse a sí misma, Ángela usa la comparación con los primates. Unas veces se siente sociable como el churuco (Lagothrix lagotricha), el más grande de Suramérica y declarado por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza IUCN en estado vulnerable debido a que su población se ha reducido por la caza. Otras veces, se siente un mico maicero (Sapajus apella), pequeño y siempre listo para pelear con sus depredadores.
“Algo que me gusta mucho de los primates es que son altruistas. ¡El ser humano con todo lo que tiene y cómo ataca a su propia especie!”, dice esta científica, primatóloga, doctora en Conservación de la Universidad de Oxford Brookes en Inglaterra y quien desde 2007 dirige Entropika, una ONG con sede en Leticia, capital del departamento Amazonas, en la triple frontera que Colombia comparte con Perú y Brasil.
Los primates son de suma importancia para mantener el bosque en continua regeneración porque en su movimiento por la naturaleza consumen, digieren y dispersan semillas de diferentes especies. Una labor clave en medio de una Amazonía deforestada –producto de la ganadería extensiva y los cultivos ilícitos, principalmente– sin suficientes autoridades, con altos niveles de corrupción, y donde operan grupos armados ilegales que están detrás de actividades como el narcotráfico, la minería ilegal y el tráfico de vida silvestre, un negocio que mueve globalmente entre 7.800 y 10.000 millones de dólares por año, según el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de Estados Unidos (ICE) .
Durante más de tres décadas, Ángela ha recorrido el bosque amazónico y el río Amazonas, el más caudaloso del mundo, con estas intenciones: lograr que las especies de primates sigan libres y combatir el tráfico ilegal de animales en la frontera colombo-peruana. Pero como gran parte de las y los defensores ambientales en Colombia –uno de los países más letales del mundo para las personas defensoras de la tierra y el medioambiente, según Global Witness–, Ángela también ha sufrido amenazas e intimidaciones por parte de quienes se lucran con la extracción de recursos naturales.
“Rescatar un animal del tráfico, rehabilitarlo y luego ver cómo se integra a la selva te da una gratificación muy grande. Ahí me di cuenta de que a eso quería dedicarle mi vida”
Cuenta que varias veces ha recibido llamadas amenazantes. En una de ellas, la voz detrás del teléfono se refería a Ángela como “niñita” para menospreciarla y minimizar su condición de mujer. En otra ocasión, en 2019, fue un correo electrónico con una amenaza de muerte. Tras la denuncia ante las autoridades y la evaluación del riesgo, le asignaron temporalmente un esquema de protección del Estado. “La mayoría de personas que están metidas en el tráfico son hombres y les molesta muchísimo que sea una mujer la que los pone en evidencia”, cuenta Ángela, quien fue premiada por su liderazgo en 2020 por la National Geographic Society y con el Whitley Gold Award en 2010.
“Cuando los indígenas me veían chiquita, flaquita, blanquita siempre decían: ‘No, esa niña no aguanta campo’. Al principio me ponía muy brava, pero ahora no. Uno demuestra las cosas con hechos, no argumentando”, dice.
La primera vez que rescató a un mono del tráfico ilegal fue en los noventa, y para liberarlo viajó hasta el departamento del Vaupés, en el sureste de Colombia, a la Estación Biológica Caparú, dirigida en esa época por el primatólogo estadounidense Thomas Defler. Para entonces, Ángela estudiaba Administración de Empresas y lo poco que había aprendido sobre conservación y rehabilitación de primates lo había hecho gracias a la lectura de libros y documentos, la mayoría con ayuda de un diccionario para traducir al inglés.
En esta región, poblada principalmente por indígenas, se libraba un conflicto con la ahora extinta guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), que obligó al primatólogo Defler a abandonar Vaupés, luego de que atentaran contra su vida. Ángela decidió quedarse y administrar la estación. Su visita se alargó por tres años. “¿Cómo iba a dejar a los animales solos?”, cuenta. “Rescatar un animal del tráfico, rehabilitarlo y luego ver cómo se integra a la selva te da una gratificación muy grande. Ahí me di cuenta de que a eso quería dedicarle mi vida”, explica.
Pero el principal reto no era la liberación, sino atacar el origen del problema: evitar que los animales tuvieran que salir de la selva.
