Engordar: ¿enfermedad o diversidad?

Por décadas, se ha dado por hecho que las personas gordas están enfermas y la medicina tradicional ha buscado combatir esa condición. Sin embargo, desde hace unos años, hay quienes ponen en duda esa afirmación. Este reportaje aborda las distintas aristas del problema de patologizar la gordura y muestra las resistencias de quienes, en su día a día, luchan contra ello. 

Fecha: 2023-09-23

Por: María Fernanda Cardona Vásquez* y Juan Manuel Ospina Sánchez**

Ilustración: Wil Huertas Casallas

Engordar: ¿enfermedad o diversidad?

Por décadas, se ha dado por hecho que las personas gordas están enfermas y la medicina tradicional ha buscado combatir esa condición. Sin embargo, desde hace unos años, hay quienes ponen en duda esa afirmación. Este reportaje aborda las distintas aristas del problema de patologizar la gordura y muestra las resistencias de quienes, en su día a día, luchan contra ello. 

Fecha: 2023-09-23

Por: MARÍA FERNANDA CARDONA VÁSQUEZ* Y JUAN MANUEL OSPINA SÁNCHEZ**

Ilustración: Wil Huertas Casallas

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El 24 de noviembre de 2018, en la Plaza de Botero en Medellín, se llevó a cabo un evento de modelaje. Allí, bajo el sol y ante los ojos de las personas que pasaban y miraban con curiosidad a las modelos, y en medio de las esculturas gordas de Fernando Botero —pintor y escultor fallecido hace pocos días— aproximadamente 35 mujeres desfilaron en ropa interior y trajes de baño. La mayoría de estas mujeres, según los estándares médicos, serían consideradas enfermas, ya que su Índice de Masa Corporal (IMC), que es la fórmula que los médicos utilizan comúnmente para diagnosticar la obesidad, estaba por encima de lo que se considera normal.

Algunas modelos lucieron bikinis, otras vestidos de baño de una pieza, y algunas más desfilaron en lencería de encaje o baby doll. La diversidad de prendas hizo honor a la diversidad corporal. Durante unas horas, el centro de la ciudad de la eterna primavera se conmocionó al ver cómo la celulitis, las estrías, los rollos en el abdomen y otras características que suelen ocultarse en los desfiles de moda tradicionales, se atrevían a mostrarse en público gracias a mujeres dignas de ser consideradas esculturas de Botero.

Entre estas mujeres “orgullosamente gordas” se encontraba Manuela Ruiz, modelo y la organizadora del evento a través de su colectivo “Yo me atrevo”, con el patrocinio de la Alcaldía de Medellín. Manuela es una activista gorda y forma parte del movimiento body positive, que aboga, entre otras cosas, por el derecho de las personas gordas a habitar el mundo sin ser discriminadas por la apariencia de sus cuerpos. Según ella, las personas gordas no necesariamente están enfermas.

Este tipo de eventos forma parte de actos de resistencia cultural que se llevan a cabo en el marco del movimiento body positive, y más específicamente en el activismo gordo, que promueve el amor propio y que ha cobrado relevancia en los últimos años. Este movimiento tuvo sus inicios en la década de los sesenta en Estados Unidos y nació con el propósito de denunciar las discriminaciones que enfrentaban las personas gordas en su vida cotidiana. En la actualidad, el body positive se ha extendido a otros países y ha adquirido notoriedad en redes sociales como Instagram, donde ejerce una gran influencia. Existen numerosas cuentas que promueven la aceptación corporal y que abordan temas más allá de la gordura, tales como las estrías, la celulitis, la calvicie femenina, el acné, las manchas corporales y otras características físicas que durante años se han considerado desagradables o patológicas.

Manuela Ruiz forma parte de ese grupo de mujeres gordas que, a través de su cuenta de Instagram (@manuelaruizflorez) con más de 54.000 seguidores, realizan activismo gordo mediante contenido crítico sobre la estigmatización que afecta a cuerpos como el suyo.

El debate: ¿es la obesidad una enfermedad? 

Uno de los principios fundamentales del activismo gordo es la idea de que el peso corporal es una cuestión de diversidad, influenciada por múltiples factores que van más allá de la cantidad de comida que proporcionamos a nuestro organismo. Para este movimiento, también es importante cuestionar las representaciones que perpetúan clichés sobre las personas gordas, retratándolas como seres glotones, con apetito voraz y muy perezosas.

