El poder de la Minga

Desde el 2001, el profesor Alfredo Acosta es el coordinador nacional de la Guardia Indígena, una organización civil y comunitaria que hoy cuenta con más de 60.000 miembros en todo el país. El pasado 18 de octubre, fue uno de los líderes que abanderaron la marcha pacífica de la Minga del Suroccidente que ingresó a la capital del país con algo más de 8.000 personas. Su labor no es otra que ejercer un control pacífico y desarmado de los resguardos indígenas. Y su mensaje, que él mismo le entregó al Papa Francisco, no es otro que: “Nos están matando”.

Fecha: 2020-12-07

Por: Juan Camilo Maldonado

Fotografías: Pablo Salgado

El poder de la Minga

Desde el 2001, el profesor Alfredo Acosta es el coordinador nacional de la Guardia Indígena, una organización civil y comunitaria que hoy cuenta con más de 60.000 miembros en todo el país. El pasado 18 de octubre, fue uno de los líderes que abanderaron la marcha pacífica de la Minga del Suroccidente que ingresó a la capital del país con algo más de 8.000 personas. Su labor no es otra que ejercer un control pacífico y desarmado de los resguardos indígenas. Y su mensaje, que él mismo le entregó al Papa Francisco, no es otro que: “Nos están matando”.

Por: JUAN CAMILO MALDONADO

Fotografías: Pablo Salgado

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*Esta entrevista fue realizada por el gestor periodístico de Mutante y publicada originalmente en la edición 101 de Bocas. La replicamos como parte de #HablemosDeMovilización.

El 16 de diciembre de 1991, pasadas las 7:00 de la noche, un grupo de 12 paramilitares salió de una finca cercana al municipio de Caloto, Cauca, rumbo a la hacienda El Nilo, donde alrededor de 80 indígenas nasa, que habían ocupado y trabajado una fracción de la finca durante los últimos cuatro años, esperaban a reunirse con sus nuevos dueños para conversar sobre su permanencia en la zona y el pago por las mejoras que le habían hecho al predio.

Esa noche murieron asesinados 20 indígenas, la mayoría líderes del proceso. Fue una masacre que hirió para siempre la memoria colectiva del pueblo nasa y que marcó el destino de muchos jóvenes, entre ellos Alfredo ‘Lucho’ Acosta, quien por esos días tenía 16 años, se dedicaba a la música y comenzaba, como su madre, Ana Tulia Zapata, un camino vocacional como profesor comunitario.

Al día siguiente de la masacre, ‘Lucho’ entró a la hacienda El Nilo portando un bombo y una quena, entonando una canción que repetiría muchas veces más en su vida, y que revela la energía del proceso nasa:

Estábamos trabajando, ganándonos un jornal,

se nos vino a la cabeza una idea muy singular:

por qué no buscamos gente y nos vamos a sembrar,

a las tierras de ese rico que las tiene haciendo nada.

Casi treinta años después, el pasado 18 de octubre, ‘Lucho’ Acosta ingresó a la capital del país acompañando a las 8.000 personas que conformaban la Minga del Suroccidente. Una movilización histórica por su absoluto carácter no violento, en la que tuvo enormes responsabilidades, pues desde el 2001 es el coordinador nacional de la Guardia Indígena, una organización civil y comunitaria que hoy cuenta con 65.000 miembros en todo el país, con el objetivo de ejercer un control pacífico y desarmado de los resguardos indígenas, en un contexto de altísima violencia y represión.

El proceso indígena nasa es, por definición, colectivo. Su última fase comenzó en 1971, dos años antes del nacimiento de ‘Lucho’, con la configuración del Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC). Su principal mandato ha sido garantizar la supervivencia de su cultura a través de la recuperación y el trabajo de la tierra. Por eso toca tener cuidado cuando se habla de esta historia desde los liderazgos individuales.

Hecha esta salvedad, para muchos resulta difícil dirigir la mirada hacia el Cauca de las últimas dos décadas y no reparar en ‘Lucho’. Nacido en Caloto, en 1973, asistió a procesos de recuperación de tierras desde muy niño, cuando sus padres lo llevaban en la espalda por no tener con quién más dejarlo en casa. Desde entonces, con un breve paso por la música, ha dedicado su vida a la enseñanza y el trabajo comunitario.

