“Too many drugs, muy poco espíritu”
En las últimas semanas, tres mujeres denunciaron por acoso sexual a Julián Quintero, un referente del activismo sobre drogas y reducción de daños en Colombia. ¿Qué hacemos con estos referentes y la supremacía de sus voces? ¿Qué reflexiones nos quedan para pensar en el consumo y el cuidado? Esta columna reflexiona y apuesta por una visión que contempla la reducción de daños como algo colectivo, contrario al abuso y que, en últimas, se traduce en un gran acto de amor.
Fecha: 2025-12-06
Por: Natalia Duque Vergara
Ilustración por:
MATILDETILDE (@matildetilde)
Fecha: 2025-12-06
“Too many drugs, muy poco espíritu”
En las últimas semanas, tres mujeres denunciaron por acoso sexual a Julián Quintero, un referente del activismo sobre drogas y reducción de daños en Colombia. ¿Qué hacemos con estos referentes y la supremacía de sus voces? ¿Qué reflexiones nos quedan para pensar en el consumo y el cuidado? Esta columna reflexiona y apuesta por una visión que contempla la reducción de daños como algo colectivo, contrario al abuso y que, en últimas, se traduce en un gran acto de amor.
Por: NATALIA DUQUE VERGARA
Ilustración por:
MATILDETILDE (@matildetilde)
Hace cinco años me hice periodista de drogas, cubriendo historias sobre los campesinos cocaleros que estaban siendo asesinados en varios lugares del país. Me parecía indignante tener que defender con la vida el único sustento, ante un Estado indolente cuya respuesta era con balas y a la brava. Desde entonces he contado su dolor, pero también su fortaleza y sus propuestas.
“Nosotros sabemos que aquí producimos algo que va a hacer daño allá en la ciudad”, me dijo alguna vez uno de ellos, con algo de vergüenza y resignación, y sin saber que tanto ellos como quienes consumen en las ciudades, podrían ser a los que peor les va en toda la cadena del negocio de las drogas.
Fui consciente de que el dolor no se terminaba con ellos aquí, después de una erradicación o de un enfrentamiento con el ejército, sino que migraba hacia las calles de ciudades donde el consumo, al igual que la cosecha, se perseguía y castigaba. Ahí supe que también quería hablar sobre el consumo.
"El dolor no se terminaba con ellos aquí, después de una erradicación o de un enfrentamiento con el ejército, sino que migraba hacia las calles de ciudades donde el consumo, al igual que la cosecha, se perseguía y castigaba. Ahí supe que también quería hablar sobre el consumo".
La primera entrevista que recuerdo sobre este tema la hicimos una noche, en Mutante. Fue una videollamada con Julián Quintero, quien para ese entonces era desconocido para mí. Con el tiempo, empecé a verlo en eventos, conversatorios, reuniones, todos espacios en los que se hablaba sobre drogas; se volvió “mi fuente”, esa extraña manera, entre confianza y respeto, con la que los periodistas solemos nombrar a alguien que con frecuencia nos ayuda a entender y explicar los temas que nos interesan.
Para mí siempre fue importante reconocer su protagonismo en el discurso sobre las drogas en Colombia y el impacto que logró con Acción Técnica Social (ATS) y Échele Cabeza.
Apenas el año pasado supe que el testeo de sustancias y la publicación de información científica sobre ellas hace parte de un enfoque mucho más grande: la reducción de daños.
En agosto de 2024 conocí la sala de consumo supervisado de sustancias inyectables en Bogotá. Un lugar pequeño y muy discreto, pero ya reconocido por los vecinos y por consumidores que lo frecuentaban.
Ese lugar, ubicado en el centro de la ciudad, recibía todos los días a personas que, en la mayoría de casos, no tenían otro lugar para consumir distinto a la calle. Y la calle es un espacio en el que, como consumidor, por ejemplo, de heroína, estás en peligro por al menos tres motivos.
En primer lugar, la parafernalia suele ser precaria; es común repetir las agujas y utilizar agua de los charcos para la mezcla. Luego, la falta de información puede conllevar a que te inyectes en lugares de alto riesgo y, en caso de vivir una sobredosis, es posible que mueras. Y, en tercer lugar, está el estigma y la violencia de la cual podrías ser víctima por no tener otra opción más que consumir en público.
Por eso, el equipo era lo más increíble de la sala. Son personas, jóvenes y adultas, con la disposición de saludar con cariño, facilitar jeringas limpias, acompañar los viajes y estar preparadas para actuar rápidamente en caso de sobredosis.
Su trabajo es acompañar a desconocidos. Brindarles información sin juzgarlas y cuidarlas en un momento en el cual la consciencia se altera y los sentidos se apagan.
Ese día supe que la reducción de daños se ve como un gran acto de amor.
Ese día supe que la reducción de daños se ve como un gran acto de amor.
Ahora, los mismos principios de reducción de daños aplican para una fiesta o para cualquier escenario en el que haya consumo de drogas, incluido el alcohol.