Específicamente, para el “activismo gordo”, ser una persona gorda, además de no ser una característica intrínsecamente negativa, es un asunto multicausal en el que entran en juego diversas variables además de la ingesta de calorías: factores como la clase social, el género, la genética y el metabolismo tienen una incidencia importante en la manera en que nuestro cuerpo se transforma.

En el libro “Body Respect”, Lindo Bacon, Ph.D. en fisiología con énfasis en nutrición y metabolismo de la Universidad de California en Davis, escribe que “la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición de Estados Unidos documentó que las personas de talla grande no comen más que las personas delgadas, a pesar de lo que popularmente se cree. Un metaestudio, en el que se analizaron 13 estudios, concluyó que la ingesta de alimentos de las personas con sobrepeso era igual o menor que la de las personas delgadas”.

Paola Sabogal, nutricionista de la Universidad Javeriana que ha ejercido su práctica privada durante más de siete años, parece respaldar la tesis de Bacon. Ella explica que en la actualidad se han identificado más de cien factores que influyen en el peso. Por lo tanto, para Sabogal es fundamental “empezar a cuestionar la creencia de que las personas pueden cambiar su peso de manera tan moldeable, como si fuera tan fácil como dejar de comer, cuando hay un montón de factores que condicionan el peso”.

El doctor Carlos Olimpo Mendivil, profesor en la Facultad de Medicina de la Universidad de los Andes, se adhiere a ideas más tradicionales: “Lo que engorda es comer. Cuando la gente dice: ‘no, doctor, yo no como y engordo’, yo apuesto a que sí come, porque ni la luz, ni el aire, ni la brisa nos hacen engordar”, dice.

Para Mendivil, la obesidad es una enfermedad grave. “Es un factor de riesgo para la enfermedad coronaria: los infartos, la obstrucción de las arterias del corazón. Esto está relacionado directamente con la obesidad como factor de riesgo y también de manera indirecta. Otra consecuencia es la enfermedad cerebrovascular”, explica. El exceso de peso también puede incidir en un mayor desgaste de articulaciones como las rodillas o tobillos, por ejemplo, o afectar las vértebras de la columna lumbar. 

Ante esta serie de afecciones asociadas a la obesidad, no resulta del todo sorprendente el impacto que esta condición ha tenido en los imaginarios sociales y médicos. Ha llegado al punto de auspiciar el auge de industrias multimillonarias como la de la cirugía bariátrica, cuyo mercado global en 2021 estaba valorado en 2.500 millones de dólares según un informe de Spherical Insights & Consulting, y la industria del fitness, que en 2019 generó más de 96.000 millones de dólares al año, según datos de Statista.

Pero la obesidad no siempre fue vista como una enfermedad. De hecho, “el reconocimiento de la obesidad como enfermedad se estableció, en teoría, hasta 1948 por parte de la OMS (…) pero el énfasis en el potencial problema de salud pública en los Estados Unidos y el Reino Unido hace 35 años era irrelevante”, escribió en 2009 el profesor William Philip James, del London School of Hygiene and Tropical Medicine, en el International Journal of Obesity.

No fue sino hasta junio de 2013 cuando la Asociación Americana de Medicina (AMA, por sus siglas en inglés) decidió que la obesidad era una enfermedad, lo que cobró mayor relevancia. Dicha decisión no estuvo exenta de polémica, ya que se tomó en contra de lo que en su momento recomendó el mismo Consejo Científico y de Salud Pública de la AMA: para ellos, “nunca hubo evidencia suficiente que permitiera determinar que la obesidad pudiera ser catalogada como una enfermedad”, cuenta el médico Howard Rosen —especialista en endocrinología, diabetes y metabolismo— en un artículo de 2014 que en español podría titularse “¿Es la obesidad una enfermedad o una anomalía comportamental? ¿Acertó la AMA?“.

La obsesión con la delgadez 

Catalogar la obesidad como una enfermedad ha traído, entre otras cosas, una obsesión por la delgadez, tanto en las personas comunes y corrientes como en el establecimiento médico, en donde este concepto suele asociarse a la buena salud. 

