Doctorandas colombianas en el exterior: entre la zozobra y la resistencia comunitaria

Entre 2018 y 2022, el gobierno de Colombia celebró la mayor asignación de becas de doctorado en la historia del país. Sin embargo, para muchos de los becarios que decidieron emigrar, este sueño académico ha tenido un costo inesperado: su bienestar mental.

Fecha: 2024-09-20

Por: Daniela Mejía Castaño*

Imagen: Istock

Doctorandas colombianas en el exterior: entre la zozobra y la resistencia comunitaria

Entre 2018 y 2022, el gobierno de Colombia celebró la mayor asignación de becas de doctorado en la historia del país. Sin embargo, para muchos de los becarios que decidieron emigrar, este sueño académico ha tenido un costo inesperado: su bienestar mental.

Por: DANIELA MEJÍA CASTAÑO*

Imagen: Istock

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Este reportaje y la conversación social que se desprende de él ocurren gracias a la alianza entre Vorágine y Mutante. 

Claudia Ibarra** investiga en su doctorado los efectos de la comida en la calidad del sueño. Lo que ha aprendido sobre el insomnio ahora lo aplica en ella: “Desde que empecé este posgrado he tenido episodios bastante difíciles. Nunca en mi vida había sufrido de esto. A veces, mi cabeza no deja de pensar”. Antes de emigrar a Barcelona desde Colombia, para cursar su doctorado, Claudia y su esposo tenían trabajos estables y bien remunerados, vivían muy cerca del lugar donde trabajaban y eran dueños de la casa en la que vivían. Uno de los motivos por los cuales su cabeza ahora no deja de pensar es porque, para sostener a su familia mientras estudia, Claudia tiene que echar mano del dinero que obtuvo por la venta de su casa en Colombia. 

“Mi esposo está perdiendo la vista, tiene inflamada la mácula del ojo, la parte de la retina que hace que la visión sea nítida. ¿Cómo hacer un doctorado así, sin poder leer debido al estrés que generan las condiciones en las que estás investigando?”, dice al referirse a las condiciones de precariedad económica. Para transitar esos espacios de ansiedad, Claudia habla mucho con su esposo y sus hijas, dos niñas que migraron junto con la pareja a España; al tiempo, aplica algunos trucos para disminuir gastos del hogar y se aferra a su fe: “oramos y cocinamos porciones grandes de comida para no utilizar constantemente la estufa”.

A pesar de que una de la restricción de sus visas es la dedicación exclusiva al proyecto de investigación, Claudia y su esposo han tenido que trabajar mientras hacen el doctorado para que el dinero alcance. Ella cuida de adultos mayores y su esposo realiza trabajos técnicos relacionados con la ingeniería mecánica. La hija mayor de la pareja es niñera, a la vez que hace sus estudios universitarios; pero por haber cumplido 18 años en España y no tener una necesidad especial o incapacidad, quedó por fuera del amparo de los visados de sus padres, y ahora está indocumentada.  

Hace un par de años, el 14 de octubre de 2022, Claudia, su esposo y 125 personas más enviaron al Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación de Colombia un derecho de petición titulado Solicitud de auxilio. Todos y todas las firmantes eran beneficiarias de las becas entregadas por Colfuturo y financiadas por este ministerio para cursar doctorados en el exterior entre 2018 y 2021. “El financiamiento [de la beca] es limitado y no alcanza a cubrir los gastos de alimentación, vivienda y servicios básicos”, decía la carta, que también solicitaba una reunión con el comité encargado de la beca para discutir un reajuste económico. 

Marina Zuluaga** es otra de las firmantes del derecho de petición. También migró a España con su esposo e hija para hacer su doctorado. Debido a que su pareja viajó como su acompañante, los desafíos a los que Marina se ha enfrentado han sido de otro calibre: “Fue después de aceptar la beca que nos dimos cuenta de que la pareja del estudiante de doctorado, en este caso mi esposo, no tiene permiso de trabajo. Ni Colfuturo ni Minciencias nos advirtieron esto”.

El proceso de adaptación y de llegada al nuevo país también ha sido difícil, tuvieron suerte con una inmobiliaria que les sirvió de puente con un profesor pensionado,  propietario de una casa en arriendo. “En otras inmobiliarias me pedían un contrato laboral en España para acceder a una vivienda, cuando les mostraba la beca no continuaban el proceso conmigo. Nadie nos advirtió que esto podía pasar”. 

