“Quebrarme tantas veces me ha ayudado a reconstruirme de mil maneras”
La líder ambiental Yuvelis Natalia Morales relata en su propia voz las secuelas que le ha dejado en el cuerpo su oposición al fracking en Colombia.
Fecha: 2024-09-18
Por: María Paula Rubiano A.
Imagen: Wil Huertas (@uuily) a partir de una fotografía de Jose Vargas - El Espectador.
Este reportaje se publica en colaboración con Grist y El Espectador. Contó con el apoyo de la Beca Rosalynn Carter para el Periodismo sobre Salud Mental en América Latina.
Fecha: 2024-09-18
“Quebrarme tantas veces me ha ayudado a reconstruirme de mil maneras”
La líder ambiental Yuvelis Natalia Morales relata en su propia voz las secuelas que le ha dejado en el cuerpo su oposición al fracking en Colombia.
Por: MARÍA PAULA RUBIANO A.
Imagen: Wil Huertas (@uuily) a partir de una fotografía de Jose Vargas - El Espectador.
Este reportaje se publica en colaboración con Grist y El Espectador. Contó con el apoyo de la Beca Rosalynn Carter para el Periodismo sobre Salud Mental en América Latina.
Yuvelis Natalia Morales Blanco, una defensora del medio ambiente colombiana que se opone al fracking —un proceso que consiste en inyectar una mezcla líquida a alta presión en las rocas para fracturarlas y extraer gas o petróleo— recibió su primera amenaza de muerte a los 19 años. Ahora, a sus 23 años, Morales se encuentra en una delicada intersección: no sólo vive en el país más peligroso del mundo para ser líder medioambiental, sino que, además, según una encuesta mundial de 2021, pertenece a un grupo de edad desproporcionadamente afectado por las cargas psicológicas de la crisis climática, una crisis que, a su vez, golpeará con mayor dureza a las comunidades rurales del Sur Global, como la suya.
Colombia se ha visto envuelta en un feroz debate sobre el futuro de la extracción de combustibles fósiles. En 2019, el entonces presidente, Iván Duque, anunció cuatro proyectos piloto para determinar la viabilidad del fracking a gran escala; dos de ellos se realizarían en el pueblo natal de Morales Blanco, Puerto Wilches, una pequeña comunidad en el extremo noreste del país, a orillas del río Magdalena. Hoy, aunque los proyectos están paralizados, podrían reanudarse si cambian los vientos políticos en las elecciones presidenciales de 2026.
El testimonio que sigue a continuación es producto de una entrevista, que ha sido editada y condensada para facilitar su lectura. En ella, Morales, hija de un pescador, detalla su lucha para detener el fracking en Puerto Wilches y en todo el país, las cicatrices que años de amenazas y violencia persistentes han dejando en su salud mental, y la falta de reconocimiento y de redes de apoyo institucional disponibles para los líderes ambientales.
Advertencia: Este relato en primera persona incluye referencias gráficas a temas como la violencia y las autolesiones que pueden resultar perturbadoras para algunos lectores.
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Como en 2019, un día llegaron unos locos – que después fueron mis compañeros y mis amigos– a invitarnos a una reunión. Eran chinos del pueblo, universitarios. Para el resto del pueblo eran los marginados sociales. Un líder de la comunidad me dijo: “Yuve, no vaya, piense en su mamá… es peligroso”.
Yo no fui. Luego vi las fotos del evento y leí: “No al fracking”. ¿Fracking? Ni idea. Luego empezaron a aparecer en el Facebook notas sobre el fracking. Y unos de una tal Alianza Colombia Libre de Fracking convocaron a otras reuniones. Empecé a ir porque yo quería saber qué era esa joda que estaba apareciendo en todas partes. Los que íbamos ni nos mirábamos, era así como en la incertidumbre, escondido. Pero tocaba todos los puntos que a mí siempre me habían despertado curiosidad: la protección de la biodiversidad, del río, del mismo municipio.