Sin duda, esta obsesión ha contribuido al desencadenamiento de una cultura de la dieta que, a su vez, desempeña un papel decisivo en la aparición de trastornos de la conducta alimentaria (TCA), como la anorexia y la bulimia. Esto fue explicado por Andrew Hill, profesor de psicología médica de la Universidad de Leeds. “Hacer dieta no es algo benigno […]. El hacer dietas, acompañado de la insatisfacción por la imagen y el peso corporal, incrementa la proporción de niñas en riesgo de desarrollar trastornos alimentarios”, dijo Hill en un artículo publicado en el International Review of Psychiatry en 1993. Estudios más recientes, como el de Mervat Nasser, “Eating disorders across cultures” (Desórdenes alimenticios a través de las culturas), parecen confirmar esta hipótesis.

Ese fue el caso de María Alejandra Ospina, una modelo de talla grande que ha trabajado con marcas como Adidas y ha aparecido en videos de músicos urbanos como Piso 21. Cuando era adolescente, sufría de anorexia y bulimia nerviosa, y aunque había logrado establecer una relación más saludable con su cuerpo, a raíz de la pandemia y las sucesivas cuarentenas que la obligaron a quedarse en casa, lo que la hizo estar pendiente de cuándo y qué comía, su disgusto por el acto de comer se recrudeció.

“Soy una persona que está acostumbrada a dos o tres días de ayuno, donde lo único que como son unas galletas o una manzana para aliviar la gastritis por no comer”, dice María Alejandra. Está sentada en su cama, con un vestido naranja que se ajusta a su cuerpo y con una abertura en un costado que muestra su pierna robusta y blanca.

Al darse cuenta de su “odio al acto de comer”, como lo llama, María Alejandra, de 27 años en ese momento, comenzó un acompañamiento médico integral que incluía a nutricionista, deportólogo, internista y psicólogo. Su primera cita fue con la nutricionista. “Le manifesté desde el principio que soy una persona que ha tenido desórdenes alimenticios. Le dije que sé que soy gorda, pero siempre he estado sana y nunca he tenido diabetes ni triglicéridos altos ni absolutamente nada. Consulto porque quiero enfocarme en tener una mejor relación con la comida, no necesariamente en adelgazar”, explica. Continúa su relato: “Con ella y el deportólogo me ha ido muy bien. No me imponen metas para bajar de peso porque esto podría desencadenar un trastorno alimentario, y no me he sentido juzgada por ser gorda. El problema surgió con el médico internista, quien asumió que debía someterme a una cirugía bariátrica para adelgazar”.

Después de decirle al médico internista que no quería someterse a una cirugía, él le respondió que su labor era abordar las consecuencias negativas de la obesidad. Ella le preguntó cuáles eran y cómo podía saberlas si no le había enviado exámenes médicos para determinar su estado de salud. “Le dije que es irresponsable mencionar la cirugía bariátrica a una persona sin haberla visto, ya que todo se basó en una llamada telefónica”, cuenta María Alejandra. Aunque él le respondió que la primera opción no es el tratamiento farmacológico o quirúrgico, María Alejandra se pregunta: “¿Por qué mencionó una cirugía dos minutos después de que comenzamos a hablar?”.

Recientemente, la cirugía bariátrica ha sido cuestionada como un mecanismo eficaz para perder peso. Este procedimiento médico, que a menudo implica la extirpación de grandes porciones del estómago, ha sido criticado no tanto por su efectividad a mediano y largo plazo —según Mendivil, su eficacia es del 60 % o 70 % — sino por sus efectos adversos en la salud de quienes se someten a ella.

La nutricionista y profesora universitaria Miriam Ojeda es muy crítica con esta cirugía debido a los exhaustivos cuidados a mediano y largo plazo que requiere. Señala que los pacientes que se han sometido a dicho procedimiento, sin las precauciones adecuadas, corren el riesgo de sufrir desnutrición, así como enfermedades asociadas a la ausencia de ciertos nutrientes, como el escorbuto, provocado por la deficiencia de vitamina C; el beriberi, relacionado con la falta de vitamina B1, y la anemia ferropénica, causada por la falta de hierro. “Los pacientes de cirugía bariátrica no pueden simplemente irse a casa y dejar de consultar. Deben tomar suplementos de por vida”, sentencia Ojeda en tono severo.

