Vivir en Venezuela en medio de la vigilancia y el terror de Maduro
Hablamos con cerca de 20 habitantes de Venezuela*, la mayoría jóvenes, para conocer cómo han vivido la represión estatal que comenzó el 29 de julio. La nueva cotidianidad incluye borrar chats y camuflar grupos de Whatsapp, para evitar que los revise la Policía, detenciones masivas en las calles y vecinos que se delatan entre sí.
Fecha: 2024-08-16
Por: Juan Manuel Flórez Arias
Ilustración: Samuel Castaño (@samcastano)
Fecha: 2024-08-16
Vivir en Venezuela en medio de la vigilancia y el terror de Maduro
Hablamos con cerca de 20 habitantes de Venezuela*, la mayoría jóvenes, para conocer cómo han vivido la represión estatal que comenzó el 29 de julio. La nueva cotidianidad incluye borrar chats y camuflar grupos de Whatsapp, para evitar que los revise la Policía, detenciones masivas en las calles y vecinos que se delatan entre sí.
Por: JUAN MANUEL FLÓREZ ARIAS
Ilustración: Samuel Castaño (@samcastano)
*Todos los nombres de las fuentes de este artículo fueron omitidos por seguridad.
La semana pasada me agregaron a un chat de WhatsApp que parecía un grupo de oración de los Testigos de Jehová. La foto de perfil era un atardecer dorado, con un hombre y una mujer que caminaban de la mano sonrientes por un campo verde. No llegué allí en busca de fe. La foto y el nombre del grupo son un camuflaje. En realidad, es un chat oculto de periodistas venezolanos. Lo disfrazaron de chat religioso hace tres semanas, cuando comenzó la campaña de represión del gobierno de Nicolás Maduro.
—Ahora todos los grupos de periodistas en los que estoy tienen nombres rarísimos: curso de conducción, primera comunión. Ya ni siquiera sé dónde estoy hablando —escribe una periodista venezolana.
Todo comenzó el 28 de julio. La autoridad electoral de Venezuela declaró la reelección de Maduro en la presidencia sin presentar los resultados de las votaciones mesa por mesa, ni ningún otro soporte. La comunidad internacional dudó, miles de venezolanos salieron a protestar, pero el Gobierno decidió atrincherarse. La Policía y los colectivos chavistas armados irregularmente asesinaron a 23 personas en un par de días. Después de aplacar las movilizaciones en las avenidas, trasladaron la represión a los barrios. Más de 1.400 personas han sido detenidas, muchas en sus casas, sin participar en protestas.
Los ojos del Gobierno llegaron hasta los chats personales y las redes sociales. Maduro bloqueó Twitter durante diez días en el país, amenazó con hacer lo mismo con Whatsapp y promovió el uso de una aplicación para delatar “a los que han atacado al pueblo”. Se trata de VenApp, una plataforma creada originalmente para reportar fallas en los servicios públicos, a la que se le agregó la opción de reportar “guarimbas fascistas”.
En los barrios, se institucionalizó la vigilancia entre vecinos. Y en las calles, la Policía hace batidas en las que revisa los celulares de los transeúntes en busca de contenido político. Por eso entré al chat oculto de periodistas, para preguntar cómo ha cambiado su cotidianidad en estas semanas.
—Han pasado 20 días y se sienten como 20 años —resume una periodista—. Me parece que las elecciones fueron hace tanto tiempo. Creo que la Caracas de antes del 28 de julio se perdió para siempre.
—Desde que comenzaron a montar los puestos policiales en mi barrio, uso un segundo celular para salir. El verdadero lo dejo en casa —agrega otra.
—Acabo de cruzarme con la Policía. Dejé el celular en mi casa, pero el miedo me congeló. No tenía una excusa si me paraban. No sabía si podía inventarla. Al final logré pasar, a veces tenemos la suerte de pasar inadvertidos. ¿Pero qué va a pasar cuando no?