A la segunda o tercera vez, saliendo de la reunión, una señora X y un señor que iban pasando por allí nos vieron a nosotros como muy contentos, muy enérgicos y nos dijeron: “los van a matar”. Creo que desde ese primer momento, el chip cambió. Ya no era una jugarreta, ya no era una reunión. Yo soy del municipio donde matan a la gente y después cuentan números. No digo que empezó a haber un temor porque eso empezó mucho después, pero desde ahí, la idea de que éramos unos heroecitos [al oponernos al fracking] ya se estaba cayendo.
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Descubrí en mí capacidades que no sabía que tenía —liderazgo, planear al instante, ser ingeniosa— y así nació Agua Wil, el movimiento juvenil en contra del fracking de Puerto Wilches.
Queríamos organizar una marcha en contra del fracking. Empezamos a hacer promoción puerta a puerta, nos íbamos a todas las veredas. Fueron dos semanas de casi no dormir. Comiendo muy mal, recibí tanto sol… Yo estaba más negra que nunca. Pero gozándola, nunca hubo un espacio de tristeza porque había un sentimiento muy bonito, como de fraternidad, muy “veintejulístico”, muy de ¡esta patria que es nuestra!
Empezaron a llamarnos a reuniones con el alcalde, con el personero, para preguntarnos qué están haciendo y que los “revoltosos”. Empezaron a haber mítines en Ecopetrol, la empresa que iba a hacer los pilotos. Al principio, tuve a mis papás al margen. Pero con los rumores, mi mamá me dijo una vez: “Usted por allá no va más, no quiero que la maten”.
Por todo esto, nosotros dijimos: “Uy no, no va a llegar nadie a la marcha. ¿Quién le camina al que le dicen guerrillero en un pueblo paraco?” Pero llegó el día. Eso fue el 12 de diciembre de 2020. La marcha era a las nueve. Cuando voy llegando y la moto va doblando en el parque, veo un gentío. ¡Pero gentío! Creo que en automático se me empezaron a salir las lágrimas, porque no era que no nos creyéramos capaces, sino que habíamos sido bastante atropellados con una campaña de sabotaje. Éramos gente chiquita, jóvenes, que se oponía a Ecopetrol y a la Exxon Mobil.
La marcha fue una inmensidad. Había buses con gente que venía de Bucaramanga, de Barranca, de las universidades, del páramo, los que se oponían al fracking en Cajamarca y en San Martín. Había medios nacionales, internacionales. Como era diciembre, los villancicos los transformamos en cánticos. Creo que ese fue el momento más álgido, porque también fue el comienzo inocente.
El 24 de diciembre, a medianoche, igual se firmaron los contratos para los proyectos piloto de fracking, aquí en el municipio. Fue una caída. Pero la gente del Congreso se dio cuenta de lo que había pasado. Entonces llegó un correo que decía: Doctora Yuvelis no sé qué, está invitada a participar en la audiencia pública en contra del fracking. Yo pensé: ¡no! Pero mis compañeros de Agua Wil me decían: “Hable usted, porque la gente se identifica y habla bonito”.
Eso fue el 29 de enero de 2021. Estaba nerviosa. En mi casa no hay internet, entonces me fui a donde un amigo. Tenía tan mala conexión que no pude encender la cámara. A mí me presentaron como doctora Yuvelis Natalia… y yo les digo: “Primero que todo, yo no soy doctora.” O sea, entré irreverente desde el minuto uno. Y empecé a hablar. Dije que, nosotros, a pesar de ser un municipio que se asumía como petrolero desde hace más de 70 años, no teníamos un sistema de educación de calidad ni un hospital decente. Las condiciones de seguridad aquí no existen. Somos un pueblo que le brinda riqueza a toda una nación que no nos voltea a mirar. Y al final dije: “Hace siglos, ustedes llegaron, nos vendieron un espejo y nosotros les entregamos toda la riqueza; y hoy, ese oro que es el agua no lo vamos a entregar por espejitos”. Para bien o para mal, todo el mundo empezó a hablar, porque jamás habían tenido una intervención así de Wilches, menos de una mujer, menos de una joven, menos de una negra.
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Ese mismo día empezaron las amenazas.
