Gaza lo es todo

Fecha: 2025-06-13
Por: Álvaro Soler Martínez*
Ilustración por:
WIL HUERTAS (@uuily)
Fecha: 2025-06-13
Gaza lo es todo
Por: ÁLVARO SOLER MARTÍNEZ*
Ilustración por:
WIL HUERTAS (@uuily)
Cada imagen proveniente de Gaza desde hace más de 600 días sacude la conciencia del mundo —si es que algo de ella queda intacto—. Hospitales arrasados, niños rescatados de entre los escombros, ayuda humanitaria bloqueada o bombardeada y más de 55.000 palestinos asesinados. Netanyahu y el gobierno sionista se muestran impunes; potencias como Estados Unidos o la Unión Europea continúan financiando, mirando hacia otro lado o incluso justificando el genocidio. Los movimientos pro Palestina occidentales, la mayoría de ellos ligados a espacios universitarios, están siendo duramente reprimidos. No es raro vislumbrar imágenes dantescas de la policía cargando con violencia contra movilizaciones pacíficas de estudiantes en Europa y Estados Unidos, incluso en este último, deteniéndolos en sus domicilios, multándolos y expulsándolos de la universidad.
Mientras Occidente se sumerge en ese contexto reaccionario, cada nueva jornada suma más muertes, más horror y más mezquindad. Hace unas semanas superamos los 600 días desde que Israel empezó a bombardear Gaza, un año y ocho meses desde que se inició de manera directa el más drástico genocidio del siglo XXI: televisado, financiado, justificado por el capitalismo blanco e imperialista.
Aunque, si somos justos, deberíamos hablar de otros segmentos temporales para catalogar la catástrofe. En concreto, 77 años desde que la Nakba se abrió paso sobre el pueblo palestino y se creara oficialmente ese monstruo “civilizatorio” que hoy llamamos Israel.
La calcinación de cadáveres, el rastro interminable de escombros, las delgadas figuras de los palestinos deambulando por un infierno en la Tierra son la concreción más contundente del colapso moral de nuestra época. Con Palestina muere el relato de la civilización occidental: justa, libre, igualitaria y fraterna. Con Palestina muere todo un relato —no una realidad—, sino el discurso que maquillaba la violencia estructural que el capital ha ejercido históricamente sobre el Sur global.
Con Palestina se consolida un giro de timón de un sistema siempre latente frente al exterminio y la barbarie, siempre dispuesto a tejer automatismos bélicos, políticos y económicos fatales sobre cientos de pueblos. Con Gaza muere esa ficción capitalista del buen liberalismo, donde las democracias parlamentarias occidentales se cubrían las espaldas con los derechos humanos, planes de desarrollo económico paternalistas, ayudas caritativas sobre la falta de recursos básicos, o la entrada de ayuda humanitaria en zonas de crisis constantes, de guerra civil o Estados fallidos que sus propias políticas imperialistas generaban en el Sur global.
La promesa del capitalismo liberal ha muerto. La vida prometida en el paraíso occidental se resquebraja, mientras sus democracias presentan sin ambages las contradicciones de un sistema anclado en la acumulación de capital. Las vidas precarias y diversas del proletariado quedan ahogadas en palabras que ya no engañan a nadie. Sin vivienda, con la sanidad muy mermada, con una educación colapsada, con unas ciudades distópicas que se asemejan a las peores películas de grandes metrópolis ciberpunk, la vida de la modernidad se difumina y se nubla bajo un relato que las élites atesoran, defienden y nos lleva hacia genocidios, ecocidios, precariedad, depresión y un futuro oscuro.
Con esta promesa ya rota, la nostalgia por pasados que nunca existieron surge con fuerza. Aquí entra el nuevo fascismo, a construir un nuevo relato, a ordenar toda una nueva promesa bajo las cenizas de aquello que se ha destruido: Occidente y su modelo de sociedad está en peligro, toca ahora volver ¿Pero volver a dónde?
A un atrás que es un hacia adelante autoritario: una nueva promesa cincelada bajo los gritos de todos aquellos maltratados a los que, siniestramente, se les invita a participar en la construcción de su propio nuevo fetiche. Es así como Europa y todo el Norte Global caminan hacia la construcción de todo un marco autoritario donde el eje central es el miedo al cambio, el pánico moral y la gestión afectiva del desastre capitalista.