Alto, robusto, de piel curtida y sonrisa amable, el coordinador nacional de la Guardia Indígena camina con pasos macizos, habla con dulzura, y no duda en afirmar que su camino, como su nombre, es una ruta de resistencia a los enormes poderes que han ocupado sus territorios ancestrales, sean estos económicos, como el de los grandes terratenientes ganaderos y azucareros; estatales (policiales o militares), o ilegales, como las estructuras criminales que solo durante el último gobierno han asesinado en el Cauca a 251 líderes sociales, entre ellos 47 indígenas, según Indepaz.

De su padre, el pescador Moisés Acosta, aprendió la paciencia y la constancia. Enseñanzas que terminaron pronto y dolorosamente, cuando fue desaparecido en El Naya, en 1982. ‘Lucho’ tuvo que apoyar a su madre desde muy joven, mientras se formaba como profesor bilingüe, una profesión que para él implica mucho más que la impartición de las asignaturas tradicionales. En sus palabras, se trata de enseñar a “ser organización, a ser comunidad, a ser CRIC”.

‘Lucho’ también encarna la complejidad y la asimetría que enfrenta el movimiento social en el Cauca. Es un militante de la protesta no violenta y en su estómago lleva la cicatriz de una cápsula de gas que un agente del Esmad le disparó adrede, pero también ha protagonizado eventos en los que ha sido cuestionado. En el 2012, se hizo viral un video en el que amenazaba con un machete a un soldado durante un choque contra las fuerzas militares. Un par de años atrás, Miguel Salazar y Margarita Martínez registraron en el documental Robatierras las profundas discusiones que tuvo ‘Lucho’ con los mayores, por cuenta de la participación de un grupo de jóvenes armados con papas bomba en una de las acciones de recuperación de tierra en La Emperatriz.

Nos encontramos un lunes de octubre del 2020 en una casa en el barrio La Soledad, en Bogotá. Estaba cansado. Habían pasado dos semanas de intensa movilización, desde Caldono, pasando por Cali, hasta llegar a Bogotá. En el camino tuvieron que enfrentarse a un permanente contraste: la alegría y la emoción de las personas en las calles, y el discurso estigmatizante en Twitter de quienes, una y otra vez, los acusaron de violentos, anunciando que sembrarían el caos en la capital. Para el momento en que nos vimos, sin embargo, hasta la mismísima ministra del Interior, Alicia Arango, había reconocido que la Minga le había dado una lección de protesta pacífica al país.

Hábleme de su padre, entiendo que hizo parte de la conformación del CRIC. ¿Quién era él?

Sí, mi papá participó en la organización de las primeras recuperaciones de tierra en mi resguardo, era un activista por los derechos y de la tierra. Pero ante todo era un pescador. Muy bueno: donde tiraba el anzuelo, cogía. Era muy astuto y muy juicioso para alistar la carnada, se concentraba mucho y decía que para pescar bien había que dialogar con los pescados, sin desesperarse. Todo eso me sirvió para organizar este trabajo (como líder de la Guardia), que ha sido una labor de constancia, de disciplina, de saber moverse en medio de esta guerra tan difícil en la que tienes que dialogar con la guerrilla, los paramilitares, mientras le quitas muchachos a la guerra y salvas vidas.

¿Y qué se sabe de su desaparición, en El Naya, en 1982?

Dicen que las Farc en ese tiempo tenían un acuerdo con una empresa. Ellos fueron a organizar la recuperación de unas tierras en una hacienda en Pueblo Nuevo Ceral, y ahí los cogieron; eran cuatro personas del resguardo, tres hombres y una mujer. Algunos dicen que los mataron, otros que se los llevaron hasta un sitio en Uribe (Meta), donde mi papá organizó una fuga y en esa fuga lo cogieron y lo fusilaron. Yo estoy seguro de que él hizo eso, mi papá no se iba a quedar encerrado por ahí, él era como yo (o yo soy como él): no se dejaba encerrar de nadie, antes prefería que lo mataran. Nosotros estuvimos investigando, pero nos dijeron que nos fuéramos o si no nos mataban.

¿Y nadie en las Farc da razón de su papá?