Comunidades indígenas: entre la caza de primates, el turismo y los cultivos ilícitos
Hoy, como lo hace desde hace más de 10 años, Ángela se sube en un bote a motor con una pequeña maleta, botas y gafas de sol para navegar por el río Amazonas. El recorrido dura tres horas por el imponente caudal de agua marrón, entre delfines que se avistan y una súbita lluvia torrencial. El lugar de destino es Vista Alegre, Perú, una comunidad a 60 km al oeste de Leticia. En esa población, Ángela lleva un largo proceso de trabajo para que excazadores indígenas de la etnia Yagua y Tikuna puedan reemplazar la extracción ilegal de animales por el turismo de conservación y así generar ingresos a largo plazo.
Como parte de los procesos organizativos y con el apoyo de Entropika, en Vista Alegre los indígenas se capacitaron en cocina, guianza, observación de aves y delfines, y crearon la Asociación de Turismo Comunitario Musmuki para ofrecer caminatas por la selva, observación de vida silvestre y turismo experiencial con guías locales.
En Vista Alegre, la mayoría de hombres indígenas capturaban y cazaban otra especie de primate: el mono nocturno Aotus nancymaae o Musmuki, como se le conoce en Perú. Esta especie solo se encuentra en la selva amazónica y es clave para regenerar bosques inundables, como los que hay en los 640 km2 de Vista Alegre. Los monos de esta especie son efectivos dispersores de semillas, lo cual permite que la selva se mantenga viva y diversa. La especie está descrita como vulnerable en el Libro Rojo de la IUCN.
Por más de 25 años, los Aotus fueron usados para el mercado de investigación de la malaria, por la gran similitud de su sistema inmune con el del ser humano. Aunque en Colombia es válida la experimentación biomédica bajo ciertos protocolos, esta práctica ha generado controversia en la región.
Durante años ha existido una batalla legal entre el inmunólogo Manuel Elkin Patarroyo, director de la Fundación Instituto de Inmunología de Colombia (FIDIC), y Ángela Maldonado, desde la Fundación Entropika. Patarroyo ha realizado investigaciones sobre la vacuna contra la malaria desde los ochenta, con métodos de captura y de estudio de diversidad biológica de especies de primates Aotus, con permisos de la autoridad ambiental colombiana Corpoamazonía. Las denuncias de Ángela expusieron que la FIDIC capturaba y utilizaba ilegalmente micos Aotus nancymaae, del lado peruano, sin permisos administrativos ni estudios poblacionales adecuados para su uso.
En 2013, el Consejo de Estado colombiano dictaminó que Patarroyo no podía seguir recolectando micos Aotus provenientes de la selva. En caso de continuar con su investigación de malaria, cuyo avance se encontraba en un 83 %, debía trabajar con micos criados en cautiverio, con un zoocriadero. Ante esto, el FIDIC, en cabeza de Patarroyo, interpuso una tutela que fue fallada en su favor en 2014, de nuevo por el Consejo de Estado, permitiéndole volver a tener una licencia de investigación con Aotus, siempre y cuando se cumpliera una condición: solo si Corpoamazonía presentaba un informe que determinara si la FIDIC cumplió con las exigencias impuestas. Actualmente sus actividades siguen suspendidas.
Ahora la preocupación de la comunidad de Vista Alegre no es cazar para vivir, sino conservar y sobrevivir en el intento, después de una pandemia que obligó a integrantes de las comunidades indígenas a dejar el turismo y dedicarse a los cultivos ilícitos de coca.
En 2009, varios habitantes de Vista Alegre empezaron a trabajar con Ángela en censos de fauna, diurnos y nocturnos, para buscar monos y recoger información. Seis meses después, ella empezó a indagar sobre el tema de la cacería, algo que no podía pasar sin que la comunidad se sintiera cómoda para hablar en confianza.
“Al llegar a las comunidades, muchas veces te dicen mentiras o lo que quieres escuchar. Yo no puedo recoger y llenar encuestas en un sitio donde no me conocen y creer que es la información real. Toda la información hay que triangularla, y sobre todo ganarse la confianza de la gente”, explica Ángela.
