“El costo del silencio es más alto que el del proceso judicial”: Vanesa Restrepo
En una audiencia el 13 de junio, un juez le dio la razón a la periodista Vanesa Restrepo, quien en 2019 denunció a Juan Esteban Vásquez por una agresión sexual. Aunque aún faltan dos meses para emitir el fallo, y la defensa va a apelar la decisión, este es un triunfo para las mujeres periodistas. En esta entrevista, Restrepo reflexiona sobre el proceso judicial, el silencio y la revictimización.
Fecha: 2024-06-18
Por: Beatriz Valdés Correa
Fotografía: Paula Thomas (@paulathomasph)
“El costo del silencio es más alto que el del proceso judicial”: Vanesa Restrepo
En una audiencia el 13 de junio, un juez le dio la razón a la periodista Vanesa Restrepo, quien en 2019 denunció a Juan Esteban Vásquez por una agresión sexual. Aunque aún faltan dos meses para emitir el fallo, y la defensa va a apelar la decisión, este es un triunfo para las mujeres periodistas. En esta entrevista, Restrepo reflexiona sobre el proceso judicial, el silencio y la revictimización.
Fecha: 2024-06-18
Por: BEATRIZ VALDÉS CORREA
Fotografía: Paula Thomas (@paulathomasph)
Han pasado cinco años desde que Vanesa Restrepo, entonces periodista de El Colombiano, denunció a Juan Esteban Vásquez, quien trabajaba como macroeditor digital del mismo medio, por el delito de acto sexual abusivo con persona en incapacidad de resistir. Este 13 de junio un juez confirmó que Vásquez es culpable y que Vanesa no mentía, como la defensa del victimario y algunas personas alcanzaron a sugerir.
La respuesta de la justicia es una nueva confirmación de todo lo que el periódico El Colombiano, la Fiscalía y los jueces hicieron mal durante este tiempo: Vanesa puso en conocimiento de recursos humanos lo que le hizo Vásquez, y la respuesta que recibió fueron cuestionamientos sobre cómo iba vestida. El medio de comunicación la hizo trabajar a 100 metros de su agresor y le dijeron que mientras la justicia no dijera si él era culpable o no, ellos no podían hacer nada. Vanesa renunció. La Fiscalía intentó reducir el delito a uno menos grave. Y en las audiencias tuvo que probar que no tenía razones para inventar lo que sí sucedió.
Esta es la segunda victoria de Restrepo. La primera llegó en 2021, cuando la Corte Constitucional protegió sus derechos a trabajar en un ambiente libre de violencia y discriminación de género y obligó a El Colombiano a hacer y socializar un protocolo para atender casos de violencias sexuales. Ahora, la victoria es la verdad judicial que, aunque tardó, llegó para insistir en que las violencias contra las mujeres se tienen que juzgar y los responsables deben ser sancionados.
En esta entrevista, Restrepo insiste en la necesidad de no revictimizar, la importancia de romper el silencio y hace un llamado a que el periodismo, cuya misión es vigilar el poder, vigile también el poder patriarcal dentro de las salas de redacción.
Beatriz Valdés: Han pasado cinco años desde que denunciaste a Juan Esteban Vásquez. Acaba de llegar el sentido del fallo que anuncia la culpabilidad del agresor. ¿Qué tuviste que afrontar en este proceso judicial para por fin obtener justicia?
Vanesa Restrepo: Fueron cinco años muy duros. Siempre lo escribí en uno de mis cuadernos/diarios y es que sea cual sea el costo de este proceso, es un costo menor que el costo de la complicidad. ¿Cómo complicidad? Yo siempre dije que si hicieron esto conmigo, fácilmente lo podrían hacer con otra persona. Y que si esto pasaba, y yo, sabiendo lo que esta persona me hizo no hablaba y él se lo hacía a otra persona, me iba a sentir igual de culpable que si lo hubiera hecho yo.
El costo del silencio creo que es más alto, aunque no lo parezca. Si te soy muy honesta, yo tenía muchas dudas. Siempre nos han dicho que la justicia no funciona, y era un caso complicado. Desde que lo supe no he hecho sino llorar. Llorar de agradecimiento. Llorar de esperanza, de que siempre nos han dicho que no y lo hemos dicho desde el periodismo, pero esta vez sí pasó.
B: ¿Sentiste que en este tiempo la justicia hizo las cosas bien o fuiste revictimizada?