Por la noche, como a las nueve o diez, estaba en mi casa viendo televisión, comiéndome algo. Mi mamá estaba trabajando. Estábamos mi hermanita y yo. Yo vivía en una calle principal por la que pasaba mucho tráfico. Y en un momento escucho una moto que para ahí, frente a la casa. Estaba sentada en una mecedora con las patas para arriba cuando, de un momento a otro, veo a un man al lado mío… yo lo que hice fue pararme instantáneamente. Me acuerdo de que yo tenía el cabello super largo, y el man me agarró el cabello y me dijo: “Usted está muy bonita, sería una lástima que algo le pasara, deje de joder con eso del fracking que la vamos a matar”.
Eso fue un entrar y salir, pero para mí eso duró horas. Y me sentí muy ultrajada. Mi cabello se había convertido en mi insignia. Me habían tocado, habían invadido mi espacio, habían entrado en mi casa. Me había sentido presa de un animal ante el que yo era muy chiquita.
Después de asegurarme de que mi hermanita estaba bien, cerré la puerta. Acosté a mi hermana a mi lado. Esa noche no dormí. Cuando amaneció, empecé a llorar. Le escribí a Héctor, que es un integrante de la Alianza, también de una organización de derechos humanos que se llama Credhos, y le dije: “Héctor, anoche me pasó esto, no sé qué hacer y tengo mucho miedo”. Él me dijo: “Escriba al grupo”. Entonces me dijeron: “Váyase para Barranca, ponga la denuncia”.
Mi mamá me preguntó a dónde iba. Nunca le dije. En la chalupa no disfruté nada del paisaje, o sea, no era yo.
Cuando llegué a Credhos, recuerdo a Iván, el presidente, que lo primero que hizo fue abrazarme. Me dijo: “Todo va a estar bien”. Y fue como si tuviera un broche y me lo hubieran soltado. Empecé a llorar. Lloraba involuntariamente, las lágrimas me salían. No dije nada. Me dieron agua. Me abrazaron. Yo dije que me devolvía a Wilches. Y ellos: quédate, ¿qué vas a ir a buscar? Si te vas nosotros no vamos a poder protegerte y vas a estar sola. Y yo les dije: “No me importa.”
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La violencia hacia nosotros empeoró.
Me llamaban. Pero ya no era solo yo, también llamaban a otros.
Una vez alguien me iba a dar una gaseosa y me hizo una señal de pistola.
Iban a la casa.
O iba en la moto con un amigo y nos perseguían; nosotros doblábamos por acá y doblaban, doblábamos por allá y doblaban.
Otro día, estábamos revisando en dónde eran los puntos que habían marcado para hacer los proyectos piloto de fracking, cuando se nos atravesó una camioneta blanca, sin placas. Éramos como cinco y nos dijeron: “Los van a matar y solamente los van a encontrar los chulos”.
Se casó una amiga mía. En el matrimonio me dice mi amiga: “Yuvelis, nosotros no invitamos a esos tipos que están ahí. Yo pensé que venían con usted porque llevan rato mirándola”.
Y ahí, la Yuvelis que había sido antes se fue a la mierda, porque empecé a tener mucho miedo. Ya no podía salir. Ya no sabía ni quién era yo, entre el miedo de las persecuciones y la latente amenaza de que te van a matar a tus 20 años recién cumplidos… Empezó a caerme una piquiña, una rasquiña. La piel se me empezó a manchar. Mi periodo también cambió, de repente me daban hemorragias.
Aparte de todo, mi mamá no sabía nada. Ella se enteró un día que alguien le dijo: “Oiga, por ahí me enteré de que a su hija la amenazaron y que la van a matar”. Mi mamá llegó y me dijo: “¿Yuvelis, es verdad?”. Se puso a llorar. Yo le dije: “Sí, mami”. Y me dijo: “Si ve, Yuvelis, yo le dije”. O sea, no fue como “malditos, esos hijueputas”, sino: “yo le dije”. Eso fue lo más triste de todo: yo me sentía culpable, aún siendo la víctima. Una noche mi mamá me dijo: “Yuvelis, aquí usted no se va a quedar porque en algún momento la vienen a matar a usted y nos matan a todos nosotros”.