Uno de los excazadores es Juan Diego Holanda y su padre, Harlen Rodríguez. Para ellos, cazar era una forma de trabajo. Según cuenta Juan Diego, por cada primate entregado recibían hasta 20.000 pesos colombianos. El método era muy claro: talar los árboles alrededor del nido de cada mono, treparse al único árbol libre, hacer salir al mono de su guarida y atraparlo con mallas para llevarlo en bolsas con huecos, y entregarlo a quién lo comprara, especialmente para la experimentación de la vacuna de la malaria.
“Cada fin de semana recogían micos”, cuenta Juan Diego, desde Vista Alegre. “Ganábamos plata, pero yendo a la realidad estábamos haciendo un mal a la selva. A esos miquitos se les maltrataba mucho”, reconoce.
En Perú, entre 2009 y 2014 se decomisaron cerca de 17.000 animales vivos que iban a ser traficados, según el Servicio Forestal y de Fauna Silvestre (Serfor), encargado de luchar contra el tráfico de fauna silvestre.
En la selva, que en el imaginario mundial es un lugar exótico, verde, disponible para la aventura, se esconde también otra realidad. Dentro de la densidad de sus árboles hay cultivos de coca y miles de hectáreas deforestadas. Entre 2001 y 2018, la selva peruana perdió más de 22.848 km² de sus bosques amazónicos para uso agrícola, la ganadería, la minería ilegal y la proliferación de cultivos ilícitos, según el informe de 2020 Amazonía Bajo Presión, de la Red Amazónica de Información Socioambiental Georreferenciada (RAISG). Y al 2021, la minería tuvo un incremento de 1.461 %, según un estudio de Map Biomas, del lado colombiano.
Mientras se pone en marcha el Plan Integral para la Vida, un programa del Ministerio de Ambiente colombiano para detener la comercialización de especies silvestres en todo el territorio, la población de comunidades sobre el río Amazonas tiene que decidir entre trabajar en economías ilegales o en turismo. En el mejor de los casos logran hacer turismo comunitario y sostenible, crear sus propias empresas turísticas y ser sus propios operadores, sin depender de la explotación de grandes agencias de turismo y de una industria que ha afectado a la fauna local.
Una investigación in situ de la ONG World Animal Protection, realizada en 2017 en el Amazonas peruano y brasileño, evidenció el uso ilegal de animales silvestres para el turismo. Hallazgos en Manaus, Brasil, y Puerto Alegría, Perú, revelaron que los animales eran sacados de la naturaleza, mayoritariamente de forma ilegal, y explotados por operadores turísticos “para entretener y brindar oportunidades de fotografía dañinas para los turistas”.
En el informe describen, por ejemplo, cómo estos lugares tenían osos perezosos atados a los árboles con cuerdas; anacondas heridas y deshidratadas; caimanes forzados a tener bandas de goma alrededor de sus mandíbulas o incluso, un tipo de gato salvaje como el ocelote, retenido en jaulas pequeñas.
Después de hacer censos y capacitarse como guía, Juan Diego prefiere ver –y mostrarle a otros turistas– los monos nocturnos libres y así ganar dinero de un turismo que “cuida la selva”. Me lleva caminando entre barro, raíces, troncos centenarios y el imparable zumbido de mosquitos hasta uno de los nidos que encontraron recientemente. Arriba se ven dos monos adultos y su cría. En una zona donde antes no había Musmuki, ahora se asoman con curiosidad. “Para mí, poderlos ver libres es lo que da sentido a todo lo que hacemos”, dice Ángela emocionada.
Tanto Juan Diego como su padre hacen parte del Proyecto Musmuki, una iniciativa de conservación en Vista Alegre, apoyada por la ONG Entropika, para detener el comercio de monos nocturnos y evaluar con estudios genéticos y parasitológicos el estado y la salud de esta población silvestre y los posibles riesgos de zoonosis.
