La pandemia aumentó el hambre, nuestras donaciones, ¿la malnutrición?

Ante una situación de emergencia que ha aumentado el hambre en Colombia, como la que ha causado el COVID-19, la respuesta de sectores públicos y privados ha sido apelar a la solidaridad, a través de donaciones. Si bien estas acciones contribuyen a mitigar la tragedia, la pregunta por la calidad de los alimentos que donamos cobra especial relevancia en un contexto de crisis mundial de salud pública. ¿Con qué estamos alimentando a un país con hambre?

Fecha: 2020-11-18

Por: María Paula Murcia Huertas

Ilustración: Natalia Ospina Meléndez

La pandemia aumentó el hambre, nuestras donaciones, ¿la malnutrición?

Ante una situación de emergencia que ha aumentado el hambre en Colombia, como la que ha causado el COVID-19, la respuesta de sectores públicos y privados ha sido apelar a la solidaridad, a través de donaciones. Si bien estas acciones contribuyen a mitigar la tragedia, la pregunta por la calidad de los alimentos que donamos cobra especial relevancia en un contexto de crisis mundial de salud pública. ¿Con qué estamos alimentando a un país con hambre?

Fecha: 2020-11-18

Por: MARÍA PAULA MURCIA HUERTAS

Ilustración: Natalia Ospina Meléndez

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No había pasado ni una semana de la cuarentena oficial por COVID-19, cuando aparecieron los trapos rojos en las puertas y ventanas de barrios populares de Valledupar, la capital del departamento costero del Cesar, en Colombia. Esta forma de protesta –que luego se extendería por todo el país– fue promovida a través de grupos de WhatsApp y redes sociales. Según lo señalaron algunos medios locales , el mensaje instaba a quienes no tuvieran qué comer, a colgar un trapo rojo para que las autoridades se percataran y pudieran ofrecerles un mercado.

La pandemia dejó hambre a su paso y así quedó demostrado por los trapos rojos que colgaban, sobre todo, en los barrios periféricos de las grandes ciudades colombianas.

Según la versión 2020 del informe ‘El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo’, producido por varias agencias de Naciones Unidas, la lucha contra el hambre en Colombia había hecho avances en los últimos 15 años: entre 2004 y 2006, en el país había 4.8 millones de personas subalimentadas, mientras que entre 2017 y 2019, la cifra se redujo a 2.7 millones, casi la población entera de una ciudad como Medellín.

Sin embargo, con la llegada del COVID-19, este panorama se transformó.

De acuerdo con las proyecciones del Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas (PMA) —ganador del Nobel de Paz 2020, por sus esfuerzos en la lucha contra el hambre mundial—, en América Latina la pandemia aumentará el hambre 269% respecto a las cifras de 2019. Casi el triple de personas enfrentarán la inseguridad alimentaria severa. Es decir, no tendrán acceso físico, social o económico suficiente a alimentos.

Aunque aún no hay información consolidada sobre el número de personas en esta situación en 2020 en Colombia, según estas proyecciones y los datos de los informes de la Organización de las Naciones Unidas de la Alimentación y la Agricultura (FAO) del 2019, la cifra podría ascender a 5.39 millones: aproximadamente el 11% de la población total del país.

Y no es difícil encontrar relatos de personas que hacen parte de esta cifra. En octubre de 2020 preguntamos a través de nuestras redes cómo había cambiado la alimentación de nuestra audiencia durante la pandemia . El hambre se hizo visible en varias de las respuestas.

“!!! Se aguanta mucha hambre !!!!”

“De tres comidas a una, cuando hay suerte. (La realidad de muchos) ”

“Empeoró. Por ser independiente, poco trabajo, y así mismo la adquisición de alimentos. No se puede decir que no coma pero se aguanta más hambre. A veces si hay para una no hay para dos comidas ”.