Hace tres semanas la comunidad de las drogas se revolucionó cuando una investigadora y voluntaria de Échele Cabeza denunció por violencia sexual a Julián Quintero, director de esa organización. Durante los días siguientes se hicieron públicas otras dos denuncias contra él.
Las tres historias tienen varios elementos en común, bastante llamativos y paradójicos. En primer lugar, en todos los casos había algún tipo de asimetría de poder. Todas eran mucho más jóvenes (tenían entre 16 y 20 años menos que él) y dos de ellas eran voluntarias de Échele Cabeza. En segundo lugar, todos los casos ocurrieron bajo los efectos del consumo de sustancias, especialmente alcohol. Y, finalmente, todas sucedieron en la casa de Échele Cabeza, un lugar al que entré varias veces, justamente para hablar sobre reducción de daños.
Varios de los comentarios en redes sociales dicen que “no sorprende” o “qué más esperaban”. Pero a mí particularmente sí me sorprende, no lo esperaba.
Julián Quintero no es solamente otro hombre más funado. Es un hombre que tenía toda la información, las herramientas, la experiencia para tomar otras decisiones y, aún así, no lo hizo.
Es un hombre que basó todo su trabajo y su discurso en reivindicar el consumo “reduciendo daños”, pero omitió que la identificación de los potenciales daños no es un asunto individual, sino también sistémico y colectivo. Sistémico porque no toda persona que consume está expuesta a los mismos riesgos ni en la misma medida. Colectivo porque muchos de los escenarios de consumo no ocurren en soledad, sino con otras personas que están en la misma fiesta, after, remate; en el mismo parche.
“Too many drugs, muy poco espíritu”, dice una canción de Rigoberta Bandini que conocí hace poco. Esa frase me hace pensar en Julián, con un activismo en torno a las drogas pero que carecía de esencia, de carne, de espíritu.
Lastimosamente, algunas personas en redes han visto en estas denuncias la oportunidad de volver al discurso del prohibicionismo. Como si la responsabilidad fuera de las sustancias y como si prohibirlas hiciera que la violencia sexual no ocurriera. De hecho, todas las historias ocurrieron bajo los efectos del alcohol, una sustancia de libre expendio.
Más allá de la indignación, las denuncias contra Quintero inauguran un momento de reflexión para la comunidad de drogas y de reducción de daños en Colombia.
"Más allá de la indignación, las denuncias contra Quintero inauguran un momento de reflexión para la comunidad de drogas y de reducción de daños en Colombia".
¿Cómo es posible que sólo en coyunturas como esta se vuelve relevante la importantísima y necesaria discusión sobre el consumo de drogas y el consentimiento? Esta pregunta debería hacer parte de las agendas de las organizaciones.
Durante muchos años la prestación de servicios básicos, como el testeo de sustancias, fueron monopolizados por Échele Cabeza. También hay quienes denuncian que la organización acaparaba los recursos para esta causa. El peligro de la supremacía de una voz es otro asunto que tendríamos que cuestionar.
Después de que cincuenta voluntarios y voluntarias renunciaron el 3 de diciembre, el futuro de EC no parece tan claro. Y aquí se abren preguntas y oportunidades: desde cómo seguir impulsando y alentando espacios revolucionarios como las salas de consumo, hasta quiénes estarían en el bus diseñado por la nueva discoteca en Bogotá, Kinder, donde Échele Cabeza presta atención durante la fiesta.
Si bien una organización no es solo una persona, en este caso Julián, las acciones de un liderazgo y la evidente falta de protocolos de género sí pueden pasmarla o acercarla a un fin.
Pero por eso también antes me referí al equipo de la sala de consumo de Bogotá. Porque creo que entre esos cincuenta voluntarios y voluntarias que decidieron renunciar hay mentes brillantes y corazones que creen en la reducción de daños como una apuesta colectiva y no solo individual.
La decisión de ver la humanidad del otro, aún cuando socialmente es visto como indeseado; reconocer que existen distintos niveles de vulnerabilidad que corresponden a las opresiones en las cuales se enmarca el consumo; la reconciliación con el placer y la certeza de que para sentirlo no es necesario dañar; y la confianza en las decisiones informadas más que en el castigo o en la prohibición.
Ahora llega un momento para un enfoque de reducción de daños con muchos apellidos que deben cristalizarse en los nuevos procesos y esfuerzos que estoy segura de que surgirán: una reducción de daños feminista, antirracista, popular.
Y al tiempo, llega una oportunidad que trasciende esta causa y nos interpela sobre lo que sigue ante la deriva de las denuncias por violencia sexual: ¿cómo ser más críticas ante el peligro de las voces únicas sobre los temas que cubrimos desde el periodismo?, ¿cómo vamos a trascender el castigo para que podamos, de verdad, eliminar estas conductas de la fiesta pero también de los espacios de trabajo?