—Salgo poco a la calle. Trato de ir con mi esposa siempre para distraer a la Policía. Si voy solo, soy un hombre sospechoso para ellos. Si voy con ella, somos una familia inofensiva.
Cierro un chat, abro otro. Durante varios días hablo con cerca de 20 personas en Venezuela: líderes populares, activistas, familiares de víctimas de detenciones y asesinatos, defensores de derechos humanos. Este artículo es el resultado de ese desahogo colectivo.
“Bajar la voz no ayuda si tienes miedo: lo mejor es gritar”
H. estudió para ser abogado porque cree en que es posible distinguir totalmente el bien del mal.
—Tengo 35 años, tenía 9 cuando Hugo Chávez llegó al poder y nunca me gustó. Lo que hacía no era bueno, solo parecía bueno. Las buenas acciones son buenas y punto.
H. trabaja en Provea, una organización de derechos humanos que se dedica a documentar la represión en Venezuela. Antes de las elecciones del 28 de julio, en Provea hicieron una suerte de ejercicio adivinatorio: trataron de anticipar cuáles derechos iban a ser violados por el Gobierno si había protestas, con el fin de estar listos para registrarlos.
Previeron la violencia del Estado, las detenciones a opositores, incluso las muertes, pero no la magnitud de la “operación tun tun”. Así es como se conoce, en Venezuela, la campaña de capturas masivas de las fuerzas de seguridad: un recordatorio de un puño que llama a la puerta de tu casa.
El perfil oficial de Instagram de la Dirección de Contrainteligencia Militar de Venezuela ha compartido videos con música de terror para promocionar la “operación tun tun”. En uno de ellos se ve al muñeco Chucky con un fusil automático y un chaleco antibalas con el logo militar. “Si has hecho mal, entonces vendrá. Los buscará, escóndanse bien”, dice la canción. El video concluye con una advertencia en letras color rojo sangre: “De Chucky: Pórtense bien”.
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H. lleva varios años documentando violaciones de derechos humanos. Sabe tramitar la desesperación, explicarle con palabras amables a la persona al otro lado de la línea que no tiene la capacidad para liberar a su familiar, pero que necesita que le cuente todo lo que vio y pudo registrar, mientras sigue fresco en su memoria.
—No es lo que una víctima quiere escuchar, pero documentarlo todo es la única forma de que haya justicia. Ya no basta con demostrar que hay violaciones de derechos humanos en Venezuela. Para poder convencer a la justicia internacional, debemos probar que hay ataques sistemáticos, que emanan de los más altos rangos del poder. ¿Para qué? Para que en el futuro, cuando haya una transición democrática, paguen quienes tengan que pagar.
H. trabaja con la dedicación de un escriba que guarda la historia. Su obsesión es fijar el presente, custodiar los hechos en tablas de excel inmensas, que siguen creciendo cada día, para preservarlos de la confusión y el olvido. No es suficiente con ese registro. Las organizaciones de derechos humanos como Provea buscan también reunir a las víctimas que han sufrido los mismos crímenes. Hay un comité de familiares de asesinados, otro de presos políticos, etcétera.
—Bajar la voz no ayuda aunque tengas miedo: lo mejor es gritar —dice H.—. Este jueves (15 de agosto) vamos a hacer un encuentro de víctimas. La idea es que se reconozcan, agruparlos a todos como uno solo. Reunirlos y que sepan que de aquí en adelante van a tener la misma lucha.
Parte de su trabajo es entregarles a las víctimas una nueva identidad. A veces eso requiere una negociación sobre las palabras. H. explica que muchos de los familiares de los detenidos en estas semanas no quieren estar en el comité dedicado a los presos políticos. “Mi hijo no es político”, le han dicho varias madres.
—Entendimos que para que las personas se sientan seguras debemos nombrar las cosas como ellas lo piden, no como nosotros queramos.