Algo no menor si se tiene en cuenta que el 75 % de todas las enfermedades infecciosas emergentes son zoonóticas, es decir, transferidas de animales a humanos, incluido, aparentemente, el virus del SARS-CoV-2 que causó la pandemia de la covid-19 y su relación con la venta de vida silvestre en los mercados de China. Así lo expone el Informe Mundial sobre Delitos contra la Vida Silvestre 2020, de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNDOC), que explica, además, que el riesgo de transmisión de enfermedades zoonóticas aumenta “cuando los animales silvestres son retirados de su hábitat natural, sacrificados y vendidos ilegalmente en condiciones sanitarias desfavorables”. La UNDOC indica que el tráfico de fauna silvestre es el cuarto negocio más rentable del mundo después del tráfico de droga, de armas y de personas.
“Trabajar en turismo me ha ayudado bastante para la educación de nuestras hijas porque lo que uno va ganando lo gasta en cuadernos, uniformes, zapatos y otras cosas más que lo piden el colegio. A veces no hay un trabajo fijo, pero como dice el dicho: ‘Esto no chorrea, pero gotea’”.
El estado peruano le asignó a la comunidad de Vista Alegre un albergue para el turismo, pero recientemente no han podido llegar turistas por un daño en el pozo de agua. Aunque fue inaugurado por la municipalidad peruana en el gobierno anterior, en poco tiempo ya tiene un problema estructural. Sin turismo, el riesgo de volver a economías ilegales vuelve a aparecer.
Resolver el problema requiere salir a la ciudad más cercana, organizar un espacio en la agenda de los funcionarios, con señal intermitente para comunicarse; conseguir gasolina para viajar por el río casi seis horas con los altos precios del combustible; lograr un acuerdo con el Estado y sobre todo pasar trámites burocráticos estatales que pueden tomar meses.
Estos trámites se realizan en Caballococha, una ciudad peruana, a tres horas por río desde Vista Alegre, cuya historia ha estado marcada por la explotación del caucho y el turismo. Hasta la oficina de la municipalidad, donde hace un calor infernal, llegaron Ángela y dirigentes de la Asociación de Turismo Musmuki.
En la reunión hay cinco funcionarios de la Alcaldía y Safira Espíritu, la única mujer y funcionaria a cargo de la sección turismo. Con amabilidad, cuenta que estaban en urgencia de reunirse con el alcalde para tener confirmación de un apoyo con el pozo de agua en Vista Alegre. Pero el alcalde está ausente. En una de las paredes se ve el mapa del departamento de Loreto, el más extenso del Perú y donde está Caballococha. Son más de 368.000 km², cerca del 28 % del territorio nacional.
Ángela cuenta toda la historia de Entropika y el trabajo de investigación, turismo y acceso a agua potable que hacen con las comunidades. Repite la historia una vez más, como cada cambio de gobierno. Los funcionarios no saben con exactitud quién es ella o qué hace Entropika del lado peruano, en parte porque, según mencionan, con cada cambio de gobierno los archivos anteriores desaparecen y no se puede hacer seguimiento a la información. Pero uno de ellos resalta entre formalidades que “la voluntad del señor Alcalde es apoyar”.
“Es un desastre que cada vez que hay cambio de gobierno hay que empezar de cero porque las autoridades no tienen ni idea del proceso que llevamos en temas de turismo. Toca ir a refrescarles la memoria y buscar colaboraciones”, comenta Ángela.
Uno de los funcionarios propone soluciones: hacer un acuerdo tripartito y posiblemente colocar una bomba con paneles solares. Dependiendo del presupuesto que Entropika pueda apoyar y de la mano de obra que la Asociación pueda poner, el Estado peruano puede gestionar lo demás. Llegan a un acuerdo y se comprometen de palabra a hacer una próxima visita a la comunidad de Vista Alegre. Hay voluntad de la Alcaldía para apoyar, pero nada queda por escrito en un acta o documento para cerrar la reunión. El recuerdo es una foto.
Después de un mes, la visita a Vista Alegre no había sucedido. Y mientras tanto, la burocracia y los trámites administrativos ponen en vilo todo un proyecto de turismo de conservación.
“Como ONG no podemos trabajar solos, necesitamos el apoyo y la colaboración de las autoridades tanto peruanas como colombianas para sacar los proyectos adelante”, cuenta Ángela. “Por eso digo que tengo que estar acá. Cuando compartes con la comunidad, te duele y entonces te involucras para que tengan un sanitario y agua potable. Eso es la justicia social ambiental”, concluye.
