“Mi primera chamba”: ¿dónde consigo un trabajo digno?

Dos millones de jóvenes colombianos están desempleados y más de la mitad de los que sí trabajan lo hacen en oficios que no tienen ninguna relación con lo que estudiaron. El contexto es crítico: pocas oportunidades, ofertas con bajos salarios, sin prestaciones y en la informalidad. La juventud se alarga mientras la angustia por no lograr la independencia crece.

Fecha: 2024-02-16

Por: Beatriz Valdés Correa

Ilustración: Wil Huertas Casallas @uuily

“Mi primera chamba”: ¿dónde consigo un trabajo digno?

Dos millones de jóvenes colombianos están desempleados y más de la mitad de los que sí trabajan lo hacen en oficios que no tienen ninguna relación con lo que estudiaron. El contexto es crítico: pocas oportunidades, ofertas con bajos salarios, sin prestaciones y en la informalidad. La juventud se alarga mientras la angustia por no lograr la independencia crece.

Fecha: 2024-02-16

Por: BEATRIZ VALDÉS CORREA

Ilustración: Wil Huertas Casallas @uuily

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La muestra fue de 5.465 encuestas a jóvenes de 14 a 28 años, que representan a un universo de 4.538.475 jóvenes de nueve regiones del país (Arauca, Costa Atlántica, Antioquia, Meta, Caquetá, Valle del Cauca, Cauca, Nariño y Norte de Santander) “con un margen de error del 1,4% y el 95% de confianza”.

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Durante cuatro meses, Edwin Hernández, un joven de 27 años, contó el tiempo en semanas, porque al final de cada una recibía un pago. De lunes a sábado ponía sus conocimientos y su tiempo al servicio de una empresa de telecomunicaciones en San Juan del Cesar (La Guajira), donde nació y reside. Al principio, el trato era sencillo: implementar un nuevo software que le permitiera a la empresa manejar las bases de datos de sus clientes y elaborar recibos y facturas con mayor facilidad. 

Pero el trabajo, que inicialmente implicaba hacer el montaje y migrar la base de datos antigua a la nueva, se desbordó hacia otras funciones y responsabilidades: mantenimiento de los equipos, de las estructuras y de los canales de atención de los usuarios. Incluso llegó a ser un técnico de calle que asistía a los clientes cuando otros empleados no podían atender una falla en el internet. Estaba capacitado para hacerlo –ya había acabado sus materias en la carrera de Ingeniería de Sistemas– y aunque había entrado a ese lugar como tecnólogo en Análisis y Desarrollo de Sistemas de Información del Sena, también es técnico en Soporte y Procesos Informáticos del Infotep.

A pesar de su compromiso y su buena disposición para ayudar en lo que fuera necesario, lo único que recibía de la empresa –además de una camisa de dotación, un pantalón y un carnet– era su pago en efectivo cada sábado: 300.000 pesos semanales. Nunca tuvo un contrato. Nunca firmó un recibo. Nunca aportaron para su salud y pensión. Nunca lo afiliaron a riesgos laborales. Edwin ni siquiera figuraba en los registros de esa empresa. En su día a día era un empleado, pero en el papel, que es el que puede acreditar que tiene experiencia haciendo lo que sabe hacer, no tenía ninguna vinculación. Por eso en su hoja de vida no puede incluir esta experiencia, que quizás podría ayudarle a buscar otro empleo en el mismo sector. 

Hace tres meses que está en eso. “He revisado los perfiles en algunas empresas y bolsas de empleo y, siempre que hay vacantes, me postulo, pero nunca llega la llamada. O son espacios de trabajo que quedan muy lejos o en ciudades muy grandes”. 

Irse es una opción que toman miles de jóvenes de municipios pequeños como San Juan del Cesar, sin embargo, para Edwin es una idea aún lejana. “En el momento no cuento con la facultad de irme, es decir, pasajes, ni con quien relacionarme allá para tener una estadía y empezar a darla, empezar a trabajar. Que las oportunidades de trabajo, donde podría empezar, estén más por fuera de mi espacio ha sido una limitante”, explica.

En su caso, las ciudades más cercanas tampoco ofrecen una variedad de opciones. Valledupar, que está a una hora de San Juan, fue la segunda ciudad con mayor informalidad a finales de 2023, con un 64,7%. Riohacha, la ciudad capital que está a dos horas y media del municipio, fue la tercera con mayor desempleo juvenil al cierre del año pasado.

Pero no es un problema de esa zona del país exclusivamente, sino de todo el territorio nacional. Según el Dane, el desempleo juvenil en Colombia varió muy poco entre 2022 y 2023, apenas 0,2 puntos porcentuales, y cerró en 16,5% en diciembre de 2023, mientras que el desempleo general disminuyó 1.1 puntos porcentuales. Para los jóvenes es difícil encontrar un puesto, pero lo es aún más conseguir un trabajo con prestaciones sociales, un salario justo y en donde puedan aplicar lo que estudiaron.