Andamos en eso, yo incluso hice un contacto cuando se desmovilizó la guerrilla y le pregunté a un comandante de nombre Matías, pero hasta ahora no hemos recibido nada. Una vez a mi mamá le dijeron: “Si lo asesinamos fue un error”. Se lo dijeron así, sin decir en qué parte está mi papá. También traté con la Comisión de la Verdad y la Comisión de Búsqueda de Personas Desaparecidas, a ver si encontramos su cuerpo para hacerle un acto simbólico; eso me ayudaría mucho a mí y a mi familia, sería un alivio poder saber dónde enterraron a mi papá, pero hasta ahora no hemos recibido nada.

¿Qué recuerdos tiene usted del 16 de diciembre de 1991, fecha en la que ocurrió la masacre de El Nilo?

Yo tenía 16 años. Estaba en mi casa donde mi mamá, en el casco urbano de Caloto, cuando llegó el gobernador Plinio Ciclos; él iba para allá. Yo le dije a mi mamá que me iba a acompañarlo, pero ella nos dijo que mejor madrugáramos. Al otro día llamaron a avisar que había una masacre en El Nilo. Yo ahí mismo me fui para allá y encontré todo hecho un desastre.

 

¿CÓMO PROCESA UN JOVEN DE 16 AÑOS UNA MASACRE DE ESTA MAGNITUD?

Nos dio mucho susto, fueron veinte personas asesinadas, entre ellos muchos familiares, compañeros; el paramilitarismo estaba en auge y pensamos que nos iban a matar a todos. En ese tiempo, yo era músico, y entré con mi tambora a cantar un poco, sacando el dolor y la tristeza con la música. Luego al sepelio llegó muchísima gente; el parque de Caloto nunca se había llenado como esa vez. Allí habló el compañero Chucho Piñacué, y dijo que eso no se iba a quedar así, que los indígenas teníamos que levantarnos, que la muerte de estos caídos nos daba más fuerza para seguir luchando y defender nuestros derechos. Allí entendí muchas cosas de mi trabajo y de mi vida, una búsqueda que había comenzado con la desaparición de mi papá. Yo creo que la masacre de El Nilo nos marcó a muchos jóvenes en esa zona: uno nunca había sentido la violencia así tan cerca y tan fuerte, pero la fuerza del sepelio nos dio esperanza.

El himno de la Guardia es bien conocido por su principal consigna: “Guardia Guardia, ¡Fuerza, Fuerza!”. Pero tiene otros versos que me impactan, uno de ellos reza que “por cada indio muerto, otros miles nacerán” y el otro exhorta a los comuneros a “defender nuestros derechos, así nos toque morir”. La muerte está muy presente en su relato colectivo, pero también la idea de que la comunidad vive a pesar de la muerte de sus miembros…

Sí, eso viene desde la Conquista y la Colonia. La Gaitana, nuestra mayora, nos enseñó que toca dar la vida por la gente. Ella se tiró a un abismo en Timaná (Huila) para no dejarse capturar de los españoles. Su lucha la siguieron Juan Tama, Quintín Lame, el CRIC y la Guardia Indígena. El indio, que es cilindro de sangre, no se echa para atrás, antes va para delante. Recuerdo, por ejemplo, la muerte de Pedro Poscué, un guardia indígena que fue asesinado en el 2003 en la Panamericana durante la toma de La María, por un disparo de fusil de un policía. Cuando llegamos a la casa a enterrarlo, la esposa delante del ataúd y delante de todos nosotros, dijo: “Pedro se fue, pero yo cogí el bastón, ahora todos mis hijos se levantarán con más fuerza”. Hoy todos los hijos de Pedro están en la Guardia.

USTED HABLA MUCHO DEL “SER GUERRERO”, ¿CÓMO ENTENDER ESTE MANDATO EN EL CONTEXTO DE LA RESISTENCIA NO VIOLENTA?

Ser guerrero no significa ser violento, significa saber acariciar y no dejarse joder. Significa mambear (masticar coca), comer muy bien, saber caminar en la montaña, en el río, saber pescar… Más que ser guerrero es ser salvaje. Como profesor que soy, siempre me gusta retomar los sentidos de las palabras, y ser salvaje viene de lo sano, de la selva, ser arisco, indomable, tener la capacidad de oler a monte… Uno ve cómo está la situación ahorita y todo el mundo está echando pa’l monte, porque el ser civilizado lo está matando.

