Este año Petro no ha parado de hablar de la Amazonía: ¿eso qué tiene que ver conmigo?

Fecha: 2023-08-08

Por: María Paula Murcia Huertas

Fotografías: David Fayad Sanz

Este año Petro no ha parado de hablar de la Amazonía: ¿eso qué tiene que ver conmigo?

Por: MARÍA PAULA MURCIA HUERTAS

Fotografías: David Fayad Sanz

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Morichal o cananguchal en la vereda La Patagonia en Montañita, Caquetá. Foto: David Fayad.

Hoy es un gran día para hablar sobre la Amazonía. El gobierno Petro acaba de cumplir un año. En su discurso de posesión, el presidente la ubicó en un lugar central dentro de su propuesta de Colombia como potencia mundial de la vida: “Uno de los pilares del equilibrio climático y de la vida en el planeta es la selva amazónica”, dijo. En septiembre, durante su discurso ante la Asamblea General de la ONU, volvió a erigirla como estandarte de sus planteamientos. Llamó a los representantes de estados a sumarse a su conservación: “Ayúdennos, sin hipocresías, a salvar la selva Amazónica para salvar la vida de la humanidad en el planeta”. Hace unos días, en su discurso en la instalación del Congreso 2023-2024 el 20 de julio, hizo un recuento de los logros que durante su gobierno se han obtenido en pro de la conservación de la selva amazónica y la planteó como “lo que permitiría a América del Sur tener preponderancia en las relaciones de la geopolítica mundial” vista en conjunto desde los ocho países que la comparten. 

Hace un mes ocurrió la Cumbre Amazónica de Leticia y hoy empieza la Cumbre de la Amazonía en Belém do Pará. En ambas participan los ocho países que conforman el bioma amazónico y entre otras, han discutido cómo evitar el punto de no retorno —esto significa llegar a un estado de deforestación y degradación tal, que la selva ya no tendrá la capacidad de regenerarse— y cómo financiar la conservación de la Amazonía. En retrospectiva, este ha sido un año de múltiples discusiones que han tenido a la selva en el centro. Pero, ¿eso en qué nos compete a quienes vivimos lejos de la selva? ¿nos debería importar? Y, si nos importa, ¿qué podemos hacer al respecto? Yo encontré un respuesta a estas preguntas en una frutica roja, pequeña y escamada: el moriche o canangucha.

Conocer la biodiversidad colombiana y consumir de manera consciente los alimentos que nos proporciona es también una forma de resistir.

“La planicie solo se veía interrumpida de vez en cuando por la palmera de moriche. Altos y esbeltos, estos árboles abrían sus hojas como grandes abanicos. Estaban cargados de unos frutos rojos y brillantes, comestibles, que a Humboldt le recordaron a las piñas europeas, y que parecían llamar especialmente la atención a los monos enjaulados, que se estiraban para agarrarlos a través de los barrotes. Humboldt ya había visto las mismas palmeras en la selva, pero descubrió que en los Llanos tenían una función peculiar. 

‘Observamos con asombro —escribió— cuántas cosas están relacionadas con la existencia de una sola planta’. Los frutos de la palmera de moriche atraían a los pájaros, las hojas protegían del viento, y la tierra que había volado y se había acumulado detrás de los troncos retenía más humedad en esos puntos que en cualquier otro lugar de la llanura, y daba refugio a insectos y lombrices. El mero hecho de ver las palmeras, pensó Humboldt, daba sensación de ‘frescor’. Era un árbol, dijo, que ‘en desierto, extiende la vida a su alrededor’. Humboldt había descubierto la idea de la especie clave —una especie que es tan esencial para un ecosistema como la clave para un arco—, casi doscientos años antes de que se diera nombre al concepto. Para Humboldt, la palma de moriche era ‘el árbol de la vida’, el símbolo perfecto de la naturaleza como organismo viviente”. 

Este es un fragmento de “La invención de la naturaleza”, el libro escrito por Andrea Wulf sobre la vida y las expediciones de Alexander von Humboldt. Este relato paradisiaco que evoca un lugar místico y fantástico, está en realidad describiendo una escena de los llanos orientales entre Colombia y Venezuela que ocurrió durante una de las expediciones de Humboldt alrededor de 1800. 

