'Del olivo al carbón: la violencia israelí que también atraviesa a Colombia

Entre quienes llaman el genocidio en Gaza como “un cuento progre” y políticos que estigmatizan a manifestantes propalestina de “disfrazados de Hamas”, se escapan del debate los abusos en Colombia de actores israelíes estatales y no estatales.

Fecha: 2025-11-29

Por: Manuela Saldarriaga H.

Collage por:

MATILDE SALINAS (@matildetil)

'Del olivo al carbón: la violencia israelí que también atraviesa a Colombia

Entre quienes llaman el genocidio en Gaza como “un cuento progre” y políticos que estigmatizan a manifestantes propalestina de “disfrazados de Hamas”, se escapan del debate los abusos en Colombia de actores israelíes estatales y no estatales.

Fecha: 2025-11-29

Por: MANUELA SALDARRIAGA H.

Collage por:

MATILDE SALINAS (@matildetil)

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Durante más de medio siglo, la prensa occidental ha reducido a la población árabe a dos caricaturas: en el mejor de los casos como jeques millonarios y, en el peor, como terroristas.Desde los años setenta se repite la misma escena televisada: explosiones, humo y hombres con kufiya presentados como agresores, nunca como víctimas y mucho menos como personas en legítima defensa contra quienes los oprimen. Es más, el opresor queda fuera del encuadre.

Esa forma de narrar, que define quién merece compasión y quién castigo, puede determinar cómo otros países entienden, juzgan o se reflejan en las guerras ajenas. En Colombia, donde buena parte de los noticieros adoptaron la narrativa importada del mundo anglo, el conflicto interno se ha contado bajo el mismo sesgo.

Humanizar a quienes los medios han deshumanizado exige revisar no sólo la ética con la que se informa, también reflexionar sobre la recepción de esos relatos y cuestionar sus intenciones.Las trampas discursivas llenan de seguridad a quienes usan el término ‘antisemita’ para descalificar cualquier crítica a la violencia que comete Israel. Pero quienes así lo hacen, ignoran que tanto judíos como palestinos son semitas. Cuando no por ignorancia, el término es usado como un arma retórica para silenciar. 

Y, con la pérdida de la prensa frente a las plataformas digitales en la competencia por la economía de la atención, Israel terminó pagando cuantiosas cifras a “influenciadores” para legitimar lo que organismos y expertos han calificado como genocidio. En Colombia, financió a creadores de contenido que reprodujeron, sin verificar, la versión oficial a cambio del dinero por pauta. Aunque esos “influenciadores” lo justificaron bajo la licencia de la libertad de expresión, revierten su sentido al hacer apología de la violencia. 

 El genocidio gazatí importa en Colombia porque, como muestra el siguiente recuento, el entramado de armas, entrenamiento, comercio y abusos con influencia israelí también atraviesa nuestra sinuosa geografía.

Exportación de mercenarios

En su discurso del 26 de septiembre de 2025, en Nueva York, Gustavo Petro expresó solidaridad con Palestina. Mientras algunos sectores juzgaron sus palabras como un “justo” desacato a la violencia colonizadora; otros recordaron que Colombia aparece en informes de seguridad internacional o de organizaciones como Human Rights Watch que señalan la participación de exmilitares colombianos en distintos conflictos. Aunque no hay evidencia pública de su participación en Gaza, sí existen registros de una presencia colombiana en conflictos como los del Líbano, Yemen, Sudán, Haití o Ucrania.

Estos hombres entrenados para la guerra en el conflicto armado colombiano son convertidos en un activo importante del negocio de la muerte. Además, según un reporte reciente de la Agencia EFE, exmiembros de las Fuerzas Especiales del Ejército colombiano —que han hecho alianzas con paramilitares y narcotraficantes— han sido contratados específicamente para reclutar a los mercenarios. 

 

“Estos hombres entrenados para la guerra en el conflicto armado colombiano son convertidos en un activo importante del negocio de la muerte".