La Alianza también dijo: hay que sacarla. Entonces me compraron un tiquete de bus y me fui a Bogotá. El tiquete ni siquiera estaba con mi nombre. Así de caliente era todo.
"Empecé a decir que luchar por la vida en Colombia te cuesta la vida" Yuvelis Morales, lideresa ambiental.
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Un amigo me ofreció un refugio en La Perseverancia. Recuerdo que mi amigo me dijo: “Coja un taxi y llegue a esta dirección”. ¿Cómo así que taxi? En Wilches uno va en moto o llega a pie. Yo sin saber dónde estaba. Tenía un frío horrible. Nunca había tenido ropa de frío. ¡Qué ropa de frío va a tener uno allá, en Wilches, con ese calor de 40 grados! Llegué en la madrugada y él me abrazó. Yo no hablaba. Yo estaba temblando. Entonces me dio una ruana y me acostó en un sofá con un sleeping. Me fui a dormir.
Yo me sentía derrotada. Toda la ansiedad y la depresión se me concentraron en los dedos. Empecé a arrancarme la piel de los dedos, sí, eso: me rasgaba la piel.
Fue una época de mi vida de extremos: era no llorar ni mierda y el otro llorar mucho. Empecé a comer como un animal y luego pasé a lo opuesto: no comía nada. Me dio COVID. Yo sinceramente tampoco daba la pelea. O sea, yo luchaba por la vida, pero por la de otros, no por la mía.
Cuando me llevaron al hospital, fue como una cachetada de realidad: me di cuenta de que había gente tirada en el suelo, con frío, sin cobija, gente amontonada [en los corredores]. Yo dije: aquí no vuelvo.
Fui muy cuidada, muy sostenida, muy comprendida dentro de los llantos, los gritos, los silencios y las ganas de hablar, de repente, de manera incontrolable. Para mí se hizo una red de gente que estaba dispuesta a estar ahí para mí. A sentarnos y verme llorar. A llorar ellos también. A armarnos un juego, una charla, gente que no sabía bailar nada y como a mí me gustaba armaban bailes. Hacían lo que fuera con tal de que en mí hubiera una luz.
A pesar de todo el trauma y el choque psicológico que estaba viviendo, hubo algo que yo nunca dejé de hacer y que, siempre sentí, me salvó la vida: hablar. Sentía la necesidad de contarle al mundo que sus realidades extractivistas me estaban costando la vida. Empecé a decir que luchar por la vida en Colombia te cuesta la vida. Y había gente que empezaba a contarme de sus propios procesos buscando ayuda.
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Así, de a poquitos, en 2021, fui volviendo a Wilches. A medida que lo hacía, me di cuenta de que todos mis amigos habían seguido con sus vidas y yo me sentí marginada de la misma vida que yo había construido, pero que ya no me pertenecía, sino que era del movimiento anti fracking, del escarnio público, de todo el mundo menos de mí.
Nunca dejamos de movernos. El Gobierno cada vez más: vamos a hacer el fracking, porque vamos a hacer el fracking. Nosotros más en tono: pues nos tienen que matar. En enero de 2022, anunciaron las fechas de las visitas de la ANLA para otorgar la licencia ambiental a los proyectos piloto. Nos empezamos a mover como locos.
Un día, antes de salir al concejo municipal a una reunión importante, llegaron dos tipos con un porte militar a mi casa y me dijeron: “Usted ya sabe, la vamos a matar”.
Me volví una roca y fui. Había construido en mí misma una figura que se dividía en dos: la militante y la personal. La más funcional ha sido la militante. Estaba ahí siempre, muy comprometida. Todo el mundo me miraba esperando que yo les dijera: “ya no quiero estar aquí”. Pero nunca lo hice porque siempre pensaba en el año anterior, cuando me había ido corriendo.
Estaba siendo muy fuerte, pero de mentiritas – por dentro estaba muerta, quería que me tragara la tierra y me escupiera en otro lado.
Por la noche fuimos a cenar con los de la Unión Sindical Obrera (USO). Me decían: “Nosotros no somos famosos por quedarnos de tercos y esperar que nos maten. Nosotros somos famosos porque cuando nos toca irnos, nos vamos y seguimos peleando desde otro lado”. Con eso llegó la propuesta de hacerme parte de una organización que sí tenía un esquema de seguridad colectivo, porque el Gobierno nunca le dio uno a Agua Wil.