A veces H. se frustra. A veces cree que va a dejar todo e irse de Venezuela. Ha pasado estas semanas en una habitación de soltero, lejos de su familia. Tiene miedo de que el Gobierno rastree su teléfono. Hay días en los que no para de repetir, como una profecía, el mismo pensamiento: “Ya vienen por mí”.
—Soy abogado y nunca he visto la justicia. ¿La justicia existe? —la pausa de H. me hace pensar, por un momento, que no es solo una pregunta retórica, que quiere una respuesta—. Porque si no existe, ya no sabría cómo hablarles a las víctimas.
Las vidas normales
—Duermo muchísimo. No para descansar, sino para evadir la realidad.
—A mí me ha costado dormir. Paso horas y horas en la cama dando vueltas. Me puse a ver el reality de Los Montaner y (otra vez) Hannah Montana en Disney + para desconectarme de todo JAJAJAJAJA.
—Miren, tal vez sea el momento indicado para que caigan en las garras (si no lo han hecho) de las 🫰🏽✨series coreanas✨🫰🏽. Eso me ha ayudado un montón a mí.
—Tengo miedo de caer y no salir más nunca de ahí jajajajaja.
—Mi único escape son mis clases de italiano. Me gustan porque los personajes de los ejercicios de gramática viven vidas tan normales. Me hacen reír. Son tres horas a la semana en las que no estoy acá.
“Nací en el chavismo y creo que me voy a morir en el chavismo”
D. supo que Chávez era “una mala persona” porque interrumpía con sus alocuciones sus caricaturas en cadena nacional. Recuerda bien la imagen: era 2004, ella era una niña de unos siete años sentada frente a la pantalla, de visita donde su familia en Cumaná. De pronto la señal se cortaba y aparecía un caballo blanco que cabalgaba sobre la bandera de Venezuela. Era el anuncio de un discurso del presidente que podía durar horas.
D. tiene 27 años. Desde que tiene memoria, el chavismo está en el poder. La primera elección que recuerda fue el referendo revocatorio de 2004. Sobre todo porque su mamá firmó el formulario para convocar a esa votación. La lista con las dos millones de firmas fue filtrada por un diputado chavista y se volvió un documento de persecución y despidos en puestos públicos. El nombre de su mamá en esa planilla la persigue hasta hoy.
Hace tres semanas, la noche de las elecciones, D. estaba en su habitación esperando los resultados, cuando entró su mamá y le dijo: “No sé por qué te ilusionas con esas cosas. Va a pasar lo mismo de siempre”.
D. no le hizo caso. Pasada la medianoche, el presidente del Consejo Nacional Electoral, Elvis Amoroso —miembro del partido de gobierno y amigo de la primera dama, Cilia Flores—, apareció frente a las cámaras y anunció la victoria de Nicolás Maduro. Sin preguntas, sin los resultados mesa por mesa, que tres semanas después siguen sin aparecer. Maduro ganó y punto.
—Lo escuché y me entró la loquera —cuenta D.—. Me paré y empecé a gritar por la ventana: es fraude, coño de tu madre, es fraude. Le gritaba a la calle, a nadie. Hasta que mi tía entró y me dijo que me calmara. Entonces le grité también a ella. No me siento orgullosa de eso. Le dije que no entendía, que ella sí había vivido otras cosas. Yo no. Desde que tengo uso de razón esa gente está montada.
D. tiene un juego recurrente consigo misma: imagina su vida si Chávez no hubiera sido militar. Si nunca hubiera llegado al cargo de comandante del Batallón de Paracaidistas en Maracay, ni hubiera dado el intento de golpe de Estado en 1992, ni hubiera llegado a la presidencia en 1998, ni hubiera declarado a Nicolás Maduro como su sucesor en 2012. Imagina a Chávez dedicando su carisma a la comedia, como anfitrión de su propio talk show. El Jimmy Fallon venezolano. Esa noche, sin embargo, no tenía ánimo para juegos. Solo podía pensar en una cosa.
