La furiosa persistencia de Yuri Neira

Yuri Neira lleva 20 años buscando justicia para el asesinato de su hijo Nicolás, un símbolo de la lucha estudiantil en Colombia. En el camino su mente sufrió, tuvo insomnio y una ira inmensa. Su caso reposó en la Fiscalía 12 años sin grandes avances hasta que, en 2021, su furiosa persistencia logró la única condena por asesinato para un agente del ESMAD. Hoy la Corte Suprema de Justicia estudia el expediente para emitir una sentencia que podría marcar una nueva pauta para juzgar los casos de violencia policial.
Fecha: 2025-06-06
Por: Karen Parrado Beltrán
Fotografías por:
KAREN PARRADO BELTRÁN (@piedemosca)
La furiosa persistencia de Yuri Neira
Yuri Neira lleva 20 años buscando justicia para el asesinato de su hijo Nicolás, un símbolo de la lucha estudiantil en Colombia. En el camino su mente sufrió, tuvo insomnio y una ira inmensa. Su caso reposó en la Fiscalía 12 años sin grandes avances hasta que, en 2021, su furiosa persistencia logró la única condena por asesinato para un agente del ESMAD. Hoy la Corte Suprema de Justicia estudia el expediente para emitir una sentencia que podría marcar una nueva pauta para juzgar los casos de violencia policial.
Fecha: 2025-06-06
Por: KAREN PARRADO BELTRÁN
Fotografías por:
KAREN PARRADO BELTRÁN (@piedemosca)
Yuri Neira habla con su hijo muerto. Lo hace en cuadernos. Le escribe como conversando con él. Si estuvieras aquí, ¿en qué andarías tú?, le pregunta. Es un hombre en alerta. Mira, hijo, vi este caso y me acordé mucho de ti, le cuenta. Se pone a divagar dentro de ese monólogo. Estoy mamado de esta vaina: voy a escribirle a esta señora y la voy a putear, le advierte. Tiene 64 años y a veces se cansa de luchar. A veces, necesita un polo a tierra.
“Yo, como Yuri Neira, soy una bala loca por ahí. Él me tranquiliza en esos monólogos”, dice un domingo de mayo de 2025, de pie mientras se espanta los zancudos en uno de los jardines exteriores del Museo Casa de la Memoria de Medellín. Hace calor y la gente revolotea con prisa por la celebración del día de las madres. Él está de paso. Y aunque habla relajado, tras de él van la sombra del exilio y la de los guardaespaldas de jean que lo protegen por si algo pasa, o para evitar que pase.
En hojas de cuadernos, Yuri Neira sofoca el terremoto que lo remueve por dentro hace 20 años. Su hijo, Nicolás Neira, murió el 6 de mayo de 2005 en una sala de cuidados intensivos. Todo comenzó el domingo primero de mayo. En una casa del barrio Quiroga, al sur de Bogotá, sonó el teléfono y lo cambió todo: “Nicolás tuvo un accidente”. Un agente de policía del Escuadrón Móvil Antidisturbios (ESMAD) le disparó una lata de gas lacrimógeno en la cabeza durante la marcha del Día de los Trabajadores. Le fracturó el cráneo. Carrera Séptima con calle 18. Seis días de agonía. Fue un asesinato, no un accidente. Yuri nunca lo olvidará.

KAREN PARRADO: Lo que has contado sobre Nicolás es que era un muchacho pacifista, ¿o no lo definirías así?
YURI NEIRA: Sí, pacifista pero no pendejo. Él sí era pacifista, pero pensador. Como siempre he dicho, malo para matemáticas pero le gustaba mucho la lectura. Su televisión completa era National Geographic, Discovery Channel y Los Simpson.
Cada primero de mayo, desde hace 20 años, Yuri recuerda a su hijo de 15 años y grita. Grita que lo mató la Policía, que fue brutalidad policial y represión. Que se tejió todo un plan dentro de la Policía Nacional para encubrir a los responsables y decir que Nicolás se había golpeado solo contra un bolardo. A él gritar se le da bien, tiene una voz fuerte. “Tengo la diplomacia en el culo”, dice. “Lo lamento, pero yo hablo como habla el pueblo”.