Es este telón de fondo el que permite comprender el auge de la extrema derecha a nivel mundial. En las últimas elecciones europeas, estas formaciones alcanzaron su mayor representación histórica: 187 escaños (el 26 % del Parlamento). Gobiernan en Italia, son clave en Países Bajos, Francia, Finlandia, Hungría o Suecia, y avanzan incluso en España, Portugal y Alemania. La distopía reaccionaria ya no se impone desde fuera del sistema, sino desde su núcleo democrático-liberal, convertida en espectáculo de gestión, orden y seguridad.
Sin embargo, el surgimiento del espectro de un cambio radical también suena con más fuerza, aunque la ficción cultural del capitalismo pueda construir más y más relatos prometeicos, es en cierta manera inevitable que el capitalismo se enfrente a las propuestas postcapitalistas, muchas de ellas provenientes del maltrato al Sur Global. ¿Acaso hay otra solución al enorme sufrimiento que vivimos, si no es con una política independiente de la clase trabajadora, completamente desligada de la maquinaria burguesa?
El filósofo Günther Anders nos recordaba hace ya unas décadas que “lo que fue ayer realidad, en la medida en que sus presupuestos fundamentalmente no han variado, es igualmente posible de nuevo hoy; que, pues, el tiempo de lo monstruoso no haya sido más que un simple interregno”. Es quizá esto lo que hemos olvidado, pues el capitalismo ha seguido siendo igual o más monstruoso, vampírico, gigante, omnímodo, racista y explotador que antes. La violencia que germinó en las dos guerras mundiales, pero que antes convirtió a los pueblos del Sur global en esclavos desprovistos de toda humanidad. Esa misma sociedad que albergó tanta fría y racional maldad. Esa misma civilización, heredera del imperialismo, esa misma, es nuestra sociedad.
La sociedad que conecta, hoy, en 2025, el “moro de mierda” que puedes escuchar en cualquier barra de bar, en la cena de Navidad de un familiar, en tu puesto de trabajo o en la gran cantidad de contenido racista de las redes sociales, con un infierno en Palestina, donde aquellos que mueren no son vistos como personas, sino como arquetipos clásicos del enemigo, del que no debería tener agencia, del que debería ser el siervo y el esclavo. Esa sociedad que se resquebraja sobre su propio odio y explotación, es una sociedad que debemos dejar atrás.
Tal y como el filósofo Alberto Toscano nos advierte: “el fascismo (…) puede entenderse como una operación de salvamento planetario de la supremacía blanca en un horizonte temporal (y afectivo) de declive (eventual, inevitable o quizás aplazable)”. Sin duda, con el apoyo a Israel de todo Occidente, sobre todo de su clase capitalista, observamos una última baza para sostener una nueva promesa: la de no renunciar al modo de vida privilegiado del Norte global, aunque eso suponga arrasar con el Sur y, además, lapidar todo tipo de opción comunista dentro de las sociedades del centro global.
Es por esto, precisamente, que Gaza lo es todo: a cada palestino que es masacrado por el etnoestado de Israel e ignorado por el resto del mundo, el nuevo fascismo imperialista se ensancha y se autoconvence de que el camino prometeico es la fuerza, la violencia sistemática, la necropolítica, el apartheid y el genocidio. Cada día que transcurre sin que Occidente y todo el panorama internacional tomen medidas contundentes para detener el genocidio, la dirección de todas las sociedades humanas vira más y más hacia un horizonte reaccionario, donde el capitalismo promete descomponerse bajo los escombros de todos nosotros.
Bibliografía:
Anders, G. (2006). Nosotros, los hijos de Eichman. Barcelona: Editorial Paidós.
Toscano, A. (2025, 2 de marzo). ¿Sabes lo que quiere Wotan? Communis. https://communispress.com/sabes-lo-que-quiere-wotan/
*Álvaro Soler (Valencia, España), es sociólogo y escritor. Trabaja como investigador sobre postcapitalismo en el centro CETR Barcelona, y como docente en la universidad de adultos PROTED. Es fundador del proyecto de divulgación Sociología Inquieta y cofundador del Centro de Estudios Postcapitalistas.
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