Conservar monos churucos, aliados contra la emergencia climática
Cuando Ángela dejó Vaupés siguió su trabajo en el 2003 desde el Parque Amacayacu y en las comunidades de San Martín y Mocagua, en la orilla colombiana del río Amazonas. Junto a la primatóloga estadounidense Sara Bennet, doctora en Biología del Dartmouth College de Estados Unidos, trabajaron en la conservación de la especie de mono churuco (Lagothrix lagotricha).
El churuco tiene un estómago muy avanzado en regeneración de semillas. Se mueven en manadas de cien o más individuos por una impresionante distancia de alrededor de ochenta hectáreas por día y puede dispersar hasta 500 semillas. Por eso, mantienen el bosque amazónico en continua regeneración. Cuando expulsa la semilla garantiza un árbol.
En la comunidad de Mocagua, a dos horas por río desde Leticia, del lado colombiano se encuentra la Fundación Maikuchiga. Allí Sara Bennet y Ángela Maldonado trabajaron con la comunidad y, especialmente, con Jhon Vásquez, indígena tikuna nacido en esta zona y quién ahora dirige la Fundación. Maikuchiga es un predio con una enorme casa de madera de tres pisos, que sobrevive a la humedad y donde viven actualmente 16 primates de cinco especies: mono churuco, el Callicebus torquatus, el capuchino de frente blanca (Cebus albifrons), el Cebus apella o mico negro y el mono ardilla o fraile.
Los primates que llegan a Maikuchiga, decomisados por Corpoamazonía, son víctimas del tráfico ilegal y de la cacería comercial en el Amazonas. “Parece ser que estos animales son enviados para Centroamérica y algunas veces a Europa. Las crías son perseguidas como mascotas y los adultos como carne. Aquí en el Amazonas se lo comen en todo lado. Para conseguir la cría, tienen que matar a la mamá”, explica Jhon.
En las 4.025 hectáreas de selva del resguardo de Mocagua viven indígenas de los pueblos Ocainas, Tikuna, Uitoto, Yagua y Cocama. Al llegar al pueblo, se ve un proceso notorio de organización turística: hay un pequeño puerto de llegada por río, un puesto de control y, según cuenta Jhon, la comunidad firmó y ha respetado un acuerdo para proteger la fauna en general, especialmente del churuco. El tráfico y la cacería comercial no es sostenible debido a que esta especie vive cerca de 35 años, su periodo de reproducción es de 10 años y algunos son cazados sin siquiera tener su primera cría.
En agosto de 2021, la Ley de Delitos Ambientales colombiana convirtió la deforestación y el tráfico de fauna y flora en un delito que se paga con cárcel, no solo para el responsable, sino para quien financia y comercializa el delito, con penas que van de cuatro a 12 años de prisión.
Según cuenta Jhon, hay varios niveles de cacería: la local, donde la gente caza a la mamá y a la cría, y la venden. “Se van de mano en mano al que pague más”, explica. El segundo nivel es a través de organizaciones criminales que mueven grandes sumas de dinero e intermediarios, incluso ofreciendo “animales exóticos” por catálogo. “Y al que tú deseas, le hacen toda la tramitología”, cuenta Jhon.
Desde una oficina en Bogotá, el fiscal Alejandro Gaviria, coordinador del Grupo Especial para la Lucha contra el Maltrato Animal (Gelma), cuenta que en WhatsApp o Telegram es donde se mueven catálogos, difíciles de detectar o rastrear, y que han investigado y establecido que existen rutas de tráfico hacia Europa, China y Japón. “En Europa hemos detectado sobre todo con temas de arañas o anfibios. Venden tarántulas en 5.000 euros en Alemania, por ejemplo. Lastimosamente, el tráfico está asociado a usos culturales, culinarios, medicinales y al lujo”, explica.
Como el departamento Amazonas es un destino turístico también se usan animales para exhibir. Todos los días el aeropuerto de Leticia, la punta más extrema al sureste de Colombia, se llena de personas que quieren tener una experiencia inolvidable en la selva. Sin tener mucha claridad, el turista, al pagar por los servicios de ver animales en cautiverio, es quien contribuye a la cacería comercial ilegal y extinción de especies.