Hace unos meses conocí las palmas de moriche, que también se llaman palmas de canangucha o de aguaje. Fue en Caquetá, en el municipio de Montañita, en una finca que hoy cultiva canangucha para procesar y extraer su aceite. Pensar retrospectivamente en la experiencia de estar en medio de un bosque de palmas a la luz de la descripción de Wulf y de Humboldt parece muy preciso. Las palmas son altísimas y, aunque no conozco las piñas europeas, por lo que no puedo corroborar lo que describe el texto, a mí sus frutas se me parecieron a una serpiente. 

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Cananguchas recién recogidas del cultivo. Foto: David Fayad.

La canangucha es como la selva. Por fuera se ve acorazada, imponente, con su piel escamada y rígida. Pero es en realidad más frágil de lo que parece. Cualquier golpe, mala manipulación o contaminación con el lodo del suelo puede resultar en que deje de ser aprovechable para extraer su aceite. Por eso los cosechadores de canangucha de esta finca se inventaron un esquema de poleas que les permite bajar la fruta sin que esta caiga, pesadísima, al suelo. 

Este morichal queda en la vereda La Patagonia y es uno de los primeros casos que se documentan en el país como experiencia de aprovechamiento de la producción de canangucha, opción alternativa a la tala de las palmas para ganadería o agricultura. El año pasado, durante el piloto de monitoreo de la cosecha de los frutos, cosecharon 31 palmas que produjeron más de 8 toneladas (por un momento imagina qué tan grande, fuerte e imponente tiene que ser una palma para que su fruto pese más de 250 kilos ?). 

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Karen Rojas, representante legal de ASMUCOCA, en la planta de procesamiento de la canangucha. Foto: David Fayad.

La finca de la que salió esta canangucha la produce para la Asociación de Mujeres de Colombia y el Caquetá (ASMUCOCA) quienes recientemente operan una planta de extracción de aceite de canangucha. Con el uso de la nueva técnica de poleas para cosechar —resultado del ingenio de Ernesto Caicedo, un cosechador que vio el uso de esa técnica en proyectos con otras palmas y la adaptó al moriche— mucha más fruta pudo ser trasladada a la planta para despulpar y extraer su aceite. Sin embargo, la máquina que les iba a permitir el proceso de extracción se dañó, y como no existe maquinaria específica para la extracción de aceite de la canangucha, tienen la pulpa congelada a la espera de la reparación. 

¿Y si la canangucha fuera un producto apetecido? ¿Sería diferente esta historia? ¿Qué pasaría si corriera con la misma suerte del açaí, otro fruto amazónico, que es el nuevo producto de moda? 

La deforestación es responsable del 33% de las emisiones de gases de efecto invernadero en Colombia según el Tercer informe bienal de actualización del cambio climático en Colombia. La Amazonía es hogar para 80,000 especies de plantas, según la WWF. Revisar nuestros hábitos de consumo a la luz de esta cifra es indispensable, pero va más allá de pedir pitillo de cartón en vez de plástico. Lo que compramos, lo que comemos, lo que conocemos cuenta. Si conocemos más alimentos que produce el bosque en Colombia, los compramos y los comemos, estamos incentivando la conservación de la selva que produce estos alimentos y desincentivando la tala para producir más carne, leche o monocultivos de alimentos que sí compramos porque los conocemos. 

Usar responsablemente la biodiversidad es conservar. 

Las nuevas técnicas de cosecha de la canangucha permiten proteger la frágil pulpa. Pero también permiten proteger la fragilidad interior de la selva amazónica —la palma de canangucha “en desierto, extiende la vida a su alrededor”, manifestó Humboldt—. Conocer la biodiversidad colombiana y consumir de manera consciente los alimentos que nos proporciona es también una forma de resistir. Una acción pequeña —que no invalida la necesidad de acciones estructurales por parte de las megaindustrias y los otros actores verdaderamente responsables de la crisis climática— de protección de la vida en este país. La vida del cananguchal, la vida de la selva, la vida de los cosechadores, la vida de las mujeres que extraen el aceite, la vida de un planeta que se extingue aceleradamente. 

El aprovechamiento sostenible de los productos que nos ofrece la selva es un avance significativo para consolidar una alternativa a la deforestación. 

Pero de nada sirve gestar procesos de aprovechamiento como el de la canangucha si la pulpa se va a seguir quedando en los congeladores de una planta de extracción de aceite. Si el consumo es un incentivo de producción y transformación de alimentos, usémolo como herramienta. 

Como escribió Humboldt: “Observamos con asombro cuántas cosas están relacionadas con la existencia de una sola planta”. Si tuviéramos el poder de contribuir a conservar la biodiversidad en Colombia, ¿lo haríamos?