A mediados del 2012, usted se hizo viral en un video en el que aparecía blandiendo un machete frente a un grupo de soldados, durante un fuerte choque con la comunidad. En su momento, muchos contradictores utilizaron ese video para cuestionar al movimiento indígena en el Cauca. ¿Qué ocurrió aquella vez?

Eso fue el comienzo del proceso de paz, después de una bomba que tiraron en Toribío en el que a una enfermera le volaron las piernas. Las autoridades no aguantaron más, decidieron sacar a todos los actores armados de los territorios y dieron la orden de despejar el cerro de Berlín, un lugar sagrado donde había tropas (del Ejército) hacía como diez años. Durante dos días nos dijeron que no tenían problema con salir, porque era un territorio sagrado, pero no se fueron. La tercera noche, cuando los íbamos a sacar, ellos desaseguraron sus armas, dispararon hacia el piso y hacia el aire, y pues nosotros lo único que teníamos eran nuestros machetes y nos tocó cogerlos para que no nos mataran. Ahí fue que vino la confrontación, una cosa que nosotros no queríamos.

Ahora bien, en el documental Robatierra, de Miguel Salazar y Margarita Martínez, grabado en el 2009, durante la toma de la hacienda La Emperatriz, en la que usted participó como coordinador de la Guardia, allí se le ve debatir con los mayores de la comunidad, pues en esa recuperación participaron miembros de un grupo llamado Los Nietos de Quintín Lame, quienes utilizaron papas bomba durante los enfrentamientos con la fuerza pública. ¿Quiénes son ellos?

Los Nietos de Quintín Lame son unos jóvenes rebeldes que también querían recuperar (la tierra), pero fueron desordenados, como que (actuaron) por fuera de las autoridades y eso fue cuestionado. Los muchachos estaban reclamando un derecho, pero lo hicieron peleando con la gente, y así no es, toca estar dentro de la misma línea de las autoridades de la organización. Hay veces que tenemos que utilizar la lanza o la flecha, pero a veces hay que utilizar la astucia; eso nos lo enseñó Juan Tame: el diálogo, la palabra. Mi abuelo decía: “El viejo con su maquía (serenidad) y el joven con su rebeldía”.

EL DOCUMENTAL REVELA QUE POR CUENTA DE LOS ACTOS DE LOS NIETOS, USTED RENUNCIÓ POR UN AÑO A LA COORDINACIÓN DE LA GUARDIA. ¿QUÉ PASÓ AHÍ?

Los mayores habían recomendado que a esas personas había que orientarlas y saberlas llevar, porque eran muy beligerantes, acelerados e irrespetaban a las autoridades. Yo fallé en no orientar con claridad y permití que entraran a los procesos de recuperación. Pequé de ingenuo, pensando que ellos iban a hacer bien y no hicieron bien.

¿LO SANCIONARON LOS MAYORES POR ESTO?

No, en últimas, yo me hice la propia sanción, que fue renunciar. Yo dije: “de pronto cometí un error, no era el momento, no era la forma, de manera violenta no se logran las cosas. Eso afecta a la comunidad, nos señala”, y ante eso preferí sacrificarme y me tomé un descanso.

¿Y QUÉ SE BUSCA CON UNA GUARDIA NACIONAL INDÍGENA?

La Guardia Indígena Nacional aparece porque el proceso crece. Al comienzo era solo en el norte del Cauca, en Toribío, Caloto, Jambaló, pero era una guardia semipermanente. En esa época, yo era profesor y era guardia en las recuperaciones de tierra, las movilizaciones o la minga, pero regresaba y dejaba mi bastón. A partir del 2001, se creó de manera permanente en el norte del Cauca, en el Cauca y en Colombia, con nasas, yanaconas, coconucos, con todos los pueblos indígenas. De ahí se extiende, se estructura y se fortalece en todo el país; fue como un efecto dominó, porque el conflicto se mete en varias zonas. Ahorita estamos en 29 departamentos; la única parte en la que no estamos es en San Andrés. Somos unos cuarenta pueblos indígenas, alrededor de 65.000 (personas).

HÁBLEME DE ESTA ÚLTIMA MINGA. ¿POR QUÉ OCURRIÓ AHORA, JUSTO EN MEDIO DE UNA PANDEMIA?