Marina sabe que llegará el momento en que la beca no sea suficiente y se le haga necesario buscar un trabajo temporal mientras hace su doctorado. En Colombia era su madre quien cuidaba de su hija, ahora ella debe ocuparse plenamente y acompañarla en el proceso de nivelación escolar. “Siento muchísima presión y ansiedad, que trato de controlar con caminatas o idas al supermercado para ver productos nuevos, así me olvido de todo por un rato. La beca no es mala, pero nos dejaron venir a ciegas y sin asesorías de nada”, lamenta.

Las razones detrás del llamado de auxilio

Elizabeth Pinilla es otra de las firmantes del derecho de petición. Hacía su doctorado en la universidad de Groninga, Países Bajos, cuando justo después de la pandemia tuvo la mayor sorpresa de su vida: “quedé embarazada y decidí tenerle”. En el contrato que había firmado con la universidad neerlandesa, a Elizabeth le daban licencia de maternidad, pero el que firmó con Colfuturo no contempla en ninguna de sus cláusulas esta opción. De hecho, en una de éstas se puede leer: “El ministerio no asume costos adicionales para personas dependientes del beneficiario”. Al final, Elizabeth no tuvo licencia de maternidad. Se quedó sola y por cuatro meses en casa, con una recién nacida a la que llamó Flora. Se las arregló con la beca, al tiempo que trabajaba en su tesis.

Ante la pregunta de si la beca considera las condiciones socioeconómicas de las estudiantes de doctorado que son madres o se convertirán en madres en el exterior durante sus posgrados, Minciencias responde: “Todos los beneficiarios reciben las mismas condiciones sin importar el género, raza, etc.”. Desde 2019 hasta 2021, 289 mujeres fueron beneficiarias de las convocatorias 860, 885-I, 885-II y 906 del ministerio. Estas convocatorias crean bancos de información con las hojas de vida de las y los candidatos, desde donde se eligen a las y los ganadores de las únicas becas entregadas por Colfuturo y financiadas por el ministerio para cursar estudios de doctorado en el exterior. 

Elizabeth Pinilla junto con su hija Flora en Groninga, Países Bajos. El gobierno le ha dado subsidios para la crianza de Flora. Foto: cortesía de la fuente.

Si hubiese sido por la beca, durante todo su doctorado Elizabeth y su hija habrían vivido con menos del cincuenta por ciento de un salario mínimo neerlandés. Por fortuna, tuvieron un salvavidas: la universidad en la que Elizabeth hizo su doctorado tiene un sistema suplementario de pagos que le adicionó 400 euros (1.850.000 pesos colombianos aproximadamente) al monto de la beca colombiana (cinco millones de pesos) para nivelar su salario. El costo de un arriendo promedio en Groninga es de 1.200 euros (unos cinco millones y medio de pesos). Pero su caso es una excepción, son muy pocas las universidades que ofrecen este sistema de compensación. 

Aún así, las dificultades económicas y mentales fueron latentes: “Después de mi llegada, el euro se disparó y la beca, además de que te paga en pesos colombianos y te deja a merced de la tasa de cambio, continúa pagando la misma cantidad durante los cuatro años del doctorado, no tiene en cuenta la inflación”. Una de las cláusulas de la beca también menciona explícitamente que el valor de ésta solo podrá ser modificado, bajo cualquier circunstancia, “para ser disminuido”. En la solicitud de auxilio enviada por Elizabeth y los otros investigadores al ministerio, las razones más mencionadas para aumentar el monto de la beca fueron: “La situación inflacionaria en todo el mundo provocada por la pandemia, la crisis de los contenedores, la guerra entre Rusia y Ucrania (que aumentó el costo del gas, tan utilizado en los hogares europeos durante el invierno; y el costo de los alimentos) y la gran depreciación del peso colombiano en relación con el dólar estadounidense”. 

Para Elizabeth hacer su posgrado, más que un ejercicio académico, fue un ejercicio emocional: “Muchas veces estuve fuera de mí, dormía poquísimo. Un doctorado en cuatro años no es realista, la mayoría de doctorados tardan cinco años, incluso seis o siete. Estoy segura de que para todas las estudiantes de doctorado esto es así. Hice, y aún hago yoga nidra, pero me cuesta”.  