—Nací en el chavismo y creo que me voy a morir en el chavismo.
Eran las 5 am del 29 de julio cuando D. logró dormirse. Horas después, durante ese mismo día, 17 personas fueron asesinadas en las protestas en distintos estados de Venezuela. La mayoría no tenía más de 25 años. Nacieron y murieron en el chavismo.
A Jesús Tovar, de 21 años, le dispararon en Maracay en la rotonda del obelisco, frente a la 42 Brigada de Paracaidistas. Aquella de la que Chávez fue comandante. Jesús era barbero, también vendía verduras en el mercado municipal. Hacía poco había reunido suficiente dinero para independizarse. Recibió la bala en la pierna y fue trasladado junto a otros heridos al seguro social de San José de Maracay. Murió en el pasillo por la pérdida de sangre, antes de ser atendido.
Petare
En Venezuela hay un dicho con forma de profecía: “Cuando la gente del barrio baje, las cosas van a cambiar”. Se refiere a Petare, la inmensa zona popular que crece sobre las laderas al este de la ciudad, donde el chavismo ha consolidado su popularidad durante 25 años. Su estrategia han sido los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (Clap), el programa de distribución de alimentos básicos del que dependen miles de familias, y que son administrados por líderes locales que, en la práctica, son los ojos del gobierno en el barrio.
El 29 de julio, sin embargo, ante la vista de los líderes del Clap, miles de vecinos de Petare bajaron de la montaña para protestar.
El costo fue alto. Las calles de Petare se llenaron de colectivos chavistas, grupos de civiles armados de forma irregular, apoyados por el Gobierno. Los líderes de los Clap, envalentonados, empezaron a pasar la lista de quienes habían salido a protestar, según algunos testimonios de habitantes del barrio. En medio del caos, varios trabajos cerraron por días. En Petare, para muchos, significa no comer al día siguiente.
K. vive en La Dolorita, el barrio en el extremo más oriental de Petare. Tenía miedo de contestar la llamada. En estos días no se sabe en quién se puede confiar en Venezuela. Por eso me pidió que le enviara un cuestionario:
—¿Cómo vivió el día de la elección? —pregunto.
—Se vivía un ambiente alegre. Parecía 24 de diciembre. La gente en la calle gritaba: “No quiero clap, no quiero harina, yo lo que quiero es que se vaya Nicolás” —responde K.
—¿Y cómo fueron los días siguientes, cuando anunciaron que ganó Maduro?
—Fue muy impresionante ver todas las calles haciendo cacerolazo por política. Había horario de cacerolazo a las 7 pm. Pero luego me asustó escuchar a la jefa del clap. Porque nos dijo: “Quiero ver a todos los que votaron por la oposición. Los conozco a todos. A ninguno le voy a dar bolsa”.
—¿Participó en las protestas del 29 de julio?
—No participé por miedo de que pasara algo. Pero sí las vi de cerca. Recuerdo algo muy importante: la rabia de la gente. Decían: “Ellos hicieron trampa, pero van a salir”.
—¿Siente que su día a día ha cambiado después del 28 de julio?
—Antes salíamos a la hora que fuera. Ahora se meten los colectivos al barrio y nos da miedo estar en la calle tarde. Otra cosa: antes publicábamos lo que queríamos. Ahora no porque escuchamos que nos pueden bloquear las redes.
—¿Qué espera del futuro?
—Tengo esperanza y tengo miedo. Tengo esperanza de que esto cambie. Pero también tengo miedo de que pase algo en este país. Por mis niños. Lo más difícil de estos días fue cuando mi esposo dejó de trabajar. Él trabaja para sustentar mi hogar.
Puede que el dicho profético venezolano sea real: cuando la gente baja de la montaña, las cosas van a cambiar. Pero los cambios no cuestan lo mismo para todos.
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