Nosotros desde marzo hicimos toda una estrategia de control y bioseguridad en los territorios basados en la cultura y los médicos tradicionales, cosa que no hizo ni la Policía ni la Defensa Civil, ni la Cruz Roja ni el Ejército. Pero en la pandemia, los malos, como dijo alguien, nos comenzaron a agredir y a matar. Vimos que no estábamos siendo afectados por el covid, sino por los actores armados. Y las autoridades dijeron: “No aguantamos más, nos toca salir a protestar”.

¿NO LES DIO MIEDO EL CONTAGIO?

Fue una decisión política. Imagínese, nosotros estábamos bien en nuestro territorio, y llegar a Bogotá y Cali era llegar a zonas donde el contagio estaba elevado. Podíamos llevar esto a la casa y que murieran nuestros ancestros. Fue una decisión bastante compleja, pero decidimos tomar ese riesgo porque el asesinato y las masacres en los territorios nadie los denunciaba, nadie hacía nada, nos tocó venir a contarle al país que nos están matando. Y lo hicimos cuidándonos y protegiéndonos.

¿CÓMO SE SINTIERON RECIBIDOS A SU PASO?

Nos contagiamos de la energía y el calor de la gente, nunca nos habíamos sentido tan agradecidos. Pese al virus, la gente se nos acercaba como buscando sanación y esperanza. Como dije en una entrevista en el Concejo de Bogotá: ‘Nos vinimos fue a contagiar de sabiduría, de resistencia y de paz’.

¿QUÉ LE DECÍA LA GENTE?

A mí se me quedó la imagen de una señora y un mayorcito llorando a la entrada de Bogotá, por Soacha… Yo me bajé a abrazarlos y les pregunté que por qué lloraban. Y ella me dijo: “porque ustedes son la esperanza, y me alegra mucho verlo, mijo”, me hablaba así, como si le estuviera hablando a su hijo. La Minga también es eso, una posibilidad de sacar el dolor y la tristeza, porque mucha gente tiene un reclamo guardado que nadie escucha.

ES MUY IMPORTANTE QUE, QUIENES VIVIMOS EN LA CIUDAD, ENTENDAMOS LA GRAVEDAD DEL MENSAJE QUE VINO A COMUNICAR LA MINGA. ¿QUÉ ES LO QUE ESTÁ PASANDO EN LOS RESGUARDOS CAUCANOS?

Están matando parejo, muchos grupos pequeños. La salida de las Farc creó tierra libre en muchas zonas, y la Guardia Indígena decidió tomar posesión y comenzar a controlar la pasada de coca, la pasada de motos robadas, y todo eso afecta al narco y a la economía ilícita que mueve. Este control nos ha traído amenazas y muerte. Hay presencia de plata internacional en el territorio, y eso afecta, no solo a los indígenas. Yo pensé que con el proceso de paz nosotros íbamos a descansar, pero se nos aumentó. Son como ocho grupos, hay conflictos, chocan entre ellos. También es que nos confiamos, pensamos que íbamos a poder sembrar y cultivar, así ocurrió por un año y medio, que fue magnífico en Toribío y en muchas zonas, pero eso hizo que se reacomodaran muchos grupos armados que quieren tomarse el territorio. Hoy dan (recompensa) por nuestra cabeza, eso nunca se daba ni en el peor de los conflictos; o sea, nosotros hemos tenido más muertes ahora que en el mismo conflicto armado con las Farc.

¿LOS NARCOS ESTÁN DANDO PLATA POR SU VIDA?

Sí, han ofrecido cuatro, cinco, seis millones por quien dé información de casi todos los guardias.

Y esa era, como nos acaba de contar, la principal motivación para reunirse con el presidente Iván Duque. Si usted lo tuviera acá al frente, por cinco minutos, ¿qué le diría?

Hace un año, cuando mataron a la gobernadora Cristina Bautista y a los seis guardias indígenas el 30 de octubre, usted fue allá y se comprometió en un Consejo de Seguridad a que iba a controlar el narcotráfico y que en seis meses iba a capturar a la gente que la asesinó en Toribío. Ya vamos a completar un año y no ha hecho nada. Hermano, usted dio su palabra, usted dijo que iba a fortalecer la Guardia Indígena, no solo en el Cauca, en todo el país; no ha hecho nada sobre eso, y la Guardia Indígena se puede convertir en un ejercicio de protección muy fuerte si tiene apoyo también del Gobierno, si tiene legitimidad, pero, al contrario, nos han señalado que somos guerrilleros.