Esto lo sabía María Alejandra, ya que como activista gorda ha estudiado el tema para responder a los profesionales de la salud que le proponen intervenciones de este tipo. Sin embargo, no todas las personas gordas tienen el suficiente conocimiento para enfrentar a quienes las estigmatizan y desean que adelgacen a toda costa. Muchas simplemente creen que el problema está en ellas y no en la falta de aceptación de la diversidad corporal.

Este fue el caso de Manuela, quien antes de convertirse en un referente del activismo gordo en Medellín, cuenta que el odio hacia su cuerpo era tan grande que desde los 11 años comenzó a pedir una liposucción como regalo a sus padres, la cual finalmente se realizó a los 17 años. “No era capaz de entrar a la universidad con el cuerpo que tenía”, relata Manuela. Sin embargo, a los pocos años volvió a ganar peso. Encontrar el mundo del activismo gordo le ayudó a comprender que su cuerpo tenía cabida en este mundo diverso.

Cuestionar la patologización de los cuerpos gordos no es algo que le convenga a la industria de la cirugía plástica, especialmente en Colombia, país que, según la Sociedad Internacional de Cirugía Plástica y Estética (ISAPS, por sus siglas en inglés), ocupó el cuarto puesto en el mundo en la realización de cirugías de este tipo en 2018.

El hecho de que las mujeres sean quienes más cirugías plásticas se realizan es notable si tenemos en cuenta que es la población a la que se le diagnostica más sobrepeso u obesidad. Según datos del Ministerio de Salud, en 2021, “la obesidad abdominal en mujeres de 18 a 64 años se encontró en el 59,6 % de la población, mientras que en hombres se encontró en el 39,3 %”. Todo parece indicar que el género es un factor que está correlacionado con la gordura.

Para el modelo biomédico, la diferencia en la prevalencia de la obesidad en mujeres obedece a causas evolutivas complejas, lo cual de entrada desdice parte del mismo discurso tradicional que suele asociar la obesidad con comer excesivamente. 

“Las mujeres tienen un mayor porcentaje de grasa corporal, así como un menor gasto calórico, y parece que eso es un mecanismo evolutivo que favorece la preservación de la especie. Si mueren todos los hombres menos uno, eso es suficiente para repoblar toda la especie. Pero si muere una mujer, esto tiene un mayor impacto demográfico. Entonces, los hombres tenemos menores depósitos de energía y menos reservas calóricas. Las mujeres, debido a su fisiología, se aferran más a las calorías y siempre tienen un mayor porcentaje de grasa, además de tener un menor gasto calórico. Y eso, en última instancia, en las condiciones actuales, favorece el desarrollo de la obesidad”, explica Mendivil.

Tanto Lindo Bacon como Paola Sabogal, quienes de forma consciente y deliberada se alejan de los discursos médicos tradicionales, no desconocen abiertamente el posible impacto evolutivo de la gordura, pero ambos estuvieron de acuerdo en que hay factores importantes que pueden estar siendo pasados por alto cuando se cree que la evolución es  la única responsable.

“Hay algo en lo que también creo que puede estar influyendo muchísimo, y es que las mujeres tienden a hacer más dieta. Entonces, podría haber un factor de todo este efecto acumulativo del yo-yo”, cuenta Sabogal, refiriéndose al fenómeno de perder y ganar peso de manera cíclica y sus efectos adversos.

En esto coincide con la explicación de Lindo Bacon sobre el por qué a las mujeres se les diagnostica más: “Hay una mayor probabilidad de que las mujeres compren estas ideas de querer controlar su cuerpo para ser más delgadas de lo que realmente deberían ser, y en el camino terminan atrofiando su metabolismo porque pasan mucho tiempo haciendo dietas. Sabemos, gracias a la investigación, que cuanto más hagan dietas, mayor probabilidad hay de aumentar de peso a largo plazo”.

Ser pobre engorda

Factores como la condición socioeconómica también inciden en el peso corporal. Ya desde 1989, el discurso médico tradicional asociaba la gordura a la pobreza, como lo resume Paul Ensberger, Ph.D. y profesor del departamento de nutrición de la Universidad Case Western Reserve. “Tradicionalmente, los expertos han asumido que la pobreza engorda. Vivir en barrios pobres, con alta presencia de criminalidad y contaminación, puede limitar las oportunidades para el tiempo libre dedicado a actividades físicas. También, los alimentos ricos en nutrientes y con calorías relativamente bajas, como las frutas frescas, los vegetales y las carnes magras, resultan menos asequibles en los barrios pobres”, escribe Ensberger en el libro Fat Studies, para resumir el argumento tradicional que vincula de forma causal la gordura con la pobreza. “Las comidas procesadas y rápidas se convierten en las únicas potenciales alternativas, sobre todo si se tiene en cuenta que las personas pobres suelen tener más de un trabajo y deben cuidar de sus propios hijos”, añade.