V: Este proceso tuvo dos jueces y dos fiscales. El primer juez me llamaba “niña” en las audiencias. Los interrogatorios fueron muy difíciles: tener que volver a contar todo con detalle, que preguntaran si a usted la tocaron con un dedo, con dos, con una mano. En la última audiencia me preguntaron: ‘¿usted cómo sintió eso si estaba la luz apagada?’
A la justicia aún le falta un montón. Los abogados de la contraparte estaban haciendo su trabajo, pero yo escuchando las grabaciones me di cuenta de que muchas de las preguntas eran estereotípicas. Le preguntaban a mis amigos si yo cuando salía era coqueta con los hombres, cómo me comportaba cuando tomaba licor, si alguna vez le había coqueteado a este señor.
En todo este proceso terminé siendo más juzgada yo que él, porque se esculcó mi vida, mis traumas, mis decisiones. Me hicieron un examen psiquiátrico forense, que fue muy valioso, y permitió afirmar: no, esta señora no es una mentirosa, su historia de vida es consistente… Es decir, había que determinar que no había ninguna razón para que yo me inventara una cosa de ese tamaño. Y yo digo: ¿en serio estamos así? En el caso de Thelma Fardín la atención también estuvo sobre ella: si uno se demoró, entonces por qué; si no, entonces por qué no. Una tiene que demostrar que es una buena persona y una buena mujer ante los estándares de la sociedad heteropatriarcal. Fue muy revictimizante, pero me sentí muy respaldada por mis abogados, mis amigos, El Armadillo [medio de comunicación independiente de Medellín, cofundado por Vanesa]…
B: Justo mencionas a Thelma Fardín, que también acaba de obtener justicia en Argentina y cuyo caso fue significativo para una generación entera que creció viéndola en un famoso show de televisión ¿Qué significa para ti recibir esta noticia en este momento? ¿Crees que estamos dando pasos hacia una justicia que les crea a las mujeres en nuestra región?
V: Yo sí tengo un poquito de esperanza, sobre todo porque tanto en la decisión de Thelma como en la mía se han retomado estándares internacionales y sentencias de cada país de casos anteriores. Es decir, estamos construyendo sobre lo que lograron otras mujeres que hablaron antes de nosotras, y yo confío en que son decisiones que les ayudan a muchas otras que vienen detrás. Yo creo que es un cambio, pero es un cambio que va mucho más lento, que le está costando mucho a muchas mujeres en el camino.
Yo tuve la oportunidad de acceder a una defensa muy buena y soy muy afortunada por eso, pero soy consciente de que esta no es la regla. Y cuando yo me enfrentaba a barreras, como el juez diciéndome “niña” —porque suena una bobada, pero para ejemplificar el tratado del señor—, yo decía: esto a una persona sin asistencia jurídica le queda muy de para arriba. O a una menor de edad que no entienda todo lo que uno ha entendido cuando crece, le debe costar 300 veces más, y no todas tienen acceso a una terapia.
Hay que seguir reclamando porque así uno desconozca sus derechos, es obligación de la justicia hacerlos valer.
B: En la audiencia se dice el sentido del fallo, pero hace falta saber de cuánto será la condena ¿Esta es una victoria total para ti? ¿Qué hace falta?
V: Siento que es una victoria en el sentido de que, con lo retador que era el caso y con todo el montón de estereotipos que hay, logramos que el juez dijera: hay una condena. Lo siguiente que ocurrió en la audiencia fue que los abogados [de él] dijeron: nosotros vamos a impugnar y pedimos que se respete la libertad de Juan Esteban mientras no haya una decisión de segunda instancia. Y me preguntaban si yo tenía una oposición, y puede sonar paradójico, pero yo dije que no. Ojalá él aprenda, ojalá no repita lo que hizo, pero a mí no me trasnocha que él esté tras las rejas. Yo quiero que haya justicia y sentar un precedente. Yo no había sido consciente de [lo que significa] la verdad para las víctimas y sobrevivientes hasta que fui una, y esa verdad, sentirse validada, que tu palabra quedó en firme… es importante.
El Colombiano decía que no podían decir nada mientras la justicia no lo diga. Ahora lo dijo. ¿Y entonces? ¿Qué van a hacer?
B: El argumento de El Colombiano para no remover de la sala de redacción al agresor era que la justicia no había fallado. ¿Consideras que esta posición es justa?