Un estudio de investigadores de la Unidad de Nutrición del Hospital Universitario Villa del Rocío de Sevilla , califica a esta situación de inseguridad alimentaria —asociada al incremento de pobreza— como la gran doble epidemia del siglo XXI: “la ‘malnutrición’, con la obesidad por un lado (mayor consumo de productos hipercalóricos que son elegidos por ser menos perecederos y por una percepción de ser más económicos) y, por el otro, la desnutrición (asociada a situaciones de pobreza extrema, soledad, depresión y precariedad social) ”. Pablo Remón Ruiz y Pedro Pablo García-Luna, los autores, sostienen que estas dos situaciones “en el contexto de la infección COVID-19 están directamente relacionados con el aumento de mortalidad”.

Según Mercedes Mora, nutricionista y magíster en Fisiología y Nutrición Humana, “ hay evidencia de la relación entre el consumo de productos ultraprocesados ​​y la obesidad , entre obesidad e hipertensión, entre ultraprocesados ​​y diabetes e indudablemente entre diabetes, hipertensión y mortalidad”.

¿Cómo estamos saciando a un país con hambre? ¿Qué le estamos dando de comer?

LA RESPUESTA SOCIAL Y COLECTIVA AL HAMBRE

Ante esta crisis mundial, y la vulnerabilidad económica en un país como Colombia, la estrategia de distintos sectores de la sociedad fue acudir a la solidaridad ciudadana para suplir las necesidades inmediatas. El 72%, de cerca de 1.500 personas que respondieron un sondeo hecho por Mutante en Instagram , dijo haber donado alimentos o recursos para alimentos durante la pandemia.

Las ‘donatones’ masivas, como las que activaron las alcaldías de Bogotá y Medellín, prueban la magnitud de la disposición ciudadana y empresarial a contribuir con donaciones: la primera logró más de $ 50.000 millones de pesos , donados por cerca de 36.000 ciudadanos y 91 empresas ; la segunda recaudó $ 13.000 millones.

Pero, ¿qué tipo de alimentos se le están donando a quienes no tienen que comer?

De las personas que respondieron el sondeo mencionado, 32% dijo no saber qué alimentos había donado y 86% afirmó que no saber cuáles eran los requisitos nutricionales de la población que recibió la donación. Y aunque la audiencia de Mutante demostró tener identificadas distintas iniciativas ciudadanas que han contribuido a saciar el hambre en esta coyuntura, ante la pregunta sobre el tipo de alimentos que están siendo entregados la respuesta más común fue el silencio.

Por su parte, el anuncio de la Secretaría de Hábitat de Bogotá de una donación de 10.000 cajas de desayuno de “Milo” —una bebida en polvo de chocolate y malta— para familias vulnerables, en alianza con la multinacional suiza de alimentos y bebidas Nestlé , causó polémica a principios de julio de este año. El cuestionamiento a esta donación no se hizo esperar. El nutricionista Juan Camilo Mesa  afirmó desde su cuenta de Twitterque donar esas cajas “no es buena opción para personas que sufren el flagelo del hambre. El azúcar genera, por mecanismos hormonales, MÁS HAMBRE. Los ultra procesados ​​no llenan, no alimentan, no son nutrición ”. Las críticas a su postura surgieron inmediatamente, a través de comentarios a su trino: “No hay que exagerar, es solo uno y para quienes no han comido las calorías no sobran”, “Yo prefiero eso a que estén aguantando hambre por falta de mercado o algo así ”.

El problema, según insiste Mesa, es el alto contenido de azúcar que tienen estos productos ultraprocesados.

Aunque esta discusión se centró sobre todo en la caja de desayuno de Nestlé, otras canastas que se diseñaron para ser donadas a población similar, y que no han sido tan mediáticas, suponen los mismos riesgos. 

Como forma de responder a la crisis, algunos supermercados diseñaron un mercado básico y lo ofrecieron un precio más bajo del que habitualmente cualquier cliente pagaría por los productos que contiene. Fueron pensados ​​como canastas de donación. En el comunicado en el que Grupo Éxito anunció su propuesta de donación, Carlos Mario Montoya, su presidente, explicado que la iniciativa surgió porque mucha gente llamaba y decía: “’quiero ayudar y no sé cómo’. Esto nos puso a pensar en generar una opción de bajo costo que pudiese llegar a cientos de miles de familias en Colombia. Canasta básica, al menor costo posible, y con la mayor cobertura ”, dijo el empresario.