María Isabel Marín es otra de las firmantes del derecho de petición, viajó con su hija adolescente para hacer su doctorado en la misma universidad que Elizabeth. María Isabel tiene un camino recorrido con la terapia psicológica, “pero a principios del año antepasado retomé con mucha más fuerza, estoy sola mientras hago un doctorado y acompaño a mi hija en su adolescencia”.

Para sostenerse emocionalmente durante sus posgrados, Elizabeth y María Isabel se han acompañado en colectivo, con grupos de lectura y escritura en los que se reúnen los viernes en la noche, cada quince días. En cada convocatoria —la de escritura fue impulsada en un primer momento por María Isabel, la pequeña comunidad latinoamericana, que se ha conocido por redes sociales y por el voz a voz, formada no sólo por estudiantes de doctorado, sino también por sus familiares, trabajadoras latinoamericanas y personas que han migrado por amor, cumplen con el ritual de encontrarse en la casa de alguien y llevar, cada una, algo de comer y de beber para compartir entre ellas sus vivencias. 

A Maria Isabel esta comunidad le ha hecho sentir en casa, con una sociedad y una lengua que no son las suyas, acompañada y contenida. Elizabeth ha vivido momentos de mucha soledad y desconocimiento, para ella la comunidad ha sido un camino para saborear la amabilidad y la ayuda. 

Autorretrato, tomado por María Isabel, junto a algunos integrantes del grupo de escritura Las migrantes escriben. A la derecha, Elizabeth. Foto: cortesía de la fuente.

¿Beca o  crédito condonable?

En los últimos meses de su mandato, Iván Duque (2018-2022) se dedicó a resaltar los hitos de su paso por la Presidencia. Uno de los que más celebró fue el de haber tenido la mayor asignación de becas de doctorado en la historia de Colombia. Claudia me explica lo que hay detrás de este hito, y de su vida: “Esto no es una beca, es un crédito condonable, y para que lo condonen no solo debemos entregar la tesis en tiempo récord sino otros productos, como libros o artículos académicos. Mi universidad no da salario complementario. No sé en qué condiciones mi esposo y yo vamos a terminar el doctorado, ni qué pasará con la situación migratoria de mi hija. Vivimos un día a la vez”.

El abogado Carlos Alberto Paz Lamir es conocido entre las investigadoras como el mejor defensor cuando las becas se enredan. “Las dificultades de estas becas-crédito vienen desde mucho antes, en 2003 llegó a mis manos el caso de la científica Natalia Palacios, la primera que se atrevió a pelear por sus derechos. Colciencias en ese entonces [no existía aún el ministerio] le exigió pagar el crédito porque no regresó al país después de terminar su doctorado”. 

La doctora Palacios no encontró en Colombia un trabajo para alguien de su nivel académico y continuó con sus estudios posdoctorales por fuera del país, al tiempo que hacía colaboraciones para algunas instituciones colombianas. Por medio de una acción de tutela, que ganó luego de una revisión de la Corte Constitucional, a Natalia se le perdonó la deuda. El abogado Paz demostró que se aplicó una responsabilidad que no valoró las circunstancias particulares de su caso, una de ellas fue la reducción del presupuesto de Colciencias a partir de 1998, lo que imposibilitó la renovación y montaje de laboratorios aptos en el país para el desarrollo de proyectos de investigación en el área de las ciencias naturales, el área de investigación de Palacios. “Este fallo abrió las puertas a otras formas de interpretar estos contratos y sus cláusulas, y logró que el regreso al país no fuera un requisito de condonación de la deuda”, explica. 

En su práctica, el abogado Paz ha visto casos de personas brillantes que durante sus estudios de posgrado entran en depresiones profundas con graves deterioros cognitivos que les impiden regresar a sus vidas académicas; investigadoras que han sufrido plagio y prefieren callar por miedo al poder que ejercen sus supervisores sobre ellas; ataques cardiacos por la presión de los procesos jurídicos; investigadores con cánceres que él atribuye al estrés, e incluso intentos de suicidio: “a la deuda se le vincula una vergüenza y culpa que alcanza incluso a los codeudores, que regularmente son los papás, los amigos o los colegas. Las familias se acaban por esto, es una cadena interminable”. 