V: No. Esa es la forma más fácil de lavarse las manos. Yo siempre le dije a la gente de El Colombiano: si yo les digo que a mí me atracaron aquí afuera con un cuchillo, El Colombiano hace una campaña. Cuando hay una censura, una agresión a un periodista, pero no está vinculado el periódico, ellos son los primeros en moverse. Pero cuando es adentro, mejor quédese calladita. Yo todo el tiempo sentí que era ese estereotipo de: no hable que usted va a dañar a la familia.
Es absolutamente inhumano que una persona venga y llorando te cuente que acaba de sufrir una agresión sexual y tú estés tranquila con que esa persona tenga que trabajar a 100 metros de su agresor. Porque yo levantaba la mirada del computador y lo que veía justo en el ángulo visual era a esa persona. Para ir al baño, para ir por un café, yo tenía que pasar por el puesto de él. Entonces para mí esos días fueron un infierno.
B: Hace tres años la Corte Constitucional tuteló tus derechos a un ambiente libre de violencia y discriminación de género, obligó a El Colombiano a hacer un protocolo y socializarlo y sentó un precendente para las salas de redacción. ¿Sabes si algo ha cambiado en esa sala de redacción desde entonces?
V: Sé que existe el protocolo, que cumplieron el requisito de crearlo. Pero le he preguntado a otras mujeres que entraron después y dicen: uno cuando firma contrato, firma un papel que dice que eso existe, pero no sé dónde está. Esta persona (Juan Esteban Vásquez) permaneció allá hasta poco antes de la sentencia de la Corte, pero yo no siento que haya habido ninguna conversación o reflexión sobre el tema. Creo que lo que hicieron fue cumplir con lo que había que cumplir para que no se radicara un incumplimiento o cualquier otra acción legal. Sé que hubo un caso en el que se aplicó el protocolo y que la persona denunciada sigue y la denunciante salió, pero no sé en qué terminó el caso.
B: Está ese caso, pero quienes estamos en medios sabemos que hay muchos más que no pasan de chismes ¿Crees que las salas de redacción siguen siendo espacios inseguros para las mujeres periodistas?
V: Yo creo que sí. Yo creo que hemos logrado algunos avances, muy pequeños, pero seguimos normalizando muchas cosas. El abuso de poder y autoridad se sigue presentando y lo siguen normalizando. Este tema de las vacas sagradas… nadie los cuestiona y nadie dice nada, y uno de los patrones es que las chicas sean recién llegadas o practicantes, donde hay una relación de poder.
Y cuando son temas de acoso sí conozco 10.000 historias en las que los equipos de gestión humana de diferentes medios de comunicación terminan dando respuestas más o menos parecidas a las que nos dieron a nosotros: “es que no la tocaron”, “no le hicieron nada”, “nosotros ya hablamos con él y él se comprometió a no volverlo a hacer”. Yo siento que todavía no han dimensionado lo grave que es esto para nosotras, lo mucho que nos afecta, y como están acostumbrados a una rotación alta porque es una profesión precarizada, todo termina pasando de agache.
B: En una publicación que hiciste en redes sociales, sobre la decisión del juez, retomas las palabras de la Corte sobre la supuesta “neutralidad frente a la violencia”, ¿dónde has visto esta “neutralidad” y cómo debería cambiar esta práctica que resulta tan cómoda?
V: La persona de gestión humana de El Colombiano me preguntó a mí cómo estaba vestida y le dijo a otra editora que el periódico era un lugar neutral, entonces, que ni machismo ni feminismo. Ella sigue allá siendo jefe de gestión humana.
Yo creo que se requiere preparación. Hay que reconocer la realidad, y es que crecimos en una sociedad heteropatriarcal en que las oficinas de gestión humana se preocupan por otras cosas, pero ya hay al menos dos llamados y tenemos que hablar del tema. A mí siempre me decían: no sabemos qué hacer porque es la primera vez que nos pasa. Yo no sé si es la primera vez, pero seguramente no va a ser la última.
Yo tengo la esperanza de que esta conversación siga evolucionando, y el llamado siempre ha sido que nuestra función como periodistas es vigilar el poder, pero ¿qué más poder sobre todas nosotras que el poder del patriarcado? ¿Por qué ese no lo vigilamos?