Importación de artillería 

Durante el paro nacional de 2021, en el Gobierno de Iván Duque, la revista Cerosetenta hizo una radiografía a un dispositivo usado por la Policía y el Escuadrón Móvil Antidisturbios ESMAD (ahora Unidad de Diálogo y Mantenimiento del Orden – UNDMO) para reprimir las protestas. El Venom, un lanzador múltiple de aturdidoras y gases lacrimógenos, se ha usado por lo menos en otros tres lugares del mundo: Filipinas, El Líbano y en la ocupación de Israel en el territorio palestino. Se habló poco, en medio del estruendo, del proveedor de este artefacto para la Policía colombiana: Combined Systems, Inc., una empresa estadounidense que provee de armas a Israel.

Un veneno compartido

No solo el lanzagranadas tiene un proveedor reconocido, también los gases lacrimógenos. Los cilindros contienen tóxicos como clorobenzilideno, cloruro de fenacilo u oleorresina capsicum y, en muchos casos, están vencidos —como especificó Mutante en una investigación—. Tras muchas movilizaciones sociales en Colombia en las que intervino el antiguo ESMAD, los residuos metálicos quedaron en el suelo con fechas de caducidad y lugar de origen visible: España. 

Entre los principales compradores figuran Colombia e Israel, según reportes citados por Amnistía Internacional. Los informes de esta organización explican cómo se ha juzgado en tribunales internacionales al país abastecedor por fabricar y vender armas que, aunque se cataloguen como no letales, son usadas por la fuerza pública para cometer abusos de poder. 

“Los informes de esta organización explican cómo se ha juzgado en tribunales internacionales al país abastecedor por fabricar y vender armas que, aunque se cataloguen como no letales, son usadas por la fuerza pública para cometer abusos de poder".

Maleza agroquímica

El proyecto de Decreto 1047 de 2024, que buscaba prohibir la exportación de carbón de Colombia hacia Israel, tuvo tropiezos para entrar en vigencia. Sin embargo, abrió un diálogo importante sobre la responsabilidad directa o indirecta de varios Estados en la ocupación de Palestina, en este caso, mediante la economía extractiva de bienes naturales. 

Gaza, un territorio rico en gas, también ha sido escenario de la disputa por el control energético. Los intereses en Cisjordania, los Altos del Golán y el desierto del Negev (Naqab) —como lo deja claro esta denuncia— repiten la lógica depredadora por tener el monopolio de los recursos.

En una falsa compensación, Israel ha exportado hacia Colombia desde 2010 abonos agroquímicos —catalogados por la academia y ambientalistas como agrotóxicos—. Estos han sido relacionados con daños directos en la salud de comunidades campesinas, las mismas que lo han reportado a medios populares por décadas. Los tratados de combustibles y minerales no se detienen, como tampoco el aumento de víctimas en la misma tierra que explotan.

Israel, a su vez, ha traído a Colombia tecnología para la industria de cannabis medicinal, pese a que es un negocio aún no regulado. Y tan solo el TLC firmado por Iván Duque con Netanyahu en 2020 amplió el comercio bilateral de recursos no renovables, como el carbón, pero también de tecnología y ciberseguridad.

El spyware’ entró al chat 

Pegasus, un software israelí exportado con licencia estatal, ha sido utilizado por gobiernos de la región para perseguir a periodistas. Fabricado por NSO Group, esta herramienta de ciberinteligencia es capaz de acceder a los equipos de medios de comunicación y violar la Ley de Abuso y Fraude Informático (estadounidense).

El documental Sin control: periodismo bajo vigilancia, dirigido por Jonathan Bock y producido en 2024 por las organizaciones Fundación para la Libertad de Prensa (FLIP) y Article 19 México y Centroamérica, expone cómo funciona este spyware mediante intrusiones ilegales a micrófonos, cámaras y documentos privados. Asimismo, enseña cómo ha operado en México, El Salvador y Colombia, tres de los países que encabezan la lista de riesgo para ejercer el oficio en América Latina.

Tratando con proxenetas

Hay otra violencia que ha sido denunciada por la prensa en el sur global. Algunos excombatientes israelíes emplean un mecanismo que se ha normalizado como parte del afrontamiento por trastorno de estrés postraumático (TEPT): el turismo con fines de explotación sexual. 