“Estamos hablando de seres humanos y, en última instancia, nos estamos jugando la construcción de conocimiento y desarrollo de un país. Cuando se maltrata a las investigadoras así, ¿quién va a querer retornar? ¿Y si hablamos de restaurar en los estrados las consecuencias en la salud mental de quienes sufren o han sufrido estas tragedias durante sus estudios de posgrado? Tengo un caso que me ha tocado mucho, el de un científico nacido en el Cauca. He querido montar una acción de reparación en contra del Estado colombiano”, explica el abogado.

Paz hace referencia al investigador Héyder Carlosama López, el hijo menor de un cortero de caña que terminó su bachillerato en Corinto, Cauca, con la distinción Andrés Bello. Mientras ejercía como docente en la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia, Héyder pidió, con la asesoría de Colciencias, una comisión de estudios remunerada por cuatro años para hacer su doctorado en La Universidad de California en Berkeley (el tiempo máximo que Berkeley otorga para terminar un doctorado es de cinco y, en algunos casos, hasta de seis años). A los cuatro años, Héyder no terminó su investigación, así que pidió una extensión de un año, que le fue negada. Al no regresar al país en el tiempo estipulado, la universidad declaró el abandono del cargo, y Colciencias le cobró con intereses el dinero que le había prestado. Hoy, Héyder es un paciente incapacitado por un trastorno depresivo.

Durante la instalación del Congreso de la República, el pasado 20 de julio, el presidente Gustavo Petro aseguró: “En campaña prometí buscar las maneras de cambiar la idea de que nos hacemos ricos extrayendo lo que la naturaleza o dios puso por debajo del suelo (modelo extractivista), a la idea de que nos volvemos ricos a partir del trabajo, de la transformación de las cosas en la producción (sociedad del conocimiento). Si se hubiera aplicado la genuina Constitución del 91 no se le estarían debiendo 200 billones de pesos a la educación”. Un año y nueve meses después del primer derecho de petición con la solicitud de auxilio que llegó a Minciencias, el ministerio respondió, en representación del Gobierno nacional, que no era posible dar apoyo económico complementario pues no se habían demostrado “casos fortuitos” o de “fuerza mayor que permitieran modificar los términos de las becas-crédito. 

Según se puede ver en la oferta institucional del ministerio, este tipo de convocatorias no han vuelto a ser ofrecidas. Los únicos programas de estudio de posgrado durante este gobierno han sido de carácter nacional. Solicitamos una entrevista con la ministra, la doctora Yesenia Olaya, pero al momento de la publicación de este artículo la solicitud no fue atendida.

Hacer un posgrado al tiempo que se migra

Para explicar qué pasa en la psique de una persona que hace un posgrado, la doctora Andrea Manjarrés, representante del campo de Psicología Social Comunitaria del Colegio Colombiano de Psicólogos, utiliza la metáfora de una mochila: “Le vas a agregar piedras a esa mochila muy pesadas: la piedra de las obligaciones académicas, una de las más pesadas; la piedra con el peso de la incertidumbre económica, tan recurrente en los investigadores latinoamericanos; el peso de la maternidad, que regularmente viene acompañado por la culpa”. Las piedras, en realidad, son procesos altamente estresantes: “La percepción de que lo que demandan de mí es mucho más grande y fuerte que los recursos que tengo para responder a esa demanda. Precisamente lo que están viviendo estas investigadoras”, explica.

Cuando la mochila se hace demasiado pesada, el cuerpo se obliga a detenerse. El síndrome del trabajador quemado, clasificado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como un “fenómeno de origen laboral”, se caracteriza por agotamiento, indiferencia mental y emocional, y disminución en la eficacia profesional. ¿Cómo es que un estudiante de posgrado termina por sufrir la condición de un trabajador? La doctora Manjarrés utiliza un símil para explicarlo: “Tenemos la falsa creencia de que un doctorado es un simple peldaño más después de la maestría. No es así. Hacer un doctorado es producir ciencia, producir conocimiento que se puede registrar, aplicar y comercializar; los doctorandos son los soldados del saber, y eso en la sociedad del conocimiento es uno de los trabajos más importantes”.

En otros estudios científicos se ha demostrado la aparición simultánea del síndrome del trabajador quemado con trastornos psicosomáticos: “Cuando estamos estresados liberamos más cortisol, un disparo de esta hormona dura seis horas. En sus justas proporciones el cortisol es bueno, pero si estos disparos son constantes es estrés patológico”. Los síntomas físicos se ven agravados por factores mentales, por eso la falta de sueño de Claudia y Elizabeth; la inflamación crónica en los ojos del esposo de Claudia; los infartos y los cánceres entre los clientes del abogado Paz. 