¿QUÉ ALTERNATIVA VE USTED?

El poder colectivo. Es fundamental el acompañamiento a la gente, en su formación y preparación. Todo el mundo aquí protege es con las armas, y si queremos un proceso de reconciliación y desarme, en todos sus sentidos, debe haber una política de protección desde lo no lo militar. Nosotros llevamos cincuenta y pico de años de enfrentamientos, de combates, ¿y queremos dialogar con fusiles? ¡No!

José Félix Lafaurie, presidente de Fedegán, apareció en Twitter en los días que precedieron a la minga, señalándolos a ustedes de subversivos simplemente por las botas de caucho que vestían…

A mí eso me da ya hasta risa. Ese comentario me recordó las famosas fotos que mostró el presidente (Iván Duque) en Naciones Unidas tomadas por el equipo de inteligencia del Ejército según las cuales había campamentos de las Farc en Venezuela, cuando en realidad eran en Colombia. Uno ha mirado ya tantos montajes y tantas pendejadas, que ya se toma eso como con burla, aunque también con rabia. Tenemos que desarmar la cabeza. Todo el mundo piensa que el que anda con botas de caucho es guerrillero. Eso creo que nos dio más fuerza para decirles: esto somos y eso fue lo que le mostramos al país. Les tumbamos las teorías simplemente con respeto.

ME HAN HABLADO DE UNA FOTO EN LA QUE SALIÓ ABRAZANDO AL PAPA FRANCISCO. ¿TUVO OCASIÓN DE CONVERSAR CON ÉL DURANTE SU VISITA EN EL 2017?

Eso fue en Villavicencio. Él no estaba atendiendo oficialmente a la gente, así que lo único que nos quedó fue hacerle una calle de honor y entregarle un bastón simbólico. En su encíclica (Laudato si), el Papa plantea la protección del medio ambiente. Por eso fuimos a pedirle que se convirtiera en un guardián, para que no nos sigan matando. Él nos respondió que éramos los cuidanderos del planeta y que era un honor para él ser nombrado guardia indígena. Por último, le entregamos un documento en el cual le pedimos reunirnos con él, para contarle todas las situaciones que están viviendo los pueblos indígenas de Colombia y Abya Yala (América).

¿Y les dio cita?

Me dijo que con gusto nos recibía y nos atendía. Estábamos en la tarea de poder ir a la reunión con el Papa, pero por cuestión de la pandemia se cayeron todas las cosas.

Hablando de citas y visitas, ¿hay una diferencia entre el trato que le dio en su momento el presidente Álvaro Uribe a la Minga y el que recibieron de Iván Duque en esta ocasión?

El presidente Uribe fue a la Minga. Estuvo en La María en un momento difícil, de presencia de las Farc, y sin embargo fue y debatimos. Eso yo lo valoro. Y ahora que se supone que debería estar más tranquilo y que se puede dialogar (Duque), no dialoga. Ahí hay una diferencia entre quien nos atendía en ese entonces y quien está acá ahora.

¿Y CÓMO SE TOMARON LA NEGATIVA DEL PRESIDENTE DUQUE TANTO A VISITARLOS COMO A RECIBIRLOS EN BOGOTÁ?

Para los indígenas, es muy importante atender a la vista. Si usted va a mi casa encuentra un plato de comida, de chicha, porque visitar al vecino es fundamental en nuestra sociedad. Mucha gente se sintió. Él no quería ir a la casa de nosotros y nosotros vinimos a visitar la suya. Que no nos haya atendido es una falta de respeto, sobre todo con los mayores, por eso le hicimos un juicio espiritual. Así que él ya no les tiene que responder a los indios como tal, les tiene que responder a los mayores y esos espíritus lo sancionarán.

¿CUÁL FUE EL VEREDICTO EN ESE JUICIO ESPIRITUAL?

Que debe orientarse, guiarse bien. Los mayores dijeron que le tiene que poner atención a la gente, porque si no, nadie lo va a respetar. Él ha ido por muchos lugares, pero no ha conocido a Colombia. Ha ido a donde los indígenas, pero no ha conocido a los indígenas, porque conocer a los indígenas es saber que la palabra es fundamental.