Hablar así le ha subido el volumen a su denuncia. Aún hoy continúa insistiendo para que el crimen de su hijo sea considerado de lesa humanidad por la Fiscalía colombiana. Pero, con el tiempo, también subió el volumen de las amenazas. “Deje de hablar tanto o si no su nombre va a quedar debajo de la lápida de su hijo”, contó, en una entrevista con un periódico nacional, que le dijo una voz extraña al otro lado del teléfono por los días en los que no podía salir a la calle ni asomarse a la ventana debido a las amenazas que recibía. Hasta el insomnio le empezó a recordar que había mucho volumen en sus pensamientos. Y furia. Y dolor. Mucha memoria.
¿Cómo he llegado a este punto 20 años?, se autopregunta. Porque el pueblo me ha entendido en mis denuncias, sentencia. Me he acercado hablándoles lo que me ha pasado como habla el pueblo, no como se habla en la academia o en el Congreso, ni como se habla en los tribunales. A pesar de que lo amenazaron, lo detuvieron, lo allanaron y lo hicieron salir del país hacia España, donde vive hace 13 años exiliado. A pesar de que, muchas veces, sus amigos le recomendaron que dejara el caso de Nicolás y siguiera adelante con su vida.
K: Viniste a Colombia para la conmemoración de los 20 años del asesinato de tu hijo. ¿Qué sentiste al visitar, en esta fecha, la placa conmemorativa de Nicolás?
YN: Ya llevaba tiempo pensando en este primero de mayo y estaba bastante nervioso desde tiempo atrás. Con todo esto que ha pasado estos 20 años, tengo un problema de salud en la cuestión del sueño. Entonces, más o menos dos o tres meses atrás, ya habiendo comprado pasajes para venir, tuve una alteración de sueño grande. Hubo varios días en que me levanté a las tres de la mañana a salir a caminar. Pero la solidaridad de toda la gente, de mi gente, que llamo yo así, de la otra Colombia, la otra Bogotá, que no aparece en ningún lado ni en ninguna estadística, estaba trabajando fuertemente para que saliera bien ese primero de mayo. El trabajo fue intenso y así mismo estaban los nervios. Venir a Colombia para mí no es nada fácil: tener que andar con un esquema, con chalecos… Sigue siendo una revictimización, porque yo quisiera bajarme del aeropuerto, pasar y caminar, tomarme una cerveza donde quisiera, parar a comerme una empanada, un roscón, un masato, pero no puedo.
No pocas veces, Yuri Neira estuvo muy cerca de perderse en el dolor. Mientras lidiaba con las amenazas e intentaba entender qué le había pasado a Nicolás y, sobre todo, quiénes lo habían hecho, su salud mental sufrió profundamente. No dormía y el insomnio empezó a cavar por dentro un hueco de ira inmenso.
Quería multiplicarse, estar en todos lados, hablar con todo el mundo, reunir toda la información y todas las pruebas. Dormir significaba perder tiempo. Llegó a pensar en acabarlo todo de una vez por todas y el mundo a su alrededor, sus amigos y las personas que lo amaban y quería ayudarlo, buscaba impedirlo. Fue una lucha paralela y tanto o más difícil como la lucha por la justicia y la verdad, aunque mucho más invisible.
Pero el momento de la ternura llegó. De la lucha pero con ternura, como lo dice ahora que puede ver hacia atrás con calma y distancia.

Nicolás Neira era un estudiante de colegio de noveno grado cuando cayó al piso en la carrera Séptima, herido de gravedad en la cabeza por un disparo de truflay, un arma de dotación del entonces Escuadrón Móvil Antidisturbios (ESMAD) catalogada dentro de las “armas menos letales” en los protocolos internos de la Policía Nacional, como la resolución 02903 de 2017 que reglamenta el uso de la fuerza dentro de la institución.
Es un símbolo de la lucha estudiantil. Un estudiante caído. Al igual que los estudiantes universitarios Jhonny Silva (22 de septiembre de 2005, Cali), Óscar Salas (8 de marzo de 2006, Bogotá) o Dylan Cruz (23 de noviembre de 2019, Bogotá). Y antes de ellos, Gonzalo Bravo (7 de junio de 1929, Bogotá), Uriel Gutiérrez (7 de junio de 1954, Bogotá) y Fernando de Jesús Barrientos (8 de junio de 1973, Medellín), tres de los nombres que dieron origen a que los días 8 y 9 de junio de cada año se conmemore en Colombia el Día del estudiante caído. Una fecha dolorosa para la memoria del movimiento estudiantil.