“Si a esa mochila le agregas la piedra del cambio cultural por la migración y el idioma, la haces aún más pesada”. La cabeza vive la migración como un duelo (duelo migratorio), que tiene diferentes etapas, y no son lineales: “Al principio vivimos la negación; luego, nos frustramos: ¿por qué tomé está decisión? Aquí no me reciben bien. Otras veces negociamos con esta nueva realidad: chévere, no me tengo que preocupar por la delincuencia, me siento un poco más segura en la calle. Después, puede aparecer la adaptación, se va la tristeza, te sabes el nombre del vecino. Y puede que te regreses otra vez a la tristeza en Navidad o en el cumpleaños de un familiar”. 

¿Por qué migrar cuando aparentemente se está bien? “Es algo innato en nosotros, las primeras civilizaciones eran nómadas. Migramos por curiosidad, para mejorar la capacidad adquisitiva y académica”, dice la doctora Manjarrés. No es un capricho irse de Colombia para seguir estudiando, a pesar de que en el país aumenta la oferta de posgrados, históricamente la inversión en investigación, infraestructura tecnológica y formación posgradual no ha sido prioridad de los gobiernos colombianos. La oferta es poca, por lo que en muchos casos no queda sino irse.

El duelo migratorio es singular. Las investigadoras Eugenia Vilar y Catalina Eibenschutz explican en Migración y salud mental: un problema emergente de salud pública que “el duelo es generalmente vivido como una situación privada, difícilmente comunicable en sus matices más profundos. El exilio [y todas las migraciones], al contrario, conlleva un duelo colectivo, cuanto más apoyo solidario, compañía y posibilidad de compartir, mayor será la probabilidad de salir airoso en el trance de hacer una nueva vida en un país extraño”.

Manjarrés también fue una estudiante de posgrado migrante y las redes de apoyo, dice, hacen la diferencia en el rumbo que cada vida toma durante esos estudios. Si la mochila se carga entre varias personas se hace menos pesada. 

“Debe hacerse una mirada profunda en los círculos de apoyo de los estudiantes, sobre todo cuando migran. El Estado colombiano debe entender que no se trata de dar la plata y buena suerte, sino que es importante que haya líneas de apoyo emocional y círculos de escucha para apoyo socioemocional”, recomienda.

Si un Estado, dice ella, tiene claro que el futuro de un país depende del conocimiento que produce, de las patentes y de la propiedad intelectual que registra, de las soluciones que crea para sus problemas, la perspectiva cambia. María Isabel hace su investigación para encontrar la forma en que las metáforas se puedan entender de manera computacional, esto podría representar un gran avance para la Inteligencia Artificial; Elizabeth hizo su tesis sobre cómo se construye el sentido de los líderes sociales como representantes de la otredad, “así como soñando, con mi doctorado tendría la posibilidad de intervenir los programas educativos del país para encontrar y reconocer la otredad, que por lo regular es invisibilizada, estigmatizada e ignorada”. Marina hace su doctorado sobre nuevas formas de utilizar la realidad virtual para mejorar la comunicación y rentabilidad de empresas colombianas pequeñas y medianas. Cada persona que decide hacer un posgrado es una posibilidad de abrir nuevos caminos, tal vez más compasivos e informados, para habitar este mundo.

* Daniela Mejía Castaño es pereirana, migrante, bailarina y periodista egresada de la Pontificia Universidad Javeriana. Junto con la comunidad Red Tejiendo Historias de Agenda Propia fue ganadora del premio de periodismo Eglantyne Jebb , entregado por Save the Children; y finalista del programa de televisión Project Dans (Proyecto Baile), emitido por el canal público de la televisión neerlandesa NPO1. 

** Los nombres de Marina Zuluaga y Claudia Ibarra fueron cambiados pues las entrevistadas prefirieron no ser identificadas.

Agradecimientos especiales a todas las personas que hacen parte del colectivo La Pava, a través del ciclo de escritura Las Migrantes Escriben; a la Asociación de Estudiantes Latinoamericanos en Groninga (Alas); a la psicóloga María Andrea Bonilla Rubio y al psicólogo Emmanuel Ghoz; y a los becarios Natalia Trujillo, Henry Mavisoy e Isidro Arévalo, por compartir sus testimonios.

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