Según la Encuesta Jóvenes Resilientes, de la Universidad Javeriana y Acdi/Voca, el 40% de los jóvenes estudia, el 32% trabaja, un 12% se dedica a labores de cuidado y 15% ni estudia ni trabaja, o busca empleo. La cifra de desempleados es similar a la que ofrece el Dane, pero la encuesta muestra una realidad de precariedad laboral: el 62% de los jóvenes que trabaja percibe ingresos inferiores a un millón de pesos. Esto, en la práctica, significa que realizan trabajos informales, pues no es legal una vinculación laboral por menos de un salario mínimo (que el año pasado, cuando se publicó la encuesta, era de 1.200.000 pesos). Y no solo eso. Más de la mitad de esos mismos jóvenes que trabajan no han logrado emplearse en sectores o actividades afines con lo que estudiaron.

Ese es el caso de Edwin y de muchos otros en San Juan del Cesar. En su municipio, Edwin hace parte de la Plataforma de Juventud, un espacio de participación y encuentro en el que los jóvenes comparten sobre sus realidades y problemas, y desde el que conversan con los gobiernos locales, por lo que conoce la situación de decenas de chicos y chicas como él. “Tengo muchos amigos que están disfrutando la etapa del conocimiento, del estudio. Pero después dicen: “¿qué voy a hacer cuando termine?”, explica. 

Este panorama, sin embargo, no es el mismo para todos los jóvenes. Varía de acuerdo con el género, también con la clase social y la etnia. Es decir, conseguir trabajo no es igual para un joven bogotano blanco mestizo estrato 4 que para una joven negra estrato 1 en el Chocó. Los jóvenes que están en la informalidad son sobre todo de estratos bajos (1, 2 y 3), y entre ellos, hay una mayor proporción de mujeres y personas afrodescendientes. De acuerdo con los datos de la Universidad Javeriana, las mujeres jóvenes afro están en la peor de las situaciones. 

“Las y los jóvenes se interesan en la educación para poder mejorar sus condiciones y tener una perspectiva laboral, pero el 46% deja de estudiar por razones económicas y porque necesitan trabajar. Esto hace que ingresen al sistema ya precarizados porque son jóvenes que no terminaron su formación completa, pero tienen las necesidades efectivas del trabajo”, explica Mateo Ortiz Hernández, docente e investigador del Observatorio Javeriano de Juventud, quien participó en el desarrollo y escritura de la Encuesta Jóvenes Resilientes. “Y, en ese sentido, ese joven tiene que apostarle a cualquier trabajo que le permita ayudar a su familia”, agrega. 

Para otros la opción es emprender, a pesar de que, según la Confederación Colombiana de Cámaras de Comercio, el 40% de los emprendimientos dirigidos por personas naturales cierra incluso antes de su primer año de funcionamiento. 

Las cifras ofrecen un diagnóstico claro de un círculo vicioso de precarización, pero no hablan de cómo se siente esa búsqueda. 

“Creo que mi generación, los de 25 para arriba, piensa que ya deberíamos tener todo resuelto. Y yo me siento con esas cargas emocionales por decir “no tengo, no he salido de la casa de mi madre, no tengo nada concretado para el futuro, no tengo una vida laboral organizada”, dice Edwin. La carga emocional se hace más pesada cuando los jóvenes se comparan con otros. “Uno hace el paralelo con otras edades o con otras generaciones. A esta edad ya ellos tenían casa o tenían un hogar. Ya tenían trabajo, aunque de pronto no era el trabajo de su gusto, pero ya tenían un ingreso para vivir, salir, pasear y hacer”, agrega, con un sentimiento que define como agobio. 

La dificultad de conseguir la independencia es una de las cosas más desmotivadoras para un joven, explica Fabián Acosta, docente y director del Observatorio de Juventud de la Universidad Nacional de Colombia: “A los jóvenes les está pasando que no se pueden emancipar, no se pueden ir de la casa porque no tienen condiciones económicas, porque no hay empleo, sino empleos basura con contratos leoninos que no satisfacen los intereses de las y los jóvenes”, dice. Con esto, según Acosta, la juventud se va alargando. La ley colombiana reconoce como jóvenes a las personas de 14 o 28 años, pero “sociológicamente va como hasta los 39”, afirma. 

Edwin dice entre risas que la suya se extenderá hasta los 50. Para entonces, espera lograr su sueño de viajar por el mundo y tomar fotos en cada lugar. En algún momento también contempló la opción de emigrar, (según estadísticas de Migración Colombia, analizadas por el Centro de Recursos para el Análisis de Conflictos –Cerac-, en 2022 hubo 547.000 colombianos que se fueron del país, una cifra que duplicó la tendencia de años anteriores. El 35% son jóvenes de entre 18 y 29 años), pero no cree que sea tan fácil conseguir empleo en otro país y menos sin conocer a nadie. 

Así que el siguiente paso será más próximo: encontrar una pasantía para graduarse como ingeniero de sistemas, ojalá en los próximos meses. Y mientras continúa su camino, desea seguir trabajando con los jóvenes “más jóvenes” en defensa de sus derechos, para que la precariedad laboral no siga empeorando.