Un día, yo iba a mi casa a buscar ropa para la audiencia. Había un paro armado del ELN. De repente, uno de los escoltas entra a mi casa y me dice: “¿usted ya tiene la ropa?”. Coge la ropa, me coge del brazo y me lanza dentro de la camioneta. Apenas vamos en la esquina, mi mamá me llama y me dice: “Natalia, ¿usted dónde está? acaban de estar dos hombres armados aquí en la casa”.
Yo ni siquiera había colgado la llamada cuando me dicen los escoltas: “Hay hombres armados fuera de la camioneta y nos están persiguiendo”. Me dicen que me acurruque y me empiezan a mover y a poner el chaleco antibalas. Ellos empezaron a llamar a la policía, pero la policía de Wilches nunca contestó. Estábamos solos.
Empezamos a dar vueltas por el pueblo para despegarnos de la gente que teníamos encima. En un momento dado, dije: “Ojalá nos maten rápido, ya no quiero seguir corriendo más y ojalá me disparen en la cabeza porque tampoco quiero sufrir”. Y ese pensamiento me persigue hasta el día de hoy ¿Cómo un defensor de la vida está dispuesto a entregar la suya tantas veces? Quería que todo parara. Quería que la gente que estaba a mi alrededor dejara de sentir miedo y dejara de escapar cada vez que estaban conmigo. Quería también dejar de representar el riesgo para otras vidas.
Después de eso, la Alianza volvió a hablar con la embajada de Francia (los habían contactado meses antes). Ellos me dijeron: “Usted no tiene un esquema de seguridad, su casa es de tablas. El gobierno no hizo nada y no va a hacer nada porque el presidente quiere que se haga el fracking y usted hoy significa no al fracking en Colombia. A usted la van a matar. Se va para Francia”.
***
Aterrizamos y eso se veía inhóspito. No había verde, no había sol, nada. Apenas salí, había un culo de gente esperándome con mi nombre: Yuvelis Natalia Morales. Yo no sabía ni dónde estaba parada. Al salir del aeropuerto, ellos me iban hablando muy emocionados. Y yo solo veía todos los árboles muertos por la ventana. Ellas me dijeron: “¿Estás contenta?” Y yo dije: “No”. No les hablé nada. Y ellas entendieron que no quería hablar ni mierda. Solo quería descansar.
Era como el sueño dorado: tenía apartamento, tenía una beca, tenía la posibilidad de viajar a otros países, pero me sentía incomprendida por el idioma y por todo lo que había vivido para llegar allí. Todo ese año fue como una neblina. No tenía a nadie a quién contarle. Empecé a reclamar acompañamiento psicológico porque yo estaba muy mal. Entonces ellos buscaron a alguien y ese alguien hablaba portugués, no español. Ese man no me entendía ni mierda, era horrible, yo me sentía peor. Todos los días miraba hacia abajo y pensaba: “Me voy a morir aquí”.
Sobreviví porque encontré a otros exiliados. Siempre decía que quería volver, no importaba cómo, yo quería volver. Estaba tan mal porque no había podido cerrar nada. Mi labor estaba inconclusa y al estar inconclusa yo también estaba inconclusa. No había podido despedirme de mi mamá, ni de mis hermanas y hermanos, ni de mi papá. No había podido despedirme del río. La vida ya no estaba siendo mía, y yo quería que fuera mía.
Volví a Colombia en diciembre de 2022.
Quebrarme tantas veces me ha ayudado a reconstruirme de mil maneras. Yo decidí dar un paso, levantarme y seguir adelante y ser fuerte, pero también tener el corazón blandito, que es a veces lo que muchos militantes pierden: la empatía con la propia vida.
Decidí que la mitad que es militante y la otra mitad fueran una sola. Yo soy Yuvelis Natalia Morales, la militante que va a luchar contra el fracking, pero que también siente mucho, que sufre mucho, que ama mucho, y que es capaz de reivindicar y reivindicarse a sí misma.
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