De hecho, el doctor Carlos Mendivil explica cómo sucede esto en el caso colombiano: “¿Cuáles son los factores que hacen que en Colombia las clases más desfavorecidas sean las más afectadas? Uno es la estructura de precios de los alimentos, donde los más calóricos son los más baratos y los que menos saciedad aportan. Lo segundo es que en todo el mundo las proteínas tienden a ser muy caras. Entonces, las personas pobres prefieren cumplir su meta calórica con carbohidratos o con ciertas grasas más baratas y no con proteínas”, dice este investigador, quien publicó un estudio que en español se podría titular: “Asociación del sobrepeso, la obesidad, la obesidad abdominal con el estatus socioeconómico y el nivel educativo en Colombia”.

Dicho estudio se realizó en 2020 entre 1.922 colombianos residentes en Bogotá, Medellín, Cali, Barranquilla y Bucaramanga. Allí se encontró que, para adultos entre los 18 y 75 años, la prevalencia de obesidad era del 29,3 % en el estrato 1; 25,6 % en el estrato 2; 18,9 % en el estrato 3; y 15,2 % entre los estratos 4, 5 y 6. Si aceptamos la premisa de que la estratificación en Colombia responde directamente al grado de pobreza, es evidente que existe una correlación directa con la obesidad.

 ¿Es la gordura una enfermedad o un asunto de diversidad?

María Alejandra no quería abandonar el objetivo de relacionarse mejor con la comida, así que continuó en el proceso. Sin embargo, cuando fue a una cita con el endocrinólogo, se llevó varias decepciones: la clínica resultó ser un centro para el control de la obesidad y la pérdida de peso, lo cual no se alineaba con sus intereses de tener una buena relación con la comida, sin necesariamente bajar de peso.

En la cita, ella le manifestó al médico que los exámenes estaban bien, de acuerdo con lo que le había dicho el internista, pero el endocrinólogo le dijo que eso no era cierto: “Yo no creo que estés bien porque mira cuánto pesas”, cuenta María Alejandra imitando al doctor. Ella respondió que no se encontraba en un buen momento debido a la pandemia y la falta de oportunidades laborales en su campo. Ante esto, la respuesta del médico fue: “Como estás muy aburrida, canalizas con la comida y te comes una torta, un pastelito, unas papitas”.

Para María Alejandra, fue muy preocupante que el doctor le dijera esto, ya que ella comenzó su proceso médico no porque comiera alimentos chatarra por ansiedad, sino porque odiaba comer. Ahora no está segura de querer asistir a su próxima cita con el endocrinólogo. “Mi salud mental, que es problemática para mí en este momento, no es prioritaria para él; solo le interesa que yo baje de peso”, dice.

Sin embargo, María Alejandra no ha abandonado el objetivo de mejorar su calidad de vida, independientemente de si está gorda o no. “Mi proceso continúa, es imperfecto y es autogestionado porque ha sido muy difícil tener un acompañamiento con el que me sienta acompañada. Pero estoy practicando la alimentación intuitiva [el cuerpo sabe de forma natural qué y cuánto comer] y haciendo actividad física en la medida de mis posibilidades”, dice.

En el centro de este asunto, la pregunta espinosa que subyace es: ¿La obesidad es una enfermedad o un asunto de diversidad? La respuesta depende de cada bando. No obstante, sí hay algo que se puede afirmar: patologizar los cuerpos gordos tiene consecuencias en la vida de las personas, como lo muestran las historias de María Alejandra y Manuela, quienes han sido discriminadas tanto en consultorios médicos como en sus vidas cotidianas. Sus vivencias, lejos de ser casos aislados, responden a un fenómeno estructural que evidencia cómo diferentes instituciones e ideologías comprenden y tratan a las personas gordas.

* Socióloga y periodista.

**Abogado y periodista.