En 2022, la Comisión de la Verdad señaló que al menos 588 estudiantes fueron asesinados entre 1962 y 2011. Antioquia y Bogotá concentran la mayor cantidad de casos, según un documento anexo de su Informe Final: Universidades y conflicto armado en Colombia. “Todos los años en Colombia se registran casos de asesinatos o desapariciones forzadas de estudiantes”, sostuvo allí la comisión. Con una excepción: 1968, el único año sin registros.
¿Qué pasó con Yuri Neira? Lo que nunca pensaron que sucedería tras un disparo de trufly. Tanto dolor sembrado cosecharía solidaridades adoloridas que se unirían y pedirían justicia por lo que pasó con Nicolás y con muchos otros más. Yuri les llama las semillas. Son jóvenes, estudiantes, profesores, artistas, raperos, poetas, defensores de derechos humanos, colectivos de abogados. “Estas semillas han ido retoñando muy bien. Ese es el temor del Estado conmigo”, dice.
K: Me contaste que el 70 % de los compromisos acordados con el Estado colombiano para tu venida a Colombia, este primero de mayo, fueron cumplidos y que tuvieron que ver con tu seguridad y con el respeto hacia ciertas decisiones simbólicas, como que no estuviera la Policía cerca de la placa conmemorativa y que no hubiera ESMAD —ahora Unidad de Diálogo y Mantenimiento del Orden (UNDMO)— ¿Hay algo más?
YN: Aquí toca hacer un paréntesis y es que estamos en una negociación con el Estado colombiano, se llama arreglo amistoso. Esto salió del país —desde que el caso de Nicolás se internacionalizó en 2021— en vista de que en Colombia no ha habido justicia, y quien tiene que juzgar, en este caso en América, es la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Ya la Comisión indicó que tenemos que hacer una negociación y una reparación económica y simbólica.
K: ¿Están conversando los términos de esa reparación?
YN: Un primer paso de esa reparación es que yo tengo que volver al país, pero para volver necesito un mínimo de seguridad. Porque la institución ha seguido actuando como ha venido actuando, quiere decir, amenazando, amedrentando, deteniendo ilegalmente; abuso de autoridad y hasta asesinando y desapareciendo a quienes han puesto el dedo en la llaga sobre la institución, sobre su modo de operar. Desenmascarándolos, diciéndoles que políticamente ellos son responsables y demostrando que hay una sistematicidad y un amparo del Estado con jueces y fiscales. He llegado a ese punto. Entonces, soy una piedra en el zapato un poquito grande.
Algo en mis reivindicaciones, que quiero como reparación simbólica, es que rebautice la carrera Séptima, desde el Planetario hasta la Plaza de Bolívar, como Víctimas de la Brutalidad Policial, porque ahí están incluidos los nadies de los que nunca se hablan: los habitantes de calle, las prostitutas, los hijos de los mendigos que han sido desaparecidos, que han sido asesinados dentro de una limpieza social patrocinada por la Policía Nacional.
K: ¿Qué otras están sobre la mesa?
YN: Yo le pedí a mucha gente que me ayudara a ver qué podíamos pedir y decía pidamos algo que no se ha pedido. Yo no quiero una biblioteca, no quiero un parque, no quiero un colegio que lleve el nombre de Nicolás. Yo quiero algo que perdure en la memoria, y para eso hay que hacer eventos que sean diferentes. Entonces, le he pedido a toda mi gente que pensemos en locura. Me han llegado muchas cosas de la locura. Dentro de esas, que las instituciones distritales, departamentales y nacionales que le han hecho zancadilla a la justicia, como la Fiscalía, Procuraduría, Defensoría, Veeduría, Policía Nacional, en su edificio principal coloquen una especie de pijama encima con el rostro de Nicolás que diga: “Me asesinó la Policía Nacional”. Y que duré seis días.
K: Los seis días que estuvo en la clínica.