“A veces mutilan o les cortan las garras a los osos perezosos, quitan los colmillos a los jaguares. Estos animales no tienen oportunidad de volver (a la selva) porque ya están tan dañados, entonces, los tienen allá hasta que mueren”, cuenta Jhon.
El objetivo de Maikuchiga es no perder a los primates que son sembradores naturales y hacer una labor educativa sobre la importancia de conservar estas especies. Según Jhon, la reintroducción a su medio natural puede tomar entre cinco y hasta nueve años. Y es voluntaria: es decir, que ellos deciden cuándo se van, a medida que se van adaptando al bosque. “Aquí estos micos están aprendiendo a ser micos otra vez”, cuenta. Sin embargo, al liberarlos los primates no están marcados, según dice, por falta de recursos para comprar equipos de monitoreo.
“Devolver un animal a su medio natural es complicado y en Colombia, lastimosamente, la rehabilitación de fauna silvestre no es la mejor ni el tema más importante para el Estado, algo que toca replantear obviamente”, explica Gaviria. Para el fiscal, resolver el problema requiere una solución más allá de lo jurídico; una política conforme a los territorios, a las dinámicas poblacionales, a la cultura y sobre todo junto a quienes habitan en el territorio. “Lastimosamente, muchas veces, son los menos vinculados”, dice Gaviria.
En el proceso de rehabilitación, reintroducción y sobre todo de observación de primates, en Maikuchiga trabaja desde 2003 Leoncio Sánchez, indígena de 46 años de la etnia Cocama, nacido en Mocagua. Cuenta que con la bióloga Sara Bennet aprendió palabras científicas de las especies y que todo su aprendizaje es empírico, como su inglés. Algo inusual en la zona. Cuando los turistas llegan saluda seguro: “Hello, welcome to Maikuchiga!”
Durante las mañanas, grupos de máximo ocho turistas colombianos y extranjeros llegan para conocer el proceso de rehabilitación e interactuar con los primates en libertad. Maikuchiga depende financieramente de la visita de turistas para hacer conservación. Aunque hay un letrero con la prohibición de tomar fotos, muchos se hacen selfies con ellos. Le pregunto a Leoncio cómo controlan que los primates, vulnerables a infecciones respiratorias, no se contagien de coronavirus, gripa o diarrea con la interacción humana. “Tenemos un protocolo de manejo en el que le decimos a visitantes que están agripados que no pueden entrar. Hemos insistido varias veces, pero hay gente que se enoja por no dejarlos tocar. Sería importante que los turistas fueran conscientes de eso”.
Ser observador de primates en la selva amazónica le ha exigido hacer caminatas de hasta 18 kilómetros desde Mocagua, durante siete días, con cámaras, GPS y anotaciones en cuadernos, para cuantificar individuos por especies existentes en el resguardo indígena de Mocagua. “Éramos como los policías de inteligencia pero buscando hojas, frutas comidas y anotando la hora”.
"Este es un trabajo que no va a enriquecernos, pero lo hacemos para mejorar la vida de las nuevas generaciones. Un árbol, el oxígeno, el agua es más importante que el dinero"
“Estuve lejos de mi familia. El trabajo requería las 24 horas bajo condiciones extremas. Hay mucha espina en el bosque, es denso”, narra. “Pero entendí el valor que tenemos en este lugar, que le sirve a todos y por eso me mantuve hasta ahora. Un animal debe estar libre. No es su mundo una casa, sino el bosque”, concluye.
Jhon está sentado junto a Maruja, una hembra choruco dócil que lo abraza. Le explica a los turistas, sudorosos por la alta humedad y los más de 35 grados de temperatura, que la otra amenaza inminente es el cambio climático. La temporada de verano se atrasa y afecta la reproducción y el crecimiento de la población silvestre. “No solo afecta a las humanos, afecta a toda la naturaleza. Este es un trabajo que no va a enriquecernos, pero lo hacemos para mejorar la vida de las nuevas generaciones. Un árbol, el oxígeno, el agua es más importante que el dinero”, concluye.
Ángela también piensa en el futuro. “Entre menos demandemos como individuos menor va a ser la huella ecológica dentro de este planeta”, dice mientras un grupo de primates saltan entre árboles en el albergue de Vista Alegre. “Si esta selva no está, ya no queda nada”.