No Other Land: arrebatar imágenes al infierno

El documental ganador del Óscar, que expone la ocupación y el brutal despojo de Israel en Cisjordania, se estrenó en Colombia después de meses de retraso. En la misma semana, uno de sus realizadores fue asesinado por un colono israelí. Juan Manuel Flórez, periodista de Mutante, reflexiona sobre el poder y el riesgo de las imágenes. Y cómo nos afectan mientras somos testigos de un genocidio transmitido casi en vivo.
Fecha: 2025-08-02
Por: Juan Manuel Flórez Arias
Ilustración por:
WIL HUERTAS (@uuily)
No Other Land: arrebatar imágenes al infierno
El documental ganador del Óscar, que expone la ocupación y el brutal despojo de Israel en Cisjordania, se estrenó en Colombia después de meses de retraso. En la misma semana, uno de sus realizadores fue asesinado por un colono israelí. Juan Manuel Flórez, periodista de Mutante, reflexiona sobre el poder y el riesgo de las imágenes. Y cómo nos afectan mientras somos testigos de un genocidio transmitido casi en vivo.
Fecha: 2025-08-02
Por: JUAN MANUEL FLÓREZ ARIAS
Ilustración por:
WIL HUERTAS (@uuily)
La vida de Basel Adra es una pregunta constante al horizonte: ¿cuándo aparecerán, tras la montaña, las retroexcavadoras del ejército israelí que vienen a destruir su aldea? Los habitantes de Masafer Yatta, en el sur de Cisjordania, nunca saben cuál será la siguiente casa derribada. Israel declaró esa tierra palestina como un campo de entrenamiento militar y ahora se dedica a vaciarla. A destruirla lentamente: cada semana una casa. Algunos reconstruyen a escondidas: tratan de reparar en la noche el mundo que Israel destruyó durante el día. Otros, sin más opciones, toman sus pertenencias y se van a vivir a cuevas en las montañas. Israel no solo los expulsa de sus casas, también de la superficie de la tierra.
Basel Adra se dedica a grabarlo. En 2019, el joven palestino comienza a registrar las demoliciones. Cada vez que llegan las retroexcavadoras, corre con su cámara al lugar. Al principio no está haciendo una película: solo guarda, en fragmentos de video, aquello que él y sus vecinos solían captar con sus sentidos: las imágenes de las paredes que se rompen bajo las garras de las máquinas, los lamentos de los palestinos que ven desaparecer su hogar, las gafas oscuras de los soldados israelíes que ejecutan su misión casi con aburrimiento.
"Al principio no está haciendo una película: solo guarda en fragmentos de video aquello que él y sus vecinos registraban únicamente con sus sentidos".
“Te estoy grabando”, les repite Basel. Su respiración agitada se escucha detrás del lente. A veces algún soldado lo agrede. Basel cae y la cámara cae con él: el lente apunta hacia el suelo, y fuera del plano escuchamos sus gritos de dolor. Luego se levanta y vuelve a grabar. Y así al día siguiente. Cada vez que apunta la cámara, cada vez que se aferra a ella entre los golpes o las amenazas, Basel sostiene los ojos del mundo.
"Cada vez que apunta la cámara, cada vez que se aferra a ella entre los golpes o las amenazas, Basel sostiene los ojos del mundo".
Basel Adra, de 29 años, es uno de los protagonistas y autores de No Other Land, el documental ganador del Óscar en 2025, que retrata la ocupación y el despojo impuestos por Israel en Cisjordania durante años. A pesar del premio, la película ha enfrentado obstáculos para llegar a ser vista. No consiguió ninguna empresa distribuidora en Estados Unidos, en un movimiento que medios como NPR calificaron como una “censura suave”. En Colombia, se estrenó apenas hace dos semanas, medio año después que el resto de películas nominadas a los Óscar. Cine Colombia, la empresa más poderosa de cine del país, propiedad del grupo Santo Domingo, había prometido estrenarla a principios de 2025, pero lo hizo seis meses después, en solo una sala en Bogotá (Avenida Chile) y sin publicidad en redes sociales.
“Cine Colombia privilegia el tipo de películas que combinan con crispetas y perro caliente: No Other Land no se ajusta a ese negocio. Imagínate empacharte un combo de crispetas mientras ves lo que muestra el documental”, me dice Lucas Ospina, crítico de cine y profesor de la Universidad de los Andes.
Es cierto. Nadie comía en la sala casi vacía en la que vi el documental. Tampoco recuerdo murmullos. Éramos cuatro espectadores: dos en solitario y una pareja, separados por decenas de sillas vacías. Cada quien ensimismado en su propio silencio. Nos parecíamos poco a las publicidades con comensales sonrientes que proyectan al inicio de las funciones. No Other Land entra en disputa con las lógicas del negocio del cine, tal vez por eso expone el poder de esa industria para modelar aquello que podemos ver. Y, por extensión, lo que podemos imaginar.