YN: Fíjate lo que es la memoria. A la Comisión me ha tocado explicarle por qué pido seis días. A la Agencia Nacional de Defensa Jurídica del Estado me ha tocado explicarle por qué los seis días. Rectificarle a los medios masivos del Estado, lo mismo a la Policía, a miembros de la Fiscalía. Y es muy sencillo: fueron los seis días que estuvo agonizando. Quiero que en la radio y televisión pública se saquen unos comerciales donde diga, puede ser de 20 segundos: “La Policía no puede asesinar niños”. “La policía no debe desaparecer personas”. “La Policía no puede violar mujeres”. “La policía no puede meterse al narcotráfico”. Y quiero hacerlo durante 20 años 11 días. Cuando lleguemos a la negociación, serán 20 o 25 años. Es el tiempo en que no he tenido justicia, el tiempo en que me han puteado y el tiempo en que ha habido la impunidad. Y pienso que eso es igualar las cargas: si tú me madreas 20 veces, quiero 20 veces perdón. Estamos en el primer paso de un arreglo amistoso. Si no llegamos a nada, la Corte Interamericana tendrá que dar un fallo.
K: Pero ese fallo puede tomar años.
YN: Sí, sí. En primera instancia estaba programado para 20 años, en mi cabeza. Y tengo la segunda parte, que es 25 a 30 años. ¿Qué va a pasar después de eso si no tengo Justicia? Todavía no lo sé.
Pocos días después del primero de mayo de 2005, la madre de Yuri Neira llamó a un amigo fiscal jubilado, le pidió que le dijera exactamente a qué se estaba enfrentando. Yuri recuerda que sus palabras fueron proféticas. “Primero, usted necesita un milagro”, le dijo. Después, que se preparara para un proceso de 20 años y que tenía el 95 % de perder de entrada. “Ahí tiene, ya le conté la verdad”.
Sin embargo, el milagro llegó. En 2008, uno de los policías involucrados, Héctor Stiwal Cubides, empezó a hablar, aunque solo empezó a ser escuchado por la Fiscalía en 2015. Contó que el día de la marcha terminaron el servicio, se montaron en un bus de la Policía y su compañero Néstor Rodríguez Rúa, el agente que había disparado el truflay contra Nicolás, se reía. “Decía que le había dado duro a ese hijueputa”.
También, llegaron los 20 años. “Y algo se ha visto”, dice Yuri.
En 2017, el capitán en retiro Julio César Torrijos Devia, fue condenado a cuatro años y medio de cárcel porque aceptó que cuando era comandante de sección del ESMAD encubrió el crimen de Nicolás Neira y al agente Rodríguez Rúa. Señaló al mayor Fabián Mauricio Infante Pinzón de haberle dado la orden de unificar versiones entre los agentes, un hecho que entorpeció la investigación penal durante años.
En 2021, Infante Pinzón fue condenado a ocho años de prisión domiciliaria por favorecimiento al homicidio. En ese momento, el mayor retirado dijo que había una confabulación en su contra.
En 2022, el exagente Néstor Rodríguez Rúa fue condenado a 17 años de cárcel por el delito de homicidio en la modalidad de dolo eventual. El juez dijo que existían tres testigos que daban prueba de que disparó el arma. Fue una decisión de segunda instancia que dejó en firme un fallo emitido el 25 de enero de 2021, que ya había sentenciado al patrullero.
“Y ese 95 % se volteó porque ha sido a mi favor”, sentencia Yuri. “Pero el Estado tiene una experiencia violenta en impunidad y puede, con el 5 %, voltear las cartas en cualquier momento”. Yuri espera ahora un fallo de la Corte Suprema, que estudia el caso de Nicolás desde 2022 después de que la Fiscalía solicitó modificar el delito de Rodríguez Rúa de homicidio por dolo eventual a homicidio culposo, lo que implicaría una rebaja de la pena.
La Corte podría emitir una decisión histórica en el caso de Nicolás: es el primer proceso judicial contra un miembro de la Policía por abusos cometidos en el contexto de una protesta.

K: ¿Qué expectativas tienes? ¿Eres optimista acerca de que el fallo va a sentar un precedente para los casos de violencia policial en el país?