B: A muchas víctimas de violencias basadas en género les da miedo denunciar porque temen consecuencias negativas en su vida profesional por un caso mal manejado. Tú misma tuviste que renunciar. ¿Cuál crees que debería ser la forma correcta en la que las empresas actúen para no sumarle a las víctimas esta inseguridad económica y laboral?
V: La activación de rutas de atención efectivas. Si tienen una persona especializada en detectar, prevenir y atender casos de acoso laboral, que era lo que me reiteraban (pero obviamente no es lo mismo), lo puede hacer con el acoso sexual. Las directivas de los medios asumen que uno denuncia porque quiere acabar con el victimario, pero casi todo el mundo denuncia porque no quiere que eso le pase a otro ser humano. Que se hagan conscientes de eso, que creen los canales de denuncia adecuados, que tomen las acciones preventivas. Yo no estoy diciendo que si un hombre es denunciado, entonces lo saquen, lo aislen y lo quemen, pero si está compartiendo un espacio de trabajo con la víctima, sepárenlo.
B: En este momento las mujeres en la Universidad de Antioquia, tu alma máter, están en asamblea permanente por los casos de violencia de género desatendidos en la institución. Es la tercera vez que pasa. Las mujeres, especialmente jóvenes, persisten en la lucha por romper el silencio. ¿Qué sientes respecto a esta nueva generación de estudiantes que lucha para que la universidad sea un espacio libre, que no las violente ni silencie?
V: Con la universidad ha pasado lo mismo que con las empresas, y es que solamente se preocupan por el tema cuando hay un ruido mediático al respecto. El profesor que acosa a las alumnas y todo este tipo de historias que todas conocemos siguen pasando. ¿Qué más necesitamos hacer para que nos entiendan que de verdad el problema es real? Ya incluso hemos visto casos donde ni siquiera hay una relación de poder, por ejemplo, la profesora de física. Un estudiante se convirtió en su acosador y ahora ya no puede estar tranquila en ningún lado. Ese es un síntoma muy verraco de qué tanto se ha degradado la situación y yo siento que la universidad se está haciendo la de las gafas.
Y a ellas las admiro muchísimo por hablar. Siento que es un cambio generacional que se ha dado en la medida en que muchas otras antes que yo han decidido hablar. Pero el principal problema de esta violencia es que el patriarcado nos acostumbró a que es culpa nuestra y nos tenemos que cuidar. Mi gran preocupación es que si sus voces no son escuchadas, probablemente se desaniman a hablar. Es urgente que tomen acciones porque incluso hay un montón de menores de edad involucradas.
B: En otros países, como Brasil e Italia, hay movimientos que buscan volver a quitarles derechos a las mujeres. ¿Cuál es tu llamado a nosotras, todas, para insistir en vivir una vida libre de violencias?
V: Ahora que trabajo en derechos humanos he aprendido que los derechos que tenemos las mujeres son conquistas y cuando alguien medio se descuida, vuelven los sectores de derecha y los grupos a hacer cosas [en contra de estos]. Es muy duro aceptarlo, pero es más alto el costo de no seguir luchando. Nuestros derechos requieren que sigamos unidas para garantizar que permanezcan, que no haya retrocesos. Por eso es tan importante que haya mujeres y mujeres en cargos de poder. Tenemos que seguir rompiendo techos de cristal, luchando para reconocer el cuidado como una tarea y no como simplemente amor. Son muchas luchas, pero si no las asumimos, nadie lo hará por nosotras.
B: Ante un panorama de inacción judicial y administrativa, el movimiento feminista ha tomado acciones frente a denuncias como la tuya. Haciendo un ejercicio autorreflexivo, ¿cuáles crees que son los aciertos y desaciertos en el tratamiento que da este movimiento a casos como este?
V: Este tipo de mecanismos como el escrache son las herramientas que nos quedan. Las víctimas en su mayoría hablamos porque no queremos que le pase a otras. Y si no logramos que la justicia nos reconozca los derechos y castigue a los culpables, por lo menos podemos advertirles a otras. Lo valido porque muchas veces no hay otra opción. Si para mí, que denuncié un mes después, fue complejo, ahora imagínate a una persona que denuncie un abuso en su infancia. Sabemos que hay casos en los que se han cometido errores, se ha llegado a la revictimización, pero es que somos nosotras haciendo todo. La justicia no puede recaer en organizaciones feministas. No nos pueden dejar a nosotras la carga cuando ellos hacen parte del sistema que nos genera esto.
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