Una tesis académica publicada por la Universidad de Antioquia, Viajeros liminales: antropología del turismo y oferta turística israelí en la ciudad de Medellín y sus alrededores, de Juan Gonzalo Casallas Montoya, explora el alto flujo de israelíes a Colombia y detalla sus motivaciones. Aunque el autor explica lo que él mismo llama el «Israelian dream», donde se refiere no a los turistas sino a las trabajadoras sexuales o escort locales que acuden voluntariamente en búsqueda de sus intereses; hay contrastes importantes. 

Investigaciones como la de Insight Crime, con apoyo de Organized Crime and Corruption Reporting Project (OCCRP) y del Centro Latinoamericano de Investigación Periodística (CLIP), desvelan conductas de redes criminales involucradas en trata de personas en varias ciudadades de Colombia. Las evidencias están dentro de los archivos hackeados de la Fiscalía sobre las operaciones de criminales israelíes en Colombia.  

VICE también documentó, desde 2018, la existencia de una red de proxenetismo liderada por ciudadanos israelíes en Bogotá, cuyos nombres aparecieron en circulares rojas de la Interpol. Pero pese a que la Fiscalía conoció los hechos en su momento, no hubo una justicia proporcional al delito. 

La impunidad en casos de trata, tráfico de drogas y explotación sexual de menores, donde aparecen involucrados ciudadanos israelíes, hace parte del mismo sistema que normaliza la violencia sobre los cuerpos en un mundo cada vez más militarizado.

Un barco cargado de horror

Este es uno de los casos más conocidos del conflicto colombiano: el entrenamiento del israelí Yair Klein a grupos paramilitares y milicias urbanas de narcotraficantes. Aunque hoy ya no sorprende, este hombre, que inicialmente ingresó como vaquero al servicio de Fidel Castaño en 1988, influyó a mercenarios en Colombia.

Klein fue uno de los responsables en dejar clara la diferencia entre matar y producir horror al hacerlo. Decapitar delante del pueblo; violar mujeres entre una decena de hombres; pasear el cadáver sobre un burro o incluso jugar con las extremidades mutiladas de los cuerpos, delante de las víctimas, son elementos distintivos de ese entrenamiento. 

El escritor y filósofo colombiano Edgar Barrero lo había llamado, antes de la llegada de Klein, “la estética de lo atroz”, analizando tempranamente los efectos en la “psicohistoria de la violencia bipartidista en Colombia”. El académico concluyó que de todo aquel horror sobreviviría, justamente, la psicohistoria.

La psicohistoria

La socióloga y antropóloga Elsa Blair, con una cercanía mayor al auge del paramilitarismo, estudió cuidadosamente la “teatralización del exceso”. Ella describe cómo la violencia, sin espacio para el duelo, es un eje que estructura y desestructura el entendimiento humano íntimo y colectivo. 

Colombia y Palestina comparten también ese rasgo, la eterna presencia de relatos de violencia donde la prensa, muchas veces, invita a observar la crueldad sin dejar espacio para la implicación con quienes sufren. 

Blair hace hincapié en las significaciones que proponen los medios de comunicación al narrar el horror como espectáculo. Ella menciona, de hecho, la supresión sutil del perpetrador de violencia cuando solo se enfoca el hecho violento, es decir, cuando la noticia son los cuerpos amontonados y ocupan las portadas de los periódicos, y no los responsables de la barbarie. 

 

“Blair hace hincapié en las significaciones que proponen los medios de comunicación al narrar el horror como espectáculo".

Para la académica, uno de los grandes problemas de esta ética en el ejercicio periodístico es que trivializa la crueldad y atribuye su peso al grupo que la padece y no al que la propicia. Otra razón para que quienes la rechacen sean juzgados como desestabilizadores.

La ocupación de Israel en Gaza demuestra que los vínculos van mucho más allá de lo simbólico. Por eso, unirse al clamor de justicia desde Colombia frente a la ocupación de Palestina y nombrar la violencia colonial donde ocurre, no donde conviene, es un acto de observación y conciencia, no solo de llana rebeldía.