La canasta básica que desarrolló Éxito consistía en arroz, lentejas, fríjoles, arveja, sal, azúcar, café o chocolate, salsa de tomate, crema de sabores surtidos o caldo de gallina, refresco en polvo, papel higiénico y gelatina, por un valor de $ 16.000 COP –unos cuatro dólares–. Por su parte, la de Alkosto tiene aceite, café, chocolate, arroz, azúcar, lenteja, panela, sal, pasta, atún, avena, fécula de maíz, galletas, salsa de tomate, cremas de sobre, sopa instantánea, caldo de gallina , gelatina y té en polvo, por un valor de $ 29.000 COP –casi ocho dólares–. Ninguna de las dos incluye frutas, verduras o algún otro producto fresco.

Canastas como la de Alkosto, según Juliana Zárate, cofundadora de Mucho —un emprendimiento de comercio sano, justo y sostenible de alimentos locales—, tienen tres problemas: “carecen de frutas y verduras, exceden el consumo recomendado de azúcar y exceden el consumo recomendado de sodio. Este alto consumo es el que está vinculado con las enfermedades cardiacas, vasculares, hipertensión y diabetes ”.

Este potencial de malnutrición de las donaciones se extiende a las ayudas humanitarias que está brindando el Estado en distintos niveles. Por eso, y para entender el panorama de las ayudas alimentarias ofrecidas por los gobiernos locales, el centro de estudios Dejusticia interpuso 64 derechos de petición a alcaldías y gobernaciones. En la sistematización de las 23 respuestas que recibieron, concluyeron que “de manera homogénea, las entidades adoptaron la estandarización del manual de la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo y de Desastres (UNGRD)”. Este manual recomienda una canasta compuesta de aceite, arroz, azúcar, café, chocolate, fríjol, harina de maíz, harina de trigo, leche en polvo, lentejas, atún, panela, pasta y sal.

“Para una emergencia en la que hay condiciones difíciles de almacenamiento, la canasta no suena mal. Los únicos alimentos que me preocupan son el chocolate, que a veces es ultraprocesado, y el atún, que altos niveles de mercurio y su empaque [que libera sustancias tóxicas] ”, afirma Rubén Orjuela, nutricionista e investigador de Educar Consumidores, una organización orientada a promover la incidencia política para proteger la salud humana. Además explica que los productos ultraprocesados ​​son cada vez más baratos porque reemplazan algunos de sus componentes por otros de menor precio.

El problema, para Orjuela es que “no todas las emergencias son iguales. Es innecesario, inoficioso y poco saludable hacer la misma canasta en todas las emergencias. Las canastas que se arman tienen que ser acordes a la emergencia y deben tratar de favorecer los circuitos cortos de comercialización. A esas canastas, como donaciones para la emergencia por la pandemia, les hacen falta frutas y verduras ”.

La nutricionista Mora asegura que Colombia tiene la capacidad agrícola de suplir el 75% de las necesidades alimentarias del país. Si podemos consumir alimentos de calidad, ¿por qué no los elegimos?

¿POR QUÉ SON PROBLEMÁTICAS ESTAS DONACIONES?

Varias expertas con las que conversamos para este informe periodístico, aseguraron que el problema con estas donaciones es el elevado porcentaje de ultraprocesados: “productos industrializados elaborados a partir de componentes extraídos de los alimentos, con presencia de aditivos y altos contenidos de componentes críticos como azúcares libres, grasas saturadas y sodio ”. Así los define un estudio publicado el 9 de mayo de este año por investigadores e investigadoras de la Facultad de Medicina de la Universidad Javeriana, la Escuela de Gobierno de la Universidad de Los Andes y el Departamento de Nutrición Humana de la Universidad Nacional.                      