YN: Aquí hay dos puntos. Si la Corte Suprema de Justicia resuelve en justicia es beneficioso no solamente para mí, sino para todas las víctimas de la Policía Nacional y de crímenes de Estado. Viene el otro lado: que la Corte Suprema de Justicia es una de las columnas de un Estado, darme la razón a mí puede hacer temblar a ese Estado. ¿En qué sentido? No porque yo lo vaya a tumbar, sino porque va a venir una catarata de demandas, van a tener que modificar muchas cosas, empezando porque van a tener que desestructurar totalmente la Policía Nacional. Entonces, eso les va a poner a temblar. Eso me pone a mí a tener 50 – 50. Los abogados, los grupos de defensores de derechos humanos, dicen que va a caer muy a mi favor o a favor de las víctimas; pero yo, por la historia que tengo en 20 años, cuando digo que el gato es negro es porque tengo los pelos en la mano.
K: El caso de Nicolás fue admitido por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en 2021, y es sabido que estos procesos suelen ser largos. Pero en este punto, ¿qué te llama la atención?
YN: Hay una cosa que me preocupa, no tanto lo que estoy solicitando, sino haber entendido, como entendí de la Justicia colombiana, que brilla por la impunidad. Esta agencia tienden mucho a genuflexiar la rodilla, son muy arrodillados, y los compromisos no se cumplen realmente. Este es un saludo a la bandera, entonces estoy en vilo de si continuar. Si estoy buscando justicia, con esta gente pienso que no sería. No sé si cuando pase a la Corte. Entendamos que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos está financiada, vive con subsidios de todos los países de América, así que eso es golpear la lonchera también. Un caso: Yineth Bedoya llegó a la Comisión Interamericana y de ahí salió todo el proceso. Y si ella ahoritica sale a los medios de comunicación a decir que 25 años y no ha habido justicia y que se retira del todo, ¿qué pasó? La Comisión Interamericana, la Agencia Nacional de Defensa Jurídica del Estado y la Justicia colombiana ante el mundo han mentido y han dicho: sí, sí, vamos a arreglarlo. No han dicho que no, pero no han cumplido.
K: ¿Te impactó esa noticia?
YN: Sí, bastante. Porque me puede pasar. Puedo ser yo en cinco años.
K: ¿Estarías de acuerdo con nombrar lo que está pasando como fatiga judicial? ¿Te pasa a ti?
YN: Me ha pasado muchas veces esa fatiga judicial. Hay días que me levanto y no quiero saber nada. Quiero de pronto decirle: Nicolás, perdóname, te voy a tapar, voy a colocar una manta para no verte y no quiero seguir nada más. Desconectar los teléfonos. Y si me llaman, no estoy, me he muerto, hagan lo que quieran. Al rato empieza la cabeza a moverse mucho. Digo, no, pero llevo tanto tiempo, ¿por qué voy a tirar la toalla ahora? ¿Y qué hago yo con las semillas? ¿Qué ejemplo les doy? Y como les he dicho a ellos, muchas veces ustedes me ven en las marchas y en todas estas cosas adelante y están ustedes atrás. Les dije: crean que es que ustedes me levantaron y me tienen caminando porque yo ya no he tenido fuerza, y se lo debo a ustedes, a toda la juventud. No son mis pasos los están ahí, son los de la juventud. Ese compromiso con ellos hace que siga. Pero sí juegan a la fatiga. Y un caso es lo de Yineth Bedoya, y conmigo están haciendo lo mismo.
Yuri Neira quisiera hablar con su hijo vivo. “Yo andaba mucho con él, callejeábamos los dos. Tal vez por eso su pérdida me dolió mucho”, me dijo en 2021. La calle y los jóvenes le han permitido volver a sentir cerca y de algún modo la voz de su hijo. Como le pasó en 2008, en un concierto de Los Muertos de Cristo en Bogotá.
El vocalista del grupo de punk español supo de Yuri, un hombre de boleros, tangos y música de planchar, y en el camerino lo invitó a subir al escenario con los pendones impresos con el rostro de Nicolás, con los que denunciaba su caso en las marchas y en todos lados.
El teatro estaba lleno de jóvenes y un susurro colectivo empezó a disolver la multitud. Llegó el papá de Nicolás. Llegó el papá de Nicolás. Fue como si se abriera un mar en dos. Esa tarde, mientras Yuri estaba en el escenario y la banda cantaba Muerte Accidental de un Anarquista: Y ahí está, sobre el asfalto. El cuerpo muerto, de un joven libertario…, el teatro rompió en una sola voz: ¡Nico vive, la lucha sigue!”.
Ha sido una de las pocas veces en que a Yuri Neira se le han puesto los pelos de punta.
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