“Para saber, hay que poder imaginar”, escribe el ensayista francés Georges Didi-Huberman en la primera línea de su libro Imágenes a pesar de todo. El texto es un elogio a las únicas cuatro fotografías tomadas dentro del campo de concentración de Auschwitz durante el Holocausto: el único registro visual del horror de las cámaras de gas durante el genocidio nazi contra los judíos, capturado por prisioneros que lograron introducir una cámara fotográfica en el campo. El fragmento de película con las fotos salió de Auschwitz oculto en un tubo de pasta de dientes. ”Cuatro trozos de película arrancados al infierno”, escribe Didi-Huberman, “cuatro refutaciones a un mundo que los nazis deseaban ofuscado: es decir, sin palabras ni imágenes”.
La imaginación no es un artefacto de generación espontánea. Se alimenta, de forma inconsciente, de las imágenes que tenemos a disposición. El poder del cine es modelar ese subconsciente, arrancarle imágenes al mundo y llevarlas a nuestra memoria visual. Acudimos a esa memoria imaginada cuando escuchamos una noticia sobre un lugar del mundo que desconocemos. “Si un avión se cae en Los Ángeles, podemos imaginar ese lugar gracias a las películas. Sabemos cómo se veía la ciudad antes del accidente, y cómo hablan las personas allí”, me dice Lucas Ospina.
En contraste, el cine y la cultura del entretenimiento nos han proveído pocas imágenes cotidianas de Gaza y Cisjordania. Hemos visto, sobre todo, vistazos de la destrucción. Miles de fotos y videos del genocidio ejecutado por Israel: escuelas y hospitales palestinos bombardeados, ciudades en ruinas, cuerpos sepultados por el humo y el fuego. Pero para imaginar un mundo que desaparece no basta verlo desaparecer; es necesario poder recordarlo. Tener en la memoria imágenes de antes de las ruinas y la muerte, o que al menos escapen brevemente de ellas. Retratos de las vidas que están en riesgo de perderse.
"Para imaginar un mundo que desaparece no basta verlo desaparecer; es necesario poder recordarlo".
Eso es lo que logra capturar No Other Land. El documental no solo es un registro de las demoliciones provocadas por la ocupación israelí en Cisjordania; es una exploración de cuánto de la vida cabe en una cámara: vecinos reunidos alrededor de una fogata en la noche, un abrazo en una casa improvisada en una cueva, las conversaciones profundas e íntimas entre dos amigos —uno israelí y el otro palestino— durante un viaje por carretera.
Yuval Abraham, el otro protagonista del documental, es un periodista israelí que llegó a Masafer Yatta para denunciar los abusos del ejército de su propio país. Lo intenta con palabras, con reportajes escritos cuyas escasas visitas revisa angustiado en varios momentos del documental. Pero pronto entiende que el camino son las imágenes. “Una imagen acude allí donde parece fallar la palabra”, escribe Georges Didi-Huberman.
Yuval se acercó a la causa palestina después de aprender a hablar árabe. Al graduarse del colegio, hizo un curso con un amigo. Se lo cuenta a Basel, el joven palestino, mientras ambos regresan en un carro después de grabar otra demolición. La cámara los graba, pero ellos apenas parecen enterarse. Las voces en No Other Land no suenan como las del periodismo. Carecen del volumen impostado de quien responde a una entrevista. Hay susurros, gestos, risas sutiles. La cámara se desvanece hasta tal punto que las personas conversan como si no estuviera allí. Adoptan el tono en el que hablamos cuando no somos vistos.
“Aprender árabe realmente cambió mis opiniones políticas”, le dice Yuval a Basel. El joven israelí entendió la resistencia de los palestinos cuando pudo comprender la lengua con la que la nombran su tierra. Didi-Huberman, el ensayista francés, también escribió: “Las palabras acuden allí donde parece fallar la imaginación”.
"El joven israelí entendió la resistencia de los palestinos cuando pudo comprender la lengua con la que la nombran su tierra".
El documental no ignora el desequilibrio entre dos jóvenes que no tienen los mismos derechos. Yuval se ubica al lado de los palestinos en el encuadre de la cámara. Pasa temporadas con ellos. Ríen juntos, comen juntos, reconstruyen en secreto las aldeas palestinas en las noches. Pero, en algún punto, Yuval regresa a Israel. Él puede salir y entrar de Cisjordania. Basel no.
Envueltos en el humo de los cigarrillos, los dos hombres conversan en la noche. Sus caras apenas son visibles. Hablan sin mirarse de frente, sentados uno al lado del otro. Yuval fantasea con un Estado democrático en el que Basel no deba pedir permisos militares para moverse. “Entonces vendrás a visitarme, no siempre que yo te visite”, dice Yuval. Basel responde indeciso: “Tal vez”. No los separa solo la nacionalidad o la lengua. Los separa la posibilidad de imaginar un futuro. Basel nació y creció en un régimen de exclusión, y aunque en el encuadre el joven palestino y el israelí miran en la misma dirección, no logran ver lo mismo.
Hay un desequilibrio inevitable en la solidaridad. “Alguien mira algo, se conmueve, ¿y luego?”, se pregunta Yuval. ¿Cómo se detiene una injusticia solo con la mirada? ¿La imagen tiene ese poder? Susan Sontag, la ensayista estadounidense, se hace esas preguntas en su libro Sobre la fotografía, y parece llegar a conclusiones pesimistas. Las imágenes del sufrimiento, escribe, “no necesariamente fortifican la conciencia ni la capacidad de compasión. También pueden corromperlas. Una vez que se han visto tales imágenes, se recorre la pendiente de ver más. Y más. Las imágenes pasman. Las imágenes anestesian”.
Somos testigos de un genocidio en Gaza, transmitido casi en vivo por las cámaras. Todos los días circulan por nuestras pantallas imágenes que, hace 20 o 15 años, podrían haber paralizado a cualquiera que las viera. Hoy se acumulan bajo las fotos y los videos del día siguiente. Basel, el joven palestino, también parece atrapado en esa espiral. “No tengo nada más, solo mi teléfono”, dice. La vida bajo la ocupación queda recluida en las pantallas: en los videos de las casas destrozadas por las retroexcavadoras y las invasiones de los colonos israelíes armados. Para los palestinos, resistir significa sostener la mirada a esa devastación. El desplazamiento y el despojo de su tierra los empuja a un espacio más reducido aun: las dos dimensiones de la imagen.
La más reciente de esas imágenes, esta semana, es la del asesinato de uno de los colaboradores de No Other Land: Awdah Hathaleen, de 32 años, un activista palestino habitante de Masafer Yatta. Basel Adra compartió el video del asesinato de su amigo en su cuenta de Twitter (ahora X): se ve a un colono israelí armado que discute con varios palestinos, da dos pasos al frente y dispara a un punto fuera de la cámara. Ese punto es el cuerpo de Awdah Hathaleen.
Por la configuración de Twitter, el video se reproduce en bucle en cuanto termina: discusión, pasos, disparo. La mirada queda atrapada en esas tres acciones, en esos nueve segundos que no paran de suceder. “Así es como Israel nos borra. Una vida a la vez”, escribió Basel, y publicó una foto de él junto a Awdah. Basel mira serio; Awdah le sonríe a la cámara.
Una vida a la vez, una casa a la vez, un video a la vez. El escritor francés Georges Didi-Huberman se pregunta cómo, ante la inminencia de la muerte, los prisioneros de Auschwitz reunieron la voluntad para guardar un registro de su aniquilación en las cámaras de gas. Antes de obtener las cuatro fotos, hubo varios intentos fallidos. En los alrededores del campo de concentración se han encontrado notas enterradas con testimonios apresurados, escritos a mano, borrados por el tiempo y la humedad del suelo. Como náufragos en una isla que arrojan un mensaje que no saben si llegará a ser visto. “Como si lanzaran botellas a la tierra, salvo que no siempre contaban con botellas en las que poder preservar su mensaje”, escribe Didi-Huberman.
Ahora, en cambio, es como si el mar estuviera atiborrado de botellas con miles de mensajes. Imágenes triviales, imágenes importantes, imágenes inimaginables, todas mezcladas por las olas. La dificultad está en distinguir entre tantas botellas el mensaje del náufrago. Didi-Huberman también percibió esa saturación, pero eso no disminuyó su fe en el poder de las imágenes. “Pese a todo, imágenes: pese a nuestra propia incapacidad para saber mirarlas tal y como se merecían, pese a nuestro propio mundo atiborrado, casi asfixiado, de mercancía imaginaria”.
Pese a la censura suave de las salas estadounidenses y a los retrasos de Cine Colombia, la botella lanzada por Yuval y Basel nos alcanzó. No Other Land escapa del ruido visual en el que vivimos. Nos hace detener la mirada. Evita el destino que Susan Sontag declara para casi todas las imágenes: perder su peso emocional, anestesiar a quien las ve. “El realismo de la fotografía crea una confusión acerca de lo real, que resulta (a largo plazo) moralmente analgésica”.
"A pesar de la negativa de los distribuidores en Estados Unidos y a los retrasos de Cine Colombia, la botella lanzada por Yuval y Basel nos alcanzó".
No hay analgésicos en la respiración agitada de Basel Adra que escuchamos detrás de la cámara de No Other Land, en los golpes que recibe, en sus dudas, en su voluntad inquebrantable de sostener la mirada ante la atrocidad. Hay un aliento vivo que nos acompaña a mirar. El joven palestino pone su cuerpo para prevalecer en medio del ruido anestesiante de las imágenes. Expone su vida para volverse el testigo que, con esfuerzo, sostiene los ojos del mundo.