La nutricionista Mercedes Mora hace la distinción entre productos ultraprocesados ​​y alimentos de calidad para explicar que el problema con los primeros es que han perdido su matriz alimentaria: “Los productos ultraprocesados ​​tienen muy poco de alimento como tal. Han perdido su matriz alimentaria, que son las características y los nutrientes que tiene un alimento cuando es producido por la naturaleza. Para comerme una naranja, solo le quito la cáscara y me como prácticamente la matriz alimentaria completa. Cuando me tomo un ‘jugo de naranja’ que viene en una caja, ya no tiene la fibra, ni la vitamina natural de la fruta, sustancias que le permiten durar más ya veces otras que le puedo probar el sabor ”.

Los alimentos ultraprocesados ​​aportan carga energética, pero este aporte no es suficiente para que un alimento sea de calidad. Para Michela Espinosa, Especialista Senior de Alimentación y Lucha contra la Malnutrición de la FAO en Colombia, un alimento de calidad debe tener dos características : cantidad (carga energética) adecuada, para que la persona que lo consuma pueda tener energía suficiente para desempeñar sus actividades , y calidad (carga nutricional) adecuada: “En términos de calidad, no solo es que no esté vencido, sino que en realidad nos nutra, aporte al requerimiento mínimo que tienen las personas de nutrientes y que responda también a los contextos culturales y de adaptabilidad de las comunidades ”.

La población que está pasando hambre en Colombia, la más vulnerable, es la que está recibiendo donaciones de alimentos ultraprocesados, cuando lo que necesita son alimentos de calidad.

El estudio de la Universidad Javeriana, la Universidad de Los Andes y la Universidad Nacional, establece que “las personas que viven en condiciones de vulnerabilidad tienen limitaciones sociales, económicas y políticas, lo cual les impide tomar decisiones adecuadas con respecto a sus patrones de alimentación . Pertenecer a un bajo estrato socioeconómico está positivamente asociado a patrones de alimentación no saludables ”.

Rubén Orjuela, nutricionista de Educar Consumidores, explica que los productos ultraprocesados ​​son cada vez más baratos porque reemplazan algunos de sus componentes por otros de menor precio. Por ejemplo, en algunos productos, reemplazan el azúcar por jarabe de maíz, que es más barato. Esto los hace accesibles a una población con menor capacidad adquisitiva. Pero, además, los aditivos que contienen, sumados a su baja capacidad de saciedad, generan comportamientos alimentarios que Orjuela califica como “casi adictivos”.

Los patrones de alimentación no saludables que se caracterizan por el consumo habitual y excesivo de productos ultraprocesados, según este estudio, explican el creciente número de personas con enfermedades crónicas no transmisibles (ECNT). A su vez, “las ECNT son factores de riesgo vinculados con la severidad clínica en pacientes diagnosticados con COVID-19”. 

Para el 5 de noviembre, el Instituto Nacional de Salud reportaba 32.209 muertes por el virus en Colombia. De estos casos, 14.843 están en estudio para determinar si tenían comorbilidades. De los 17.366 restantes, el 70% tenía una comorbilidad directamente relacionada con la malnutrición: hipertensión arterial (6.416), diabetes (3.901) y obesidad (1.910).

El estudio de las universidades colombianas finaliza con recomendaciones de dos tipos, encaminadas a mitigar los efectos negativos indirectos en la salud derivados de la pandemia. Las primeras, versan sobre las donaciones:

  1. “No se deben aceptar donaciones de comestibles altos en azúcares libres, sodio o grasas saturadas. Esta recomendación debe extenderse a todos los comestibles ultraprocesados ​​”. 
  2. “Se deben evitar donaciones en especie o contribuciones económicas de sectores de industria que produzcan comestibles no saludables. Este tipo de aportes por parte de la industria busca propiciar comunicaciones conjuntas con el sector público, con el propósito de promocionar una imagen corporativa positiva ante la sociedad. Para UNICEF, este tipo de actividades van en contravía de las iniciativas dirigidas para prevenir la obesidad ”.

Las segundas, versan sobre la valoración de la producción campesina y el lugar que debe ocupar durante la pandemia: designar a los agricultores como trabajadores de primera línea, incentivar la producción y el consumo de alimentos campesinos y preservar el funcionamiento de sistemas agroalimentarios.

Sin embargo, estas recomendaciones están lejos de la realidad. Juan Carlos Buitrago, director de la Asociación de Bancos de Alimentos de Colombia (Ábaco), una de las iniciativas de lucha contra el hambre más reconocidas en el país, explica que en Colombia se desperdicia una tercera parte de los alimentos que se producen. Por eso tienen alianzas con proyectos agrícolas para rescatar la producción de frutas y verduras que se va a desperdiciar, y hacerla llegar a poblaciones vulnerables. También reciben donaciones de alimentos ultraprocesados, con los que complementan las canastas, que según su página web están compuestas en un 45% por frutas y verduras y en un 21% por lácteos, cárnicos y granos.

“En países como Colombia, en donde tenemos muertes por desnutrición y millones de personas que se acuestan con hambre todos los días, no podemos dar el lujo de desaprovechar ningún alimento. La nutrición tiene que ser variada y completa. Y variada significa que todos los alimentos son valiosos, pero no podemos consumir ningún alimento en exceso. Por tanto, los alimentos no se deben entregar y ya, sino que debe haber un proceso de educación alimentaria y nutricional, que es un compromiso de todos los colombianos ”, dijo Buitrago.

La paradoja es que, aunque existan iniciativas que buscan rescatar la producción campesina, en el campo todavía hay muchos alimentos que se pierden porque no hay forma de comercializarlos. Mientras tanto, los productos ultraprocesados ​​siguen primando en la mayoría de las canastas de donación, en las ciudades hay gente que sigue teniendo hambre, y en los hospitales se siguen muriendo pacientes de COVID-19 por comorbilidades asociadas a la malnutrición.

UN PAÍS QUE DESPERDICIA ALIMENTOS DE CALIDAD

Geovaldis Jiménez es un líder campesino de Montes de María, en donde la situación de la comercialización de los alimentos ha sido crítica durante la pandemia. “El campesinado se dedicó en el aislamiento a producir. Tenemos una producción maravillosa de buena calidad, agroecológica, pero no tenemos forma de comercializarla ”, dijo. 

A pesar de que el traslado de alimentos estaba autorizado durante la cuarentena, en muchos casos la policía le impidió el paso a los camiones que venían cargados con cosechas, nos describe Juliana Millán, coordinadora del programa de Economía Social de la Asociación de Trabajo Interdisciplinario, organización aliada de la Red Nacional de Agricultura Familiar. Una de las razones fue el incumplimiento de protocolos de bioseguridad en el transporte, resultado de la falta de capacitación de las comunidades campesinas en estos temas.

Michela Espinosa, especialista de la FAO, cree que estas comunidades deben fortalecerse en sus medidas de bioseguridad para no alterar su salud ni su producción. “La agricultura familiar, campesina y comunitaria provee entre el 60% y 70% de los alimentos que consumimos y debemos estimular que continúen con su producción, que hace parte de una alimentación nutricionalmente adecuada. Gran parte de las medidas de protección de los gobiernos no están dirigidas hacia ellos, sino a los grandes comercializadores y productores. Los gobiernos deben revisar sus políticas y a quiénes deben fortalecer y apoyar ”.

En Colombia se desperdicia el 34% de los alimentos que se producen, y los que más se botan son las frutas y verduras, y las raíces y tubérculos, según datos del DNP. “El campo se nos está poniendo viejo. Se está volviendo improductivo porque nuestros productos no tienen salida, porque no tenemos grandes cadenas de aliados ni una institucionalidad que nos apoye y nos fortalezca ”, nos dijo Jiménez, el líder campesino.

Si, en vez de solo tener productos ultraprocesados, todas las canastas de donación incluyeran alimentos campesinos, los que engrosan la cifra del 34% que se desperdician, las cosechas no se perderían y quienes tienen hambre podrían consumir alimentos de alta calidad. Todos ganaríamos. Entonces, ¿a quién